May
A falta de Dios..., dioses
2 comentariosA falta de Dios, necesitamos dioses. Los políticos lo saben muy bien: el pueblo necesita ilusión. Pero, claro, con cuatro millones de parados y más de un millón de familias en las que no entra ningún sueldo no resulta fácil ilusionarse. A falta de realidades ilusionantes vendemos circo y, si ni siquiera tenemos circo, vendemos falsas promesas que nunca se cumplirán. En esta España de nuestros amores últimamente tenemos bastante circo: las victorias de nuestros deportistas y las posibilidades de la selección española de fútbol en el próximo mundial, al menos, nos distraen y hasta logran hacer patria, unirnos en una traca, que hace ruido, aunque detrás solo haya humo.
Todos buscamos la felicidad y, por eso, necesitamos absolutos, porque lo queremos todo y nunca nos conformamos con menos. Nuestro corazón es pequeño, pero insaciable, porque tiene una capacidad infinita. Por eso cuando uno no sabe o no puede llenar el corazón con amores auténticos, busca sucedáneos que lo tranquilicen. Alguna vez he dicho a los jóvenes que el sexo –entiéndase: el sexo desordenado- es un mal sucedáneo del amor. Lo que en realidad buscamos es cariño, pero a falta de cariño…, lo compensamos con sexo.
Los teólogos medievales decían que en el ser humano hay un deseo natural de encontrarse con Dios. Un deseo que está inscrito en lo más profundo de nuestro ser. Cuando este deseo no se orienta hacia el Dios verdadero, el ser humano orienta el impulso de su deseo hacia una multiplicidad de objetos (la salud corporal o las riquezas del mundo, las amistades mundanas y los placeres del cuerpo, el afán de gloria y de prestigio, o la identificación con figuras deportivas, artísticas, políticas o incluso delictivas), que por su misma finitud y limitación le decepcionan siempre. Desviado de su buena orientación, el ser humano no conoce el descanso. Porque los dioses de este mundo duran poco y, por eso, resultan frustrantes.