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Aclaraciones sobre la unidad eclesial
2 comentariosCuando aparecen discrepancias públicas entre algún cristiano (sea o no teólogo) y su Obispo, se suele oír y leer la siguiente argumentación: “si no está de acuerdo, que se vaya. Porque quedarse sería algo parecido a si alguien estuviera en desacuerdo con la dirección de un partido y quisiera formar parte de este partido”.
Primera aclaración: hay conflictos que no son evangélicos. Los que rompen la caridad. Pero también hay una unidad que no es evangélica. La que exige sumisión. La comunión eclesial es una realidad teológica. La sumisión es un concepto político. La patología del conflicto es la hostilidad. La patología de la unidad es la uniformidad. En la Iglesia hay discrepancias legítimas, que reflejan las diferentes maneras de entender y vivir el Evangelio. Unidad no es ausencia de pensamiento ni de iniciativa.
Segunda aclaración: la Iglesia no es un partido político y la comparación con un partido no es de ningún modo adecuada. La Iglesia es una comunidad y una comunión. Una comunidad de cristianos adultos y responsables, que tienen el deber y el derecho de realizar su propia lectura de la Escritura. Si se entiende bien, hasta podría decirse que la Iglesia es una comunidad de intérpretes (que siguen unas reglas de interpretación, en las que el Magisterio -que también interpreta- tiene su lugar). Y una comunión, o sea, una común unión. La comunión va en todos los sentidos. La comunión ni es uniformidad ni se realiza autoritariamente, porque entonces sólo dura mientras dura el miedo a la autoridad. La comunión se realiza desde el amor. Y en el amor todas las partes son activas. Por tanto, cuando uno no se siente, al menos en parte, responsable de la ruptura de la comunión, en cierto modo está repitiendo ese pecado original que rechaza toda culpa propia y las carga todas en el otro.