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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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29
Ene
2007
Lo que nos hace humanos
2 comentarios

Desde el pasado 20 de enero se habla de una joven camboyana desaparecida a los ocho años y encontrada ahora tras pasar 19 años en la jungla. Poco a poco aparecen noticias que hacen pensar que la historia no está clara. Se habla de un hombre salvaje que la habría secuestrado y mantenido en cautividad. Lo más indigno es que se pueda hablar de utilizarla como “atracción de feria” (en parte ya ocurre algo de eso, pues el “padre” está cobrando a los periodistas para que la vean y fotografíen). Pero lo que me parece más interesante de esta historia es que ha suscitado, bajo diferentes formulaciones, la pregunta de si es lo biológico lo que nos hace humanos o es lo social. A mi entender ambos aspectos son necesarios para entender lo humano. Una persona aislada es incapaz de desarrollar las potencialidades de nuestra especie.

El Vaticano II dejó dicho: “el hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”. Mucho antes el libro del Génesis había puesto en boca de Yahvé estas palabras: “no es bueno que el hombre esté solo”. Un hombre solo no es una buena creación. Por eso, “Dios los creó macho y hembra” (Gn 1,27). El ser humano siempre es plural. Tomás de Aquino hace una interesante exégesis de Gn 1,27: “dice en plural los para evitar que se entienda que ambos sexos se daban en un solo individuo”. Esta observación parece una buena respuesta (aunque Sto. Tomás no aluda a ello) al mito de los andróginos, ese que dice que al principio los dos sexos se daban en un solo individuo. Sin un auténtico referente, sin otro igual y diferente, no es posible madurar en humanidad.

Parece legítima la pregunta: ¿Y si este referente, si este otro que me hace crecer y me sirve de medida, no sólo fuera mi igual, sino mi superior? Si lo que hace grande al ser humano es tener un otro con el que medirse y relacionarse, ¿su grandeza no alcanzaría una dignidad insuperable si este Otro fuera Dios?

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25
Ene
2007
Amante de la verdad
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Tomás de Aquino murió un siete de marzo. Antiguamente se celebraba su fiesta en esta fecha. Pero la coincidencia con la cuaresma hizo que se fijase para celebrar su recuerdo el 28 de enero. Ese día, pero del año 1369, su cuerpo fue trasladado a la iglesia dominicana de su nombre en Toulouse.

De San Agustín conocemos su vida, sentimientos y reacciones por propia confesión. Sto. Tomás nunca suele hablar de sí mismo. Una de las pocas veces en que lo hace aprovecha unas palabras de San Hilario: “soy consciente de que el principal deber de mi vida para con Dios es esforzarme por que mi lengua y todos mis sentidos hablen de El”. En este contexto, Tomás realiza el elogio de la teología. Entre otras cosas dice que su estudio nos hace amigos de Dios: “por él la persona se asemeja principalmente a Dios, y como la semejanza es causa del amor, el estudio de la teología une especialmente a Dios por amistad”.

Tomás de Aquino no es patrimonio de nadie, es un bien común de toda la Iglesia y de todos los teólogos. Lo mejor que se puede hacer con su doctrina no es repetirla materialmente, sino seguir sus grandes intuiciones, buscar el modo de aplicarlas a la situación actual, y tomarle como modelo de buen hacer teológico. Tomás era un hombre que estaba a la escucha, a la escucha también de aquellos con los que no estaba de acuerdo, pero de los que también aprendía mucho, pues estaba convencido de que la verdad –al menos un destello de ella- se encuentra en todas partes; y de que toda verdad, incluso si por hipótesis la dijera el diablo, viene del Espíritu Santo. Hoy hay dos modos de leer a Sto. Tomás: el fijado en un conjunto de tesis abstractas y soluciones prefabricadas, que vuelve a estar de actualidad en ciertos sectores involucionistas; y el Tomás lleno de frescura y originalidad, abierto a los grandes interrogantes de la humanidad. Este último creo que es el asumido por la Orden Dominicana.

