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Nov2018Las buenas y las malas compañias
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El ser humano siempre es plural. Por eso nunca se comprende desde la soledad. Según el poético relato del Génesis, al crear al ser humano, Dios los creó “varón y mujer”. El ser humano, según el designio de Dios está siempre acompañado. “No es bueno que el hombre esté sólo”, leemos en este relato. Un hombre sólo no es una buena creación. La razón está en que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. Y Dios no es un Dios solitario, es el Dios de la relación.
El Nuevo Testamento terminará por afirmar que Dios es Amor. La teología aclarará que, si Dios es Amor, eso sólo es posible desde la pluripersonalidad. Un solo Dios, único, pero no solitario: un Dios en tres personas. El Amor siempre se entiende desde la relación. El amor a uno mismo y sólo a uno mismo, es un mal amor, es egoísmo. El ser humano sólo se descubre a sí mismo cuando sale de sí mismo, cuando se dirige al otro para amarle y cuando sabe que el otro camina hacia él para amarle también. En el amor mutuo está la plenitud de la persona y la mejor realización de la imagen de Dios-Amor.
Esa imagen del ser humano que ofrece la religión judeo-cristiana encaja perfectamente con lo que dice la moderna psicología. Uno de los problemas más serios que tienen los humanos es el de la soledad. No sólo la soledad exterior: el silencio asusta y, por eso, se busca la compañía del teléfono móvil, o de los auriculares, o de un compañero cualquiera. Más deprimente es la soledad interior, ese vacío personal que se manifiesta de tantas formas y que produce nefastos resultados, angustia vital. Psicólogos y psiquiatras constatan que una gran mayoría de angustiados son seres que no pueden sufrir la soledad y son, por lo mismo, buscadores de comunicación. Una de las cosas que más necesita hoy la gente es ser escuchada.
Ocurre que esta necesidad que tenemos de los demás, puede convertirse en un infierno cuando el otro, en vez de complementarnos y amarnos, pretende dominarnos y aprovecharse de nosotros. Dicho de otra manera: hay buenas y malas compañías. Las buenas son las que nacen del amor, las malas son las que se convierten en dominio y sumisión. No todas las relaciones son humanas y constructivas. Las hay inhumanas y destructivas. La relación del padre con el hijo, o del amigo con el amigo, es constructiva. La relación del señor con el esclavo es destructiva.
De ahí que el Nuevo Testamento contrapone la filiación o la amistad a la esclavitud. Hay una dependencia, la que brota del amor (la relación paterno-filial o la amistad) que es liberadora. Hay otras dependencias que son esclavizantes. Por eso dice san Pablo de los cristianos: “no habéis recibido un espíritu de esclavos, sino un espíritu de hijos”. Y Jesús de sus discípulos: “no os llamo esclavos, a vosotros os llamo amigos”. Lo contrario de la esclavitud no es la libertad sin más, sino una dependencia liberadora, la dependencia del amor.