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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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12
Ago
2018
María, cristal cromado
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vidriera

En un reciente post relacioné a Santo Domingo con San Vicente Ferrer, aprovechando que estamos celebrando los 600 años de la muerte del santo valenciano. Estando próxima la fiesta de la Asunción de la Virgen María, voy a recurrir de nuevo a San Vicente, para ofrecer tres imágenes (de entre las muchas que podemos encontrar en sus sermones) que utiliza para calificar a María y explicar la encarnación del Hijo de Dios en su seno virginal.

María es la esclavina del peregrino. Con esta imagen el santo explica la encarnación de Cristo: la esclavina sería María; el peregrino, Cristo. Pues bien, del mismo modo que la esclavina cubre el cuerpo del peregrino, la carne que le dio María cubrió la divinidad del Verbo. Esta esclavina cambió de color a lo largo de la existencia de Cristo: en la cruz se hizo roja, al morir se hizo negra. La metáfora sólo la he encontrado en san Vicente, pero nuestro predicador cita a Santo Tomás de Aquino para dejar claro que la carne de Cristo era humana, al ser la carne de María.

María es como un cristal cromado. Esta imagen le sirve para explicar la virginidad. Así como el rayo del sol atraviesa un cristal sin romperlo, así Cristo, al nacer, preservó la integridad de su madre. La virgen, que es el cristal, da al Verbo, que es el rayo, la naturaleza humana. La imagen del cristal se encuentra en otros autores y ha sido explotada por algunos Papas. Pero nuestro santo ofrece un matiz muy interesante: la Virgen es cristal “cromado”, de modo que cuando el rayo del sol atraviesa ese cristal, lo perfecciona y embellece. Cuando el Verbo tomó carne en las entrañas de santa María, ella quedó sobrenaturalmente embellecida con la gracia de la maternidad.

María, pergamino. Es otra imagen que utiliza el santo: María es un pergamino, la página humana en la que el Padre escribe su Palabra eterna. Evidentemente, se trata de imágenes, pero no hay que olvidar que todo lo que decimos de Dios son pálidos reflejos, en nuestro pobre lenguaje humano, de lo que Dios es. O mejor, de lo que Dios no es. En realidad, nuestras proposiciones más que describir positivamente a Dios, lo que hacen es indicar algunos límites negativos de lo que no es. Pero ese es otro tema. Aquí se trataba de homenajear a María, en la fiesta de su Asunción, utilizando algunas bellas metáforas que le dedica San Vicente Ferrer.

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9
Ago
2018
Inadmisible, la pena de muerte
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luzfrentemuerte

Mientras el presidente de los Estados Unidos amenaza con ampliar el uso de la pena de muerte, el Papa Francisco acaba de ordenar que se cambie el Catecismo de la Iglesia, para que no quede ningún resquicio que, por parte católica, pueda justificarla. El cambio declara “inadmisible” la pena de muerte. En realidad, el texto enmendado ya la declaraba prácticamente inadmisible, pues sólo la justificaba cuando no hubiera otro modo de defender el bien común, añadiendo que era muy dudoso que hubiera algún caso en el que este supuesto se diera.

Cuando apareció el Catecismo, publiqué un artículo el que indicaba que el texto sobre la pena de muerte, tal como salió, no estaba en línea con las modernas posiciones del Magisterio, desde el Vaticano II hasta Juan Pablo II (que fue el Papa que promulgó el Catecismo). El Papa Francisco ha dado un paso que estaba implícito, por no decir casi explícito, en el Magisterio precedente. La base de la inadmisibilidad de la pena de muerte es la dignidad de la persona humana que, en toda circunstancia, la conserva. Como bien dijo Juan Pablo II, “ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante” (Evangelium vitae, n. 9). La dignidad humana no se pierde nunca, pues no depende de las buenas o malas acciones que uno cometa, sino de la huella de Dios con la que ha sido creado todo ser humano.

Decir que la Biblia “justifica” la pena de muerte es no entenderla. La Palabra de Dios está siempre a favor de la vida, aunque una mala lectura fundamentalista y literalista de la Biblia puede encontrar citas que avalan la pena de muerte, del mismo modo que una mala lectura de la Biblia avala la esclavitud o la sumisión de la mujer. Pero la Biblia, como todos los textos escritos, y más si son antiguos, requiere interpretación. La exégesis, la teología y el Magisterio nos ayudan a comprender bien la línea de fondo de la Escritura, aunque, a veces, se requiera tiempo para una buena comprensión de ciertos textos.