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19
Ene
2007
Reciprocidad entre las religiones
5 comentarios

En el encuentro entre las religiones es fundamental la reciprocidad. Cierto, la tolerancia no puede exigir la reciprocidad (con todo, también es cierto que no cualquier cosa se puede tolerar, como por ejemplo un discurso racista o que incita al odio). Quien sólo ama los que le aman, no conoce el verdadero amor. Quién sólo es honrado con los honrados, no es realmente honrado. La virtud vale por sí misma y no porque sea recíproca. La tolerancia tiene un valor propio, que no depende de la tolerancia o de la intolerancia del otro. La virtud de la tolerancia es muy difícil.

Ahora bien, esto no quita que la plenitud de las virtudes referentes al prójimo sea la reciprocidad. El verdadero amor ama siempre, también al enemigo. Pero la plenitud del amor no está en el amor al enemigo, sino en el amor recíproco, que se convierte en amistad. De ahí que en el encuentro entre las diversas religiones, la plenitud del encuentro esté en la reciprocidad. Sólo así pueden desterrarse para siempre los peligros de violencia entre las religiones.

Que la reciprocidad sea verdad significa que una religión no puede abrogarse privilegios frente a otras, que no puede pretender que sea siempre el otro el que ceda, que ella debe estar dispuesta a ceder en eso mismo que pide al otro que ceda. Me parece muy acertado al respecto lo que dice la monja española Pilar Vila Sanjuán, de la Congregación de Jesús y María, directora de uno de los más prestigiosos colegios de Pakistán: “No venimos a convertirles; sólo les pedimos que nos traten como nosotros tratamos a los musulmanes”.

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13
Ene
2007
La autocrítica nos hace creíbles
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Según algunas encuestas la Iglesia goza de poca credibilidad. Quizás habría que matizar que quienes más contribuyen a esta pérdida de confianza son los eclesiásticos, o sea, los que tienen una función pública en la Iglesia. El más reciente caso conocido que no ayuda a generar confianza es el de Stanislaw Wielgus, proclamado y dimitido arzobispo de Varsovia. Pero es uno más. Basta recordar el escándalo de los abusos sexuales del P. Marcial Maciel, o la implicación de clérigos en las matanzas entre hutus y tutsis en Ruanda, o la colaboración de clérigos en casos de tortura en tiempos de la dictadura militar argentina. Y mil casos más.

Aquí no se trata de que todos seamos pecadores. Se trata de que hay actuaciones que son incompatibles con el digno ejercicio de determinadas tareas. Las reacciones de Benedicto XVI, en algunos de los casos más llamativos ocurridos en estos últimos meses, merecen ser aplaudidas. La pena es que muchos creyentes sólo cuando interviene el Papa aceptamos que se critiquen estas actuaciones inadecuadas (por calificarlas de manera suave, siguiendo mi estilo que pretende ser amable).

A mi todo esto me hace pensar que un poco más de autocrítica y un poco menos de ocultamiento contribuiría a la credibilidad de la Iglesia. Del mismo modo que el hecho de que los Evangelios no oculten las “debilidades” de Jesús o las incomprensiones, en realidad la falta de fe, de sus más cercanos (incluida María: ¡ya estamos dirá alguno!, pero es que es así: léase Mc 3,20-35 entre otros pasajes), contribuye a la credibilidad de estos relatos. Nadie se dedica a propalar determinados asuntos familiares si no son ciertos. Hay que ser amigos de la familia, claro que sí. Pero reconocer la verdad no nos hace enemigos, nos hace creíbles. Y si no somos nosotros los que la damos a conocer, otros lo harán, con peores intenciones. Y luego nos quejaremos atacando al mensajero.

