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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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14
Ago
2010
La Asunción de la Virgen
11 comentarios

Albergo la convicción de que una buena reflexión teológica sobre María puede ayudar a comprender mejor la vida cristiana. El misterio de la Asunción es un buen ejemplo de ello.
 

Las liturgias católica, ortodoxa y anglicana, conmemoran el 15 de agosto la fiesta de la Asunción. En cierto modo es una fiesta ecuménica. En la isla de Mallorca, en la que estoy pasando unos días, quedan restos de antiguas tradiciones populares sobre esta fiesta en forma de alguna procesión, alguna novena, retablos y pinturas. Pero, sobre todo, porque en prácticamente todas las Iglesias de la isla se expone a la Virgen “muerta” rodeada de ángeles. Esta denominación popular de la “Virgen muerta” convive con otras de carácter más teológico, como el Tránsito o la Dormición de María. Ambos aspectos, el popular y el teológico, resultan significativos para la antropología cristiana: María muere, porque esta es la condición por la que todo ser humano debe pasar para entrar en la gloria; pero la dormición y el tránsito orientan a otra dimensión del fin de la vida terrena: para el cristiano, la vida no termina, se transforma; por tanto la defunción no existió para María ni existe para el cristiano.
 

Hay que distinguir entre la Asunción y la Ascensión. En la Ascensión, Cristo sube al cielo por su propio poder. María es asunta porque son los ángeles (que en las representaciones icónicas rodean su cuerpo muerto) quienes la transportan al paraíso. Los ángeles: signo de la presencia de Dios. María, y todo cristiano, entra en la vida definitiva por el poder de Dios. Los cristianos de Bizancio representan la asunción del alma de María, mientras que en Occidente es más frecuente la asunción del cuerpo. En algunos retablos de Mallorca se aprecian huellas de la asunción del “alma”. Las almas se representan como infantes amortajados, como puede comprobarse en los retablos de la Seo, y de las Iglesias de Montesión y Santa Eulalia de Palma. Vemos aquí las dos maneras como se ha concebido la entrada en la gloria, en función de distintas antropologías. Hoy la teología mayoritariamente entiende que la salvación integra todas las dimensiones de la persona, alma, cuerpo, corazón, conciencia, cultura, relaciones. En este sentido, el misterio de la Asunción de María es prototipo de lo que ocurre con cada persona: todas sus dimensiones, incluidas las corporales, quedan integradas en la salvación.

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13
Ago
2010
La edad de la comunión no es la cuestión
5 comentarios

Aprovechando que hace 100 años Pío X decretó que los seis años era una buena edad para hacer la primera comunión, puesto que el niño ya goza de “uso de razón”, el Cardenal Cañizares ha publicado un artículo en L’osservatore romano lamentando que actualmente se tienda a retrasar la primera comunión, y reivindicando para ello una edad temprana. Monseñor Cañizares afirma que hoy se ha adelantado la “madurez” y, por tanto, a los seis o siete años se es perfectamente consciente de lo que se hace. Estoy de acuerdo. Pero siempre que demos por supuestas algunas cosas, que quizá no hay que dar tan por supuestas.
 

Los seis años es una buena edad para comulgar siempre que el niño tenga una conciencia cristiana adecuada a su edad. Desgraciadamente, muchas primeras comuniones, a los 8, 9 y 10 años, no cumplen esa condición. Hoy el ambiente familiar no propicia esa madurez cristiana. En muchos casos la ceremonia se hace por inercia o costumbre social y familiar. Se aprovecha la ocasión para hacer fiesta, celebrando que la niña o el niño ya empiezan a ser unos mocitos.
 

Una vez que aceptamos el bautismo de los niños, donde es evidente que no tienen madurez personal para profesar la fe que el rito supone y exige, no veo qué problema puede haber en recibir la eucaristía sin una conciencia suficiente y adulta de lo que es y pide el sacramento. Siempre que ocurra lo mismo que con el bautismo, a saber, que los padres y padrinos se comprometan a educar y acompañar al niño en la fe. En el caso del bautismo este compromiso es dudoso en muchas ocasiones; en paralelo, estamos facilitando primeras comuniones en las que el compromiso de los padres es igualmente dudoso.
 