Yo mismo he escrito que, en su defensa de la vida del no nacido, la Iglesia se cargará tanto más de razón, cuanto mejor defienda las vidas de los bien nacidos. Los criminales están entre los bien nacidos, aunque sus acciones puedan parecer propias de gente “mal nacida”. Hoy hay modos de impedir que, una vez arrestados, vuelvan a cometer tales delitos. Eso dejando aparte que Dios siempre confía en la capacidad de arrepentimiento y conversión de todos y cada uno. Porque nos ama incondicionalmente y con él siempre hay nuevas oportunidades.

Este cambio en el Catecismo resulta más coherente con el moderno Magisterio de la Iglesia, con una buena lectura de la Palabra de Dios y con el progreso de la teología. Y también con la mayor conciencia que la Iglesia va cobrando de la dignidad de la persona humana.

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6
Ago
2018
Vicente, discípulo de Domingo
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vicenteferrer

Este año quiero rendir homenaje a Domingo de Guzmán, cuya fiesta celebramos el 8 de agosto, recordando la gran influencia que ha tenido en la historia de la Iglesia. Posiblemente una de sus principales aportaciones ha sido recordar la importancia de la predicación para la transmisión, el crecimiento y la maduración de la fe. Donde hay buena predicación, la fe tiene grandes posibilidades de arraigar y mantenerse. Donde hay mala predicación surgen fanatismos, fundamentalismos y ateísmos.

Los buenos discípulos son los mejores elogios y las mejores prolongaciones de los buenos maestros. Un buen discípulo de Domingo que, posiblemente ha sido el mejor predicador que ha tenido la Orden por él fundada, es Vicente Ferrer, cuyo jubileo estamos celebrando. Es llamativo el paralelismo que encontramos entre los motivos que movieron a Domingo y Vicente al “oficio” de la predicación.

En efecto, con San Vicente Ferrer se repite, en parte, la misma historia que le ocurrió al fundador de su Orden, Domingo de Guzmán. En una sociedad supuestamente religiosa y cristiana, Domingo, al llegar al sur de Francia, se sintió impulsado a predicar porque constató las muchas carencias de aquellas personas, debido a que quienes debían predicarles, o sea, los Obispos, no lo hacían, y sin embargo los herejes eran los que anunciaban la palabra de Dios, con el consiguiente peligro de apartar a sus oyentes de la pureza de la fe. Vicente Ferrer, en las zonas del actual norte de Italia se encuentra con la gran influencia de la herejía cátara y valdense. En una carta escrita de su puño y letra al Maestro de la Orden, san Vicente Ferrer cuenta su experiencia y sus trabajos.

Después de relatar que visitó repetidamente la diócesis de Turín “predicando la fe y la doctrina católica, y refutando los errores” que por allí abundaban, tiene un párrafo que no tiene desperdicio y que refleja muy bien la situación de entonces, que también en parte podría ser la situación de hoy: “advertí que la causa principal de estas herejías y errores es la ausencia en ellas de predicación, pues como supe con certeza de las mismas gentes, habían pasado más de treinta años sin que nadie les predicara, salvo herejes valdenses, que acostumbraban a visitarlos dos veces al año. Por todo ello consideré cuánta culpa tienen los prelados de la Iglesia y otros que por su oficio o profesión están obligados a predicar y, sin embargo, prefieren quedarse tranquilos en las grandes ciudades, o villas, viviendo en lujosas mansiones, rodeados de todas las comodidades. Mientras, por el contrario, las almas, por cuya salvación murió Cristo, perecen por falta de alimento espiritual”.

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29
Jul
2018
De la mesa a la misa
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misa

Los primeros cristianos celebraban la Eucaristía en el curso de una cena, alrededor de una mesa. Al hacerlo así manifestaban que el contexto adecuado de la celebración es el amor fraterno y el compartir los bienes, que es lo propio de los hermanos. En esta cena se consagraba el pan y el vino, y los hermanos se ofrecían unos a otros la comida que llevaban, como gesto de fraternidad. Cuando estos “ágapes” degeneraron y, en vez de compartir, cada cual comía de lo suyo, unos buenos manjares y otros una pobre comida, san Pablo se enfada, porque han olvidado lo que en realidad significa la mesa (ver 1 Cor 11,20-22). Estos abusos, la evolución histórica y el crecimiento de la Iglesia hicieron que, en el transcurso del tiempo, la celebración de la eucaristía, prescindiera del contexto de la cena.

Así la mesa se convirtió en misa. Ahora bien, esta evolución de la mesa a la misa pudiera tener su interés. La palabra “misa” tiene dos significados. Por una parte, el término misa era una palabra usada, a partir del siglo IV, para despedir a los fieles al final de la ceremonia. En Roma se decía “ite, missa est” para despedir a las asambleas. Pero el término misa significa también “enviado”. Misa viene de missio, de misión, de misionero, de enviado. Al final de la celebración los fieles son “enviados”. ¿Enviados a qué? A dar testimonio de lo que acaban de vivir.

