Nov
Acabando el año litúrgico
6 comentariosEstamos acabando el año litúrgico, este año que se cierra con la fiesta de Cristo rey y se abre con el primer domingo de adviento. El domingo de Cristo rey nos ha recordado algo fundamental, a saber, la actitud que debe tener el cristiano con Jesucristo. Si Jesucristo es el rey, eso significa que reina en mi vida. Reina el que orienta bien, el que ofrece decisiones acertadas; su reinado se hace efectivo cuando se cumple su voluntad, cuando se le obedece y se le sigue. Hay una diferencia entre la manera de gobernar de Jesús y los modos de mandar en este mundo: mientras los que gobiernan en este mundo se aprovechan de los suyos y los explotan, Jesús solo quiere nuestro bien y, en vez de aprovecharse, hace de su vida un constante servicio.
A propósito del adviento he notado varias veces que su primera quincena no se refiere a un acontecimiento del pasado, sino a un acontecimiento que aún está por venir. En estos primeros días de adviento celebramos un importante artículo del credo, ese que dice que Jesucristo “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. Interesa notar el criterio de su juicio y los modos del juicio. El criterio del juicio es el amor: según cual haya sido nuestro comportamiento con el hermano, así seremos valorados. En coherencia con este criterio, el Señor nos juzgará con misericordia.
Todo esto enlaza con lo que dice el evangelio del miércoles de esta última semana del año litúrgico. El evangelio de este miércoles nos ofrece una dosis de realismo y una palabra de consuelo. La dosis de realismo es que, a veces, los cristianos, vamos a contracorriente, porque funcionamos con criterios que no son los habituales en este mundo. Es posible que entonces seamos objeto de burla o de descalificación. La palabra de consuelo: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Con vuestra perseverancia, o sea, si os mantenéis firmes, si a pesar de todo seguís confiando en mi, si a pesar de todo os acogéis a mis criterios de amor y justicia. Dicho con una palabra final: el evangelio no es fácil, pero hace feliz. Y eso es lo que importa, que hace feliz, que da la verdadera felicidad, la que el mundo no puede dar y nadie te puede quitar.