El bautismo y la eucaristía deberían ser la culminación de un proceso catecumenal, de una madurez en la fe, de un “haber llegado a ser cristiano”. Una vez que hemos cambiado el orden y aceptado que “primero se les bautice, luego les enseñaremos a ser cristianos” (como decía San Agustín), tampoco habría problema en aceptar que “primero se les imparta la eucaristía, luego les enseñaremos lo que significa y exige”. Donde yo veo problema es en el “luego”. Porque “luego”, con demasiada frecuencia, no ocurre nada. El problema no es la edad, es cómo hacer hoy cristianos. Porque “los cristianos no nacen, se hacen”, decía otro autor antiguo llamado Tertuliano.

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10
Ago
2010
Buscar la verdad en la mentira
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Es conocido un texto que Tomás de Aquino cita atribuyéndolo a San Ambrosio: “La verdad, la diga quien la diga, proviene del Espíritu Santo”. Menos conocido es otro texto en el que, comentando una palabra de Jesús sobre el diablo como padre de la mentira, dice que “en los demonios hay alguna verdad, así como algo verdadero”. En caso contrario, argumenta el santo, el diablo no tendría posibilidad de entender nada; luego en él tiene que haber capacidad para la verdad. Por tanto, la verdad, aunque la diga el diablo, sigue siendo verdad, y los amantes de la verdad deben prestarle atención, no tanto por quien lo dice, sino por lo que dice.
 

El pensamiento de Tomás de Aquino tiene una interesante aplicación: hay que saber buscar la verdad incluso donde parece que sólo hay error y mentira. O dicho de forma más suave: hay que buscar la verdad debajo de muchas reacciones desconcertantes y de muchas cosas con las que no estamos de acuerdo. Pues buscando la verdad que puede haber en ellas tenemos una posibilidad de reorientarlas, de reconducirlas al buen camino. Si solo condenamos, no hay modo de “encontrarnos” con el diferente, ni de evangelizar. Hay que buscar un punto de encuentro, un punto de partida, una base buena en el otro desde la que poder construir. Partir de su parte de verdad, de su lado bueno, buscar la verdad y el bien incluso allí donde no es fácil encontrarlo, pero seguros de que algo bueno tiene que haber.
 

¿No hay una falta de cariño, y por tanto, una búsqueda implícita de amor, en muchas búsquedas explícitas de sexo? ¿No hay una falta de acogida, una soledad profunda, y por tanto, una búsqueda implícita de amor, en muchas contestaciones violentas de los adolescentes y de los no adolescentes? ¿No hay una búsqueda de comprensión, y por tanto, una búsqueda de amor, en muchas expresiones de disgusto, en tanta cara seria y malhumorada de la gente? ¿No hay incluso una falta de comunión y, por tanto una búsqueda de fraternidad y, en definitiva, de Dios, en tantas protestas contra el mal y contra la injusticia del hombre moderno? ¿No hay una búsqueda de santidad en tantas críticas y lamentos contra los pecados de la Iglesia? ¿No hay un deseo de justicia en el grito rebelde y, a veces, violento de los pobres?

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7
Ago
2010
Domingo de Guzmán, hombre de paz
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A Domingo de Guzmán le han dado muchos calificativos. Me gusta el de “predicador de la gracia”. También le han calificado de primer inquisidor. Hoy sabemos que esto es imposible, porque la inquisición fue fundada por el Papa Gregorio IX doce años después de su muerte. Aún así, algunos historiadores insisten en que su celo precozmente inquisitorial no admite ninguna duda. Me parece una afirmación desventurada, pues Santo Domingo nunca entregó a nadie al “brazo secular”, o sea, no condenó a nadie a la hoguera, algo de lo que no se privarán los inquisidores. Es cierto que a algunos de los herejes convertidos les impuso severas penitencias, pero este dato hay que situarlo en el contexto de la época y verlo como resultado del ejercicio de su condición sacerdotal.
 

Hay un dato sorprendente en la vida de Santo Domingo. Las fuentes históricas guardan un absoluto silencio sobre cuatro años de su vida, los que van de 1211 a 1215. Los cronistas cuentan que antes de 1211 disputaba con los herejes en compañía del Obispo Diego. Después de 1215 relatan los hechos que culminan en la fundación de la Orden de Predicadores, confirmada a finales de 1216 por Honorio III. ¿Cómo es posible que durante cuatro años un personaje tan importante haya sencillamente desparecido de la historia? Precisamente porque no pertenece a la historia. La “historia” en estos años es otra: la cruzada. En ella estaban mezclados muchos eclesiásticos. Pero no Domingo de Guzmán. A él no se le nombra en ningún acto de guerra. Está ausente de concilios, conferencias y asambleas eclesiásticas que hacían balance de la situación, analizaban dificultades y buscaban soluciones. No está presente en asedios ni en acciones de gracias (con cantos del Te Deum) por los triunfos. No se le nombra en ninguna de las cartas que se enviaban o venían de Roma.
 