La palabra misa nos orienta hacia un aspecto importante de la mesa, a saber: que la mesa no es para quedarse en ella, sino para dejarla, para salir afuera y pregonar lo que significa y ocurre alrededor de la mesa. Los cristianos vivimos dentro lo que queremos extender fuera. El amor entre los hermanos es un signo para que el mundo crea. No es un signo que nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre a los demás, sin excepciones. De ahí que el amor cristiano comienza por ser fraterno y se convierte en universal, llegando al extremo del amor al enemigo. La comunión con Jesús resucitado, la eucaristía, nos impulsa a un amor universal. Entre otras cosas porque la eucaristía remite a una vida que se entregó por todos los hombres, buscando la misericordia y el perdón para todos.

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25
Jul
2018
En un mundo perfecto
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mundoperfecto

“En un mundo perfecto, en los bares sólo sonarían mis canciones favoritas”. Esa era una de las frases que, el pasado martes 24 de julio, debían adivinar los concursantes del programa “La ruleta de la fortuna”, concurso que emite uno de los canales de televisión de esta España de nuestros amores.

Como broma o diversión veraniega, no está mal. Pero la idea que transmite es superficial a más no poder. Se diría que nos conformamos con muy poca cosa. Y, sin embargo, la ambición humana no tiene límites. No tiene límites ni para el bien, ni para el mal. En ambos casos, el creyente ve en esta falta de límites un reflejo (en positivo y en negativo) de la imagen de Dios que es constitutiva de la persona. Para lo primero, para conformarse con poca cosa, no hace falta pensar. Para darse cuenta de lo segundo, de que la ambición humana no tiene límites, o sea, de que siendo finitos tenemos deseos infinitos, hace falta pensar un poco. Algunos programas de televisión están hechos, precisamente, para no pensar.

¡Extraña paradoja! Para unos, un mundo perfecto sería un mundo repleto de bares con buena música y buena bebida. Y, sin embargo, para otros, en un mundo perfecto, habría pan para todos; no habría pateras que se lanzasen al mar mediterráneo; el amor sería lo determinante de toda relación, sea personal, sea comunitaria; en un mundo perfecto la muerte (todo tipo de muerte: paro, enfermedad, sufrimiento, soledad, guerras, enemistades, envidias…) habrá sido vencida. Ya sé que, en este mundo, tenemos que contar no sólo con las limitaciones, sino también con el egoísmo humano. Pero, aún así, hay mucho margen de mejora. Y la mejora depende de nosotros.

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22
Jul
2018
¿Obispos golpistas?
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danielortega

Que un gobierno acuse públicamente a los Obispos de su país de golpistas parece muy extraño a estas alturas del siglo XXI. Eso es lo que ha hecho del gobierno de Nicaragua, presidido, al menos hasta ahora, por Daniel Ortega, ese líder sandinista que, en otros tiempos, gozó del apoyo de muchos cristianos y de muchos clérigos. Más aún, dos sacerdotes famosos formaron parte de sus primeros gobiernos. Los tiempos han cambiado y ahora, no solo cristianos y clérigos, sino estudiantes, campesinos y empresarios, están clamando para que cese la represión en Nicaragua, que ha producido ya cientos de muertos, miles de heridos, miles de personas escondidas y muchas otras encarceladas y torturadas. Cuando un gobierno se mantiene de esta forma, es seguro que es un pésimo gobierno.

Los Obispos nicaragüenses han intentado mediar para encontrar una salida pacífica a la crisis. Pero claro, cuando de lo que se trata es de mantener el poder a toda costa, los márgenes de negociación son muy pobres. Daniel Ortega se niega a adelantar elecciones; más aún, lo que intenta es perpetuarse en el poder, bien directamente, bien colocando a su esposa en la jefatura del estado. Así se comprende que todo el que no contribuya a ese objetivo sea calificado de revolucionario y mal patriota. Los Obispos de Nicaragua están en esta lista de malos patriotas. Son atacados y golpeados por fuerzas paramilitares. Se mata dentro de las Iglesias. No se respeta nada.

Yo no tengo datos para analizar las causas que han llevado a Nicaragua a su actual situación. Pero tengo conocidos, que viven allí o cerca de allí, que me certifican que el principal causante de la triste, lamentable y penosa situación del país es el matrimonio formado por Daniel Ortega y Rosario Murillo. Ortega ha tenido la desfachatez de decir: "Hoy podemos repetir, como hace 38 años, ¡aquí Nicaragua libre!". ¿Libre? ¡Por favor! Donde hay muertos, no hay libertad, ni justicia, ni nada bueno.

