Abr
Amor vulnerable
2 comentariosPablo escribe que Cristo “no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo… haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,6-8). La cruz es el resultado de la senda del amor escogida por Cristo en las decisiones que fue tomando a lo largo de su vida. Pero es también revelación de Dios y de su amor. La cruz representa a la vez la naturaleza y la voluntad de Dios, y las decisiones plenamente humanas de Cristo. En la cruz se revela un Dios que actúa kenóticamente, sin alardes de poder, un Dios vulnerable en definitiva. De hecho una característica del amor auténtico es su vulnerabilidad. Como ha escrito Paul S. Fiddes:
“Tú eres Dios, y no un monarca gobernando
desde el trono un país dócil y fecundo.
Tú eres el Dios cuyos amorosos brazos,
dolientes y exhaustos, sostienen el mundo”
Dios actúa más por la persuasión que por la coerción. Y, aunque amar es ser vulnerable, en algunos aspectos Dios es invulnerable: su amor es de una integridad absoluta; y, aunque los acontecimientos del mundo pueden ser una amenaza para que se incumplan los designios divinos, el ser de Dios no es amenazado y Dios permanece siempre fiel a su amor.
Por otra parte, la participación de Dios en el sufrimiento de Cristo es, a la vez, el acto por el que se identifica y solidariza con nuestros sufrimientos y nos comunica su poder sanador. La acción de Dios en Cristo nos insta, nos urge para que cooperemos a aliviar el sufrimiento de otras personas. El amor divino busca reciprocidad y mutua potenciación. En esta línea va el texto de 2Co 5,14-17: el amor de Cristo, contemplado en la cruz, nos apremia, nos estimula, nos urge para que no vivamos para nosotros mismos, sino para Él. Al vivir para Él acontece en nosotros una nueva creación que nos hace capaces de gastar sin reservas la vida por los hermanos.