Domingo no existe para la guerra. Porque él confía en la fuerza de la Palabra. Y en la guerra lo que cuenta es la fuerza de la espada. Estos años en los que Domingo de Guzmán desaparece de la historia resultan muy significativos. Incluso hay quién dice que la decisión que posteriormente tomó, una vez confirmada la Orden, de dispersar a los frailes por el mundo, fue precisamente para que abandonasen Toulouse, la región entregada a la cruzada. En aquel contexto era imposible poner en práctica el ideal de la predicación evangélica. Domingo, hombre de paz, cuya única fuerza es la palabra.

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3
Ago
2010
Aclaraciones sobre el divorcio
15 comentarios

En un post anterior me referí a la curiosa correlación que parece darse entre celibato y postura ante el divorcio. Debo aclarar que se trata de la postura oficial de las Iglesias: la católica está en contra; las iglesias protestantes, e incluso las iglesias ortodoxas, suelen aceptar un segundo matrimonio. Dicho lo cual, a propósito de mi post se suscitan, al menos, tres cuestiones que merecen ser consideradas.

Una: ¿cuál es el motivo por el que Jesús está en contra del divorcio? Posiblemente tienen razón los que dicen que la postura de Jesús era una defensa de la mujer, ya que es bien sabido que en su tiempo, el único que tenía derechos de repudio era el varón. De ahí lo significativo que resulta que, en el evangelio de Marcos, Jesús, tras referirse al repudio del varón, habla de algo nuevo e imposible según la ley de entonces: “si ella repudia a su marido” (Mc 10,12). Es como si dijera: no estoy de acuerdo con el divorcio, pero puestos a hablar de divorcio, ella tiene los mismos derechos que él.

Otra pregunta es: ¿qué haría hoy Jesús? No lo que entonces dijo e hizo a propósito del divorcio y de otros asuntos, sino lo que hoy diría y haría. La verdadera cuestión a la que debemos responder los cristianos de hoy es cómo organizar la sociedad y la Iglesia a la luz del Evangelio. La fidelidad a Jesús no pasa por la repetición de lo que él dijo e hizo, sino por buscar en nuestro contexto aquellas palabras y actitudes que respondan a lo que él hizo en otra situación y que realicen hoy su propósito fundamental, que iba más allá de determinas aplicaciones concretas. Quizás hoy su propósito fundamental exige nuevas y distintas realidades.

Finalmente, el verdadero problema es la situación de muchas personas cristianas divorciadas o separadas, que han encontrado otra persona con la que rehacer su vida. Aquí no se trata de culpables. Se trata de cómo hoy la Iglesia acoge a estas personas y les ayuda a vivir su vida cristiana. Desgraciadamente, es un hecho que bastantes personas que en materia de familia y orientación sexual no están en una situación acorde con los cánones, no se sienten suficientemente comprendidas, ni acogidas, ni ayudadas.

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1
Ago
2010
Infanticidas y aborteros
8 comentarios

“El infanticida es más racional que el abortero; y también, en cierto modo, más bizarro”. Es una frase literal sacada de un artículo de opinión publicado por el ABC. El artículo toma pié de un espantoso descubrimiento ocurrido en Francia: tras la aparición de restos humanos en el jardín de una casa, una mujer de 45 años ha confesado que, a lo largo de los últimos diez, había matado a sus ocho hijos recién nacidos y luego había enterrado los restos en el jardín. Al venderse la casa, las nuevos propietarios encontraron los restos. Pues bien, a partir de estos hechos que han conmocionado a Francia, el articulista aprovecha para sacar a colación el tema del aborto. Comparado con el aborto, el infanticidio sería más racional y bizarro, más valiente en suma. La racionalidad estaría en que con el infanticidio hay más posibilidades de “seleccionar” a los mejores, sacrificando con más seguridad a los inadaptados. La valentía vendría de que con el infanticidio hay que “mirar a la cara” del niño y en el aborto no hace falta.