En muchos lugares del mundo se han solicitado oraciones por la paz en este país centroamericano. Es una de las maneras que tiene el cristiano de tomar postura a favor del bien y en contra del mal. Como todo grano, aunque no haga granero, ayuda al compañero, ofrezco un dato que seguramente no tendrá ningún titular de prensa, pero que manifiesta la amplitud de la solidaridad cristiana a favor de la paz y la reconciliación en Nicaragua: el lunes, día 23 de julio, en una céntrica Iglesia de Palma de Mallorca, a las 19 horas, el Obispo de la diócesis, Sebastián Taltavull, ha convocado a los creyentes a orar por este país hermano. Por cierto, la parroquia es también un santuario dedicado a la Virgen de la Salud. Que ella conceda la salud a todos los nicaragüenses de buena voluntad.

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20
Jul
2018
Pedid lo que queráis y lo conseguiréis
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pedid

Resulta sorprendente esta palabra de Jesús: “pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Jn 15,7). ¿Seguro? ¿Lo que queramos? Esta palabra, situada en su contexto, nos ayuda a entender mejor la dimensión teologal de la oración de petición. Y nos ayuda a entender que toda oración, antes de ser petición, es expresión de amor. ¿Cuál la condición para conseguir lo que pedimos? “Si permanecéis en mi y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis”. El verbo permanecer indica una mutua inmanencia, una relación mutua, profunda, estable, permanente, un estar el uno en el otro por el amor. Permanecer indica amor verdadero. El amor implica unión de voluntades. Yo quiero hacer la voluntad del amado y el amado quiere hacer mi voluntad. Yo busco el bien del amado y el amado busca mi bien.

Todo lo que yo pido al amado no lo pido para mi, no lo pido pensando en mi, no busco mi bienestar, mi egoísmo o mi placer. Pido buscando el bien del amado, el bienestar y placer del amado. Pedir al amado es pedir que se haga su voluntad. Por eso, Jesús, el amado y el amante por excelencia, nos enseñó a dirigirnos al Padre, el que merece todo nuestro amor porque nos ama con un amor inigualable, diciendo: “hágase tu voluntad”.

El que pide, “permaneciendo” en el amado, estando unido a él, sólo pide que se haga la voluntad del amado. Se comprende así, que siempre consigue lo que pide. Pero, en nuestro caso, la voluntad del amado es la salvación del amante. Toda oración auténtica es un paso hacia la salvación. Y antes de ser una petición, es un coloquio de amor, un encuentro con el amado, al que yo le expreso mis preocupaciones, sabiendo que puestas en sus manos y cumpliéndose a su manera, es como mejor repercuten en mi propio bien.

Vista así, la oración de petición tiene una dimensión teologal, que es la que le da todo su valor. Vemos ahí, desde esta perspectiva, una dimensión nueva de la oración de petición, una dimensión teologal, que se convierte en encuentro entre amigos y coloquio entre amigos.

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16
Jul
2018
Cuando la excelencia es lo normal
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fuente

Mi buen amigo y poeta Antonio Praena, me provoca para que remate una frase incompleta que le he dedicado a propósito de una entrevista que le han hecho después de haber ganado varios premios de poesía. Esta es la frase, que puede terminarse de muchos modos: “cuando la excelencia es lo normal…”. ¿Qué ocurre cuando la excelencia es lo normal? O sea, lo habitual. Porque, en este mundo nuestro, y algunas instituciones religiosas no son una excepción, lo habitual es la mediocridad. O la ambición. O el aferrarse al poder. ¿Qué está ocurriendo sino en Nicaragua o en Venezuela, o en la Iglesia chilena, en la que las dimisiones habidas han sido “dimisiones forzadas”?

Para hacer de la excelencia lo normal se necesita esfuerzo, fortaleza, constancia, mirada lúcida. No hace falta ser “listos”, hace falta ser “buenos”, honrados, comprensivos. Cuando consigamos que la bondad sea lo normal, habremos anticipado el reino de los cielos. Cuando consigamos que el respeto sea lo normal, habremos logrado la fraternidad evangélica. En materia religiosa necesitamos mucha normalidad, la normalidad de los que viven su fe en lo cotidiano, sin aspavientos, sin amenazas. Cuando la excelencia es lo normal, estamos en el buen camino. Se abren puertas a la esperanza. Se ilumina la vida propia y la ajena. Cuando la excelencia es lo normal encontramos a Dios en la normalidad.