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12
Ene
2007
Apelar a la razón
4 comentarios

En el balance del año 2006 que Benedicto XVI realizó al acabar el año se refirió a su viaje a Turquía. Aprovechó para manifestar su respeto por la religión islámica. E invitó a intensificar el diálogo con el islam teniendo en cuenta que “el mundo musulmán se encuentra ante una tarea similar a la que los cristianos tuvieron que afrontar ante la Ilustración y que, tras una búsqueda laboriosa, solucionó el Concilio Vaticano II”. Los católicos debemos comprender que esta tarea no es fácil, dado que también a nosotros nos costó armonizar razón y fe, abandonar la interpretación fundamentalista de las Escrituras, admitir la libertad de conciencia y emprender el diálogo interreligioso.

Las palabras del Papa van en línea similar a lo que planteaba su famoso discurso en la Universidad de Ratisbona: “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”. Y es ahí, en este actuar según la razón donde hay que poner el acento en el diálogo entre culturas y religiones y en el diálogo entre las religiones. La fe cristiana no niega la importancia, más aún la necesidad, de una razón iluminada. Lo que discute es que la razón deba limitarse a lo que se puede verificar con la experimentación. De ahí la necesidad, decía el Papa en Ratisbona, de “abrirse a la amplitud de la razón”. Por su parte, la teología musulmana otorga especial importancia a la afirmación de que la fe musulmana es racional y no exige creer en ningún dogma que se oponga a la razón.

En el diálogo interreligioso es necesario apelar a la razón, porque como muy bien decía Tomás de Aquino, con aquellos que no aceptan la verdad de las Escrituras cristianas “hemos de recurrir a la razón natural”. Y añadía: “que todos se ven obligados a aceptar”. ¿Cómo no estar de acuerdo? Pero también surgen las preguntas: cuándo hablamos de razón, ¿entendemos todos lo mismo? De ahí la necesidad de contar con la buena voluntad de los interlocutores, con su paciencia, su capacidad de escucha, su esfuerzo de comprensión. Y de recurrir a algo más radical que nos une y debería impedir toda confrontación: la común humanidad.

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6
Ene
2007
Si se trata de oración...
8 comentarios

Se ha hablado, en estas últimas semanas, de la posibilidad de convertir la catedral-mezquita de Córdoba en lugar de encuentro ecuménico, en el que pudieran orar creyentes de las tres grandes religiones “abrahámicas”. Todo empezó con unas solicitudes (al presidente del gobierno español y luego al Papa) del presidente de la Junta islámica de España. Y todo parece -al menos por ahora- haber terminado con la negativa del obispo de Córdoba a aceptar el “uso compartido del templo”.

En este asunto hay que distinguir dos aspectos: uno, el que un lugar de culto de una terminada religión sea lugar en el que creyentes de otras religiones puedan eventualmente orar, como ocurrió en Asís cuando Juan Pablo II se reunió con líderes religiosos de todo el mundo para orar en la Basílica de Asís, o más recientemente, cuando Benedicto XVI oró en la mezquita Azul de Estambul. El otro aspecto es que un determinado líder religioso pretenda que le cedan el uso compartido del templo de otra religión, pues eso plantea otro tipo de problemas y requiere conversaciones en las que se puede apelar a eventuales derechos históricos pasados, sin olvidar los derechos históricos presentes adquiridos con el uso a lo largo de la historia.

En todo caso, si se trata de orar en el mismo lugar, bien juntos, bien en tiempos distintos, la lógica del asunto sólo debe conducir a un buen entendimiento. Convendría, pues, preguntarse por las auténticas intenciones que animan la petición. Y también si estamos dispuestos a purificar nuestras intenciones y a ayudarnos mutuamente en esta costosa y permanente tarea de la purificación. Si se trata de oración, seguro que es bueno para todos. Si se trata de oración se nos está planteando un inesperado y estimulante desafío: ¿qué sinagoga, iglesia o mezquita será capaz de abrir  sus puertas para unir en la oración a los creyentes de las tres grandes religiones monoteístas?

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