 

Tengo la impresión de que, al comparar dos asesinatos, se trata de orientar el ánimo del lector hacia uno de estos males, considerándolo más cobarde e intolerable. Como en esta España de nuestros amores el tema del aborto es un asunto sensible (a la par que aborrecible), se aprovecha la ocasión para insinuar lo mal que estamos moralmente y lo perversas que son las leyes despenalizadoras del Gobierno. El aborto se utiliza como arma arrojadiza. Ya he dicho, en otras ocasiones, que las comparaciones, además de odiosas, no empeoran ni mejoran los elementos comparados. Pero sí logran que se termine hablando no del asunto del día, sino de otro asunto. Se ha comparado el aborto con Haití, con el hambre en el mundo, con la pederastia. Ahora se le compara con el infanticidio. Pues no, no hay nada que comparar. Cada cosa es mala o buena por sí misma. Hay que condenar claramente todo lo que atenta contra la vida. Pero mezclar un asunto con otro hace que la atención se desvíe del asunto que “ahora toca”, para además hacer política a costa de la moral. Desgraciadamente, además del aborto, hay muchas otras formas de matar igualmente condenables. Sería una irresponsabilidad olvidarlo.

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30
Jul
2010
Un Jesús célibe prohíbe el divorcio
6 comentarios

Hay suficientes motivos, desde el punto de vista histórico-crítico, para pensar que Jesús fue célibe. Pero ahora me interesa otra cosa, a saber, que los especialistas en la búsqueda del “Jesús histórico” están de acuerdo en atribuirle la prohibición absoluta del divorcio. Uno de los argumentos más serios a favor de la historicidad de la prohibición del divorcio por parte de Jesús, es la dificultad que tuvo la Iglesia primitiva para aceptarlo. En algunos textos es perceptible el esfuerzo por “abrir puertas” a esta prohibición. El evangelio de Mateo añade una excepción al texto más primitivo y más radical de Marcos y dice no al divorcio “excepto en caso de fornicación” (Mt 5,31). Más llamativo es aún Pablo: en su primera carta a los Corintios, después de dar “su opinión” sobre una serie de asuntos referentes a la virginidad, presenta como “orden del Señor” que la mujer no se separe del marido y que el marido no se divorcie de su mujer. Pero inmediatamente después vuelve a dar “su opinión”, consintiendo una excepción a tan tajante regla del Señor: en caso de matrimonio mixto es posible el divorcio.

¿Qué tiene que ver esto con el celibato? El profesor John P. Meier cuenta un hecho que le sucedió tras una conferencia en la Universidad de California. La mujer del profesor que le había invitado, tras escuchar de boca de Meier que probablemente Jesús era célibe, le dijo que para ella la mejor prueba de este celibato estaba en su absoluta prohibición del divorcio, algo que ningún hombre casado habría hecho jamás. Esto, que puede sonar a chiste, invita a reflexionar sobre los diferentes enfoques del divorcio en la Iglesia católica y en las protestantes. Desde su celibato, los obispos y sacerdotes católicos enseñan a los laicos que no está permitido el divorcio. El clero protestante, mayoritariamente compuesto por personas casadas, suele admitir el divorcio y el nuevo matrimonio en sus Iglesias. Aparece así una curiosa correlación entre la postura frente al divorcio y la situación marital del grupo sacerdotal que defiende una u otra postura.

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28
Jul
2010
La Iglesia, esa pista de carreras
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Benedicto XVI ha criticado, en diferentes ocasiones, el carrerismo en la Iglesia, ese deseo de medrar, de subir, de alcanzar puestos más altos, de ascender en la jerarquía. Evidentemente si no hubiera puestos altos que ocupar, el carrerismo quedaría sin objeto. Si suprimimos los altos puestos, desaparecerá el carrerismo.

Me cuentan, me dan nombres de eclesiásticos que hacen, organizan, llaman, con el único objeto de escalar puestos. Y me cuentan, me dan nombres de otros que lamentan que su tiempo “haya pasado”, que ya sea tarde para ellos. En esta carrera, los que más se afanan son los que ocupan puestos intermedios. Una vez que se ha llegado al primer puesto, o sea, al final de la carrera, resulta fácil criticar el carrerismo de los demás. Las ambiciones se colman, pero también se acaban, cuando se llega a lo más alto.

Me dicen que está muy bien eso de “seleccionar con cuidado” a los seminaristas, tal como repite Benedicto XVI. A condición de que la selección no tenga efectos inesperados, como ocurriría si otros seminarios acogiesen a los no seleccionados y, de este modo, presentasen en Roma cifras. Cifras para aparentar que tienen muchas vocaciones y, por tanto, que se merecen un puesto más alto en el escalafón jerárquico, dado lo bien que lo hacen.

