29
Ene2007Lo que nos hace humanos
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Ene
2007Ene
Desde el pasado 20 de enero se habla de una joven camboyana desaparecida a los ocho años y encontrada ahora tras pasar 19 años en la jungla. Poco a poco aparecen noticias que hacen pensar que la historia no está clara. Se habla de un hombre salvaje que la habría secuestrado y mantenido en cautividad. Lo más indigno es que se pueda hablar de utilizarla como “atracción de feria” (en parte ya ocurre algo de eso, pues el “padre” está cobrando a los periodistas para que la vean y fotografíen). Pero lo que me parece más interesante de esta historia es que ha suscitado, bajo diferentes formulaciones, la pregunta de si es lo biológico lo que nos hace humanos o es lo social. A mi entender ambos aspectos son necesarios para entender lo humano. Una persona aislada es incapaz de desarrollar las potencialidades de nuestra especie.
El Vaticano II dejó dicho: “el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”. Mucho antes el libro del Génesis había puesto en boca de Yahvé estas palabras: “no es bueno que el hombre esté solo”. Un hombre solo no es una buena creación. Por eso, “Dios los creó macho y hembra” (Gn 1,27). El ser humano siempre es plural. Tomás de Aquino hace una interesante exégesis de Gn 1,27: “dice en plural los para evitar que se entienda que ambos sexos se daban en un solo individuo”. Esta observación parece una buena respuesta (aunque Sto. Tomás no aluda a ello) al mito de los andróginos, ese que dice que al principio los dos sexos se daban en un solo individuo. Sin un auténtico referente, sin otro igual y diferente, no es posible madurar en humanidad.
Parece legítima la pregunta: ¿Y si este referente, si este otro que me hace crecer y me sirve de medida, no sólo fuera mi igual, sino mi superior? Si lo que hace grande al ser humano es tener un otro con el que medirse y relacionarse, ¿su grandeza no alcanzaría una dignidad insuperable si este Otro fuera Dios?
El Vaticano II dejó dicho: “el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”. Mucho antes el libro del Génesis había puesto en boca de Yahvé estas palabras: “no es bueno que el hombre esté solo”. Un hombre solo no es una buena creación. Por eso, “Dios los creó macho y hembra” (Gn 1,27). El ser humano siempre es plural. Tomás de Aquino hace una interesante exégesis de Gn 1,27: “dice en plural los para evitar que se entienda que ambos sexos se daban en un solo individuo”. Esta observación parece una buena respuesta (aunque Sto. Tomás no aluda a ello) al mito de los andróginos, ese que dice que al principio los dos sexos se daban en un solo individuo. Sin un auténtico referente, sin otro igual y diferente, no es posible madurar en humanidad.
Parece legítima la pregunta: ¿Y si este referente, si este otro que me hace crecer y me sirve de medida, no sólo fuera mi igual, sino mi superior? Si lo que hace grande al ser humano es tener un otro con el que medirse y relacionarse, ¿su grandeza no alcanzaría una dignidad insuperable si este Otro fuera Dios?