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Actitud creyente ante una Iglesia pecadora
12 comentariosLa carta del Papa a los católicos irlandeses no ha calmado las aguas revueltas. Cada día aparecen nuevos casos de maltrato de menores. En estos momentos se está apuntando a la responsabilidad de las más altas instancias, lo que ha forzado al Vaticano a declarar que la Congregación de la Fe no avaló ningún encubrimiento. Estoy convencido que “desde arriba” se actuó de buena fe, buscando defender el prestigio de la Iglesia, aunque en la práctica tal actuación ha conducido a evitar las responsabilidades penales. Y al olvido de las víctimas. Una vez que eso ha salido a la luz, la credibilidad de la Iglesia se resiente.
Pero la fe no tiene que resentirse. Lo dije en un post anterior. Añado otras consideraciones. Se pregunta Tomás de Aquino quién tiene más mérito al creer, el creyente sencillo que no se entera de las dificultades que se levantan contra la fe, o el consciente de tales dificultades. Evidentemente el segundo, porque consciente de las dificultades, no abandona la fe. En línea similar: ¿quién tiene una fe más adulta y firme, el que prefiere no enterarse del pecado de la Iglesia o el que es bien consciente de que en esta Iglesia abundan los pecados, ambiciones, desvaríos, y sin embargo no la abandona? Evidentemente, el segundo.
Hay quien, cuando oye que la Iglesia es pecadora, replica: pecadores son los individuos. Pero entonces, en paralelo, habría que decir que los santos son las personas y no la Iglesia. Contrarréplica: la Iglesia es santa porque está permanentemente santificada por el Espíritu. De acuerdo, pero si necesita que el Espíritu la santifique es porque necesita convertirse. Solo los pecadores necesitan ser santificados. La Iglesia precisa ser santificada porque es pecadora.
El pecado se comprende, se perdona, y hasta se tapa. Todos somos pecadores. Lo grave de la situación actual no es el pecado, sino el delito. No todos somos delincuentes. El delito hay que denunciarlo, so pena de convertirse en cómplice, pues va más allá de la responsabilidad personal y entra en el terreno del daño que se hace a personas indefensas. Por tanto, exige reparación y cargar con las consecuencias del daño cometido: el que escandaliza a un pequeño, más le vale que le cuelguen al cuello una rueda de molino y lo hundan en el mar (Mt 18,6).