Me cuentan, me dan nombres de teólogos que están vetados, y por eso nunca les llaman para dar charlas a profesores de religión, o para intervenir en lugares controlados por los carreristas. Son teólogos nada revolucionarios, pero tienen la rara virtud de pensar. Los carreristas llaman a los mediocres para que instruyan a sus controlados.

Tanta carrera desaparecería si la Iglesia dejase de ser una pista de carreras y se convirtiera en un comedor, con la mesa preparada para todos, en la que todos tienen la palabra y todos se escuchan. Iglesia comunión, Iglesia fraterna, Iglesia en la que uno deja de pensar en su carrera para pensar en servir a los demás.

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25
Jul
2010
Sacrificio, palabra muy positiva
9 comentarios

La palabra sacrificio, y más en estos tiempos que corremos, tiene connotaciones muy negativas. Sacrificio es el esfuerzo que los ciudadanos tendemos que hacer para salir de la crisis económica; sacrificada es la situación de las familias con dificultades para llegar a fin de mes, o la de tantas personas que no tienen lo necesario. La palabra sacrificio, en su sentido más corriente, indica privación, abnegación e incluso acción a la que uno se sujeta con gran repugnancia. Con este trasfondo, el sacrificio de Cristo se entiende de forma peyorativa. Quizás este sacrificio nos reporta algún bien a nosotros, pero para Cristo fue un momento doloroso a más no poder.

Pero esta es una mala comprensión del sacrificio. La palabra, etimológicamente, no va en dirección a lo negativo, sino a lo muy positivo: hacer sagradas todas las cosas, orientarlas en la dirección divina. El sacrificio no es privarnos de algo, sino agregarnos algo que nos enriquece. Sacrificio es una participación en la santidad de Dios, que conlleva como consecuencia necesaria una transformación positiva de toda nuestra realidad. La pena o la privación no es sacrificio. En el sacrificio se tata de realizar un cambio en la vida que nos permita entrar en comunión con Dios. Este cambio solo puede ser obra del amor divino, de la acogida del don de Dios.

El sacrificio de Cristo consistió en colmar de amor su sufrimiento y su muerte, y darles así un sentido positivo, hasta el punto de convertir en la más aplastante victoria lo que parecía el más terrible fracaso. Por eso es imposible separar la cruz de la resurrección, pues la resurrección muestra lo positivo del sacrificio de la cruz. Así resulta posible presentar el sacrificio de Cristo como lo más positivo que jamás se haya dado y en el que la humanidad está llamada a participar. La “perfección” que, según la carta a los Hebreos, alcanzó Cristo por su sacrificio no es otra que la resurrección.

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22
Jul
2010
El hombre vive de pan y utopía
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“El hombre no vive sólo de pan; vive de pan y utopía”. La frase es de Ernst Bloch, que ha escrito mucho y bien sobre la esperanza. Algo parecido nos recuerdan los evangelios, que quieren ser una buena noticia para los que “tienen hambre y sed de justicia”. Hoy, en un mundo lleno de injusticia, estamos más necesitados que nunca de pan que dignifique y utopía que ofrezca sentido.

Cuando empleamos la palabra utopía y, a veces, con ella calificamos al propio evangelio, no convendría que nos equivocásemos sobre su verdadero sentido. Utopía no se refiere a unos ideales inalcanzables. “Amar al enemigo o dar todos los bienes a los pobres es una utopía”, dicen algunos, queriendo decir: el evangelio dice cosas hermosas, pero imposibles de cumplir. La utopía no se refiere a futuros que nunca llegarán, sino a la posibilidad de realizar en el presente eso que anuncia la utopía, aunque para realizarlo sea necesario que se cumplan determinadas condiciones y cambien bastantes cosas. El anuncio de la utopía nos empuja a luchar para que esas condiciones se cumplan y así sea real la utopía.

En Jesús, la utopía cristiana, se hizo “topia”, realidad aquí, en nuestro mundo. Es importante convencerse del realismo del Evangelio para no dejarnos engañar por la falsa propaganda y las falsas interpretaciones del compromiso cristiano que predican un cielo que no baja a esta tierra y que, por tanto, no exige ningún cambio en los poderes que dominan nuestro mundo y empobrecen a muchos. Jesús no predicaba espiritualismos. El Espíritu que prometió a los suyos después de su partida no nos evade de ninguna realidad de injusticia, pobreza, guerra. El Espíritu transforma, cambia, conforma nuestra mente con la de Cristo y mueve a actuar con sus mismos sentimientos a favor de un mundo solidario y fraterno.

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