En demasiados lugares de este mundo lo normal es la antipatía, o la envidia, que son odios suavizados. Y, sin embargo, el odio corroe fundamentalmente al que odia. El día que lo normal sea el amor, ese día estaremos en el cielo. Hacer de esta tierra un cielo es lo propio de las personas normales.

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12
Jul
2018
Rosario para ganar el mundial de futbol
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campodefutbol

Croacia jugará el domingo contra Francia la final de la copa del mundo de fútbol. El entrenador de Croacia, fervoroso católico, durante los partidos de este campeonato, toca el rosario que lleva en el bolsillo cada vez que percibe que su equipo lo pasa mal sobre el terreno de juego. ¿Ayudará este toque de rosario a ganar el partido final contra Francia?

Tanto en Croacia como en Francia es seguro que hay buenos católicos aficionados al fútbol. ¿Qué eficacia tiene la oración en el caso de que unos y otros se pongan a pedir a Dios que gane su equipo? Sólo puede ganar uno. ¿Tomará Dios partido por alguno de los dos contendientes? ¿Y cómo saber qué partido toma Dios?

Este tipo de planteamientos y de preguntas no tienen sentido, ni humana ni religiosamente. Rezar o tocar el rosario, con el fin de que un equipo gane un partido de futbol, es convertir el rosario en un talismán, o sea, un objeto que no tiene ningún efecto real, pero al que se le atribuye el poder mágico de dar salud o fuerza a quién lo lleva. Un amuleto puede tranquilizar a quién lo toca, calmarle los nervios, en virtud de una impresión psicológica subjetiva. El rosario se convierte así es una especie de efecto placebo, que carece de todo poder orante real, pero produce en el sujeto una sensación placentera o tranquilizante.

La oración es otra cosa. No consiste en pedir a Dios que se cumplan nuestros caprichos, ni siquiera que se cumplan nuestros deseos, aunque es lógico que, ante una verdadera necesidad, el orante pida que se cumplan sus deseos. Pero siempre lo hace subordinando sus deseos a la voluntad de Dios, convencido de que la voluntad de Dios es lo mejor que le puede ocurrir a su vida, porque Dios siempre quiere nuestro bien.

Puestos a rezar por mi equipo favorito, lo que hay que pedir es que ningún jugador se comporte de forma violenta o antideportiva, que los aficionados se respeten y disfruten del buen juego, que sepan aceptar con dignidad el resultado. Lo que Dios quiere no es que gane uno u otro equipo, sino que todos nos comportemos como hermanos y sepamos reírnos de las cosas secundarias, para concentrar nuestras fuerzas en las principales. Y la principal es que todos estemos bien, que nos queramos bien, que busquemos el bien ajeno y el propio.

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11
Jul
2018
Si nuestro corazón nos condena
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corazón

La palabra que otro me dirige puede tener propiedades curativas para el espíritu. Cierto, la palabra puede irritar, pero también tranquilizar. Puede hacer pensar y puede consolar. “De una misma boca proceden la bendición y la maldición” (Stg 3,10). El lenguaje puede cambiar la realidad.

Hay palabras que nunca se olvidan, quizás por el estado de ánimo en el que fueron escuchadas. Hace unos días, una persona tuvo la confianza de contarme como hace 45 años alguien le dijo una palabra que le ayudó y que nunca ha olvidado: “si nuestro corazón nos condena, Dios es más grande que nuestro corazón”. Enseguida me di cuenta de que se trata de un texto de la primera carta de Juan. Escuchar esta experiencia me hizo pensar. Cuando todos nos condenan, siempre hay alguien que nunca condena: el Hijo, enviado por Dios, no para condenar, sino para salvar (cf. Jn 3,17). Incluso cuando somos nosotros mismos los que nos condenamos, poner nuestra mirada en Jesús y recordar el texto de la primera carta de Juan puede resultar consolador y devolvernos la esperanza: “en caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”.

Conoce todo, nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. Por eso nos comprende mejor de lo que nos comprendemos nosotros mismos. Y porque nos conoce a fondo, no nos condena, busca por todos los medios el modo de salvarnos. Ya lo dice el Vaticano II en una frase memorable: Dios, “por los medios que sólo él conoce”, puede conducir a los seres humanos a la salvación. Nosotros conocemos muy poquita cosa de las demás personas. Por eso condenamos fácilmente. Al hacerlo no imitamos a Dios. Cuando condenamos nos creemos muy justos, justos con la pobre justicia de los hombres, muy alejada, en demasiadas ocasiones, de la justicia salvífica de Dios.

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