Abr
¿Última impostura o última verdad?
7 comentariosDurante toda la semana de Pascua, la primera lectura de la liturgia eucarística, repite como si fuera un estribillo: “vosotros lo matasteis (a Jesús), pero Dios lo resucitó”. No fue Dios quién entregó a Jesús a la muerte, sino unos hombres malvados que no pudieron soportar su vida y su palabra. Porque cuando uno se encuentra con un profeta tan incisivo y coherente como Jesús de Nazaret, no hay neutralidad posible. Solo caben dos posturas: o convertirse o rechazarle. Precisamente el reproche que Jesús lanza contra algunos judíos es “que no han creído en mi”. Y, al no creer en Jesús, no han creído en el que le ha enviado. Es significativo este texto del evangelio de Juan: “si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mi y a mi Padre” (Jn 15,24). Es posible odiar al Padre, al Hijo y al Espíritu, habiendo visto obras asombrosas.
Dios fue el que sacó a Jesús de la muerte. Ahí está, para los que creen, la gran prueba de que Jesús tenía razón y de que su camino era el bueno. Con la resurrección, Dios da la razón a Jesús y se la quita a sus asesinos. Por este motivo, proclamar la victoria de Cristo sobre la muerte es un discurso peligroso. Es llamativo el argumento que emplean los sumos sacerdotes y los fariseos, cuando van a Pilato a pedir una guardia para custodiar el cadáver de Jesús, temerosos de que los apóstoles roben el cuerpo y luego digan que ha resucitado: “la última impostura será peor que la primera” (Mt 27,64). Tenían más miedo de su resurrección que de su vida. Porque con la resurrección su vida se reafirma hasta límites insospechados.
Lo que para los fariseos es la última impostura, para los creyentes es la última verdad. Pero proclamar esta verdad implica que las autoridades no tenían razón; y que lo que ellas defendían –una religión basada más en el culto que en el amor a Dios y al prójimo- no tiene ningún futuro. El futuro, a pesar de tantas apariencias contrarias, se encuentra en la verdad, la vida, la belleza, la justicia y el amor. Por eso digo que la fe en la resurrección es un discurso y un recuerdo peligroso.
Con la resurrección todo comienza de nuevo. De ahí nace la Iglesia, el testimonio, la predicación. A partir de ahí se reinterpreta la vida de Jesús y se comprende la verdad más profunda de la historia de la salvación: Jesús resucitado nos abre el entendimiento para comprender las Escrituras. Con la resurrección todo cobra sentido. La última palabra no es de los hombres y, mucho menos, de los poderosos de este mundo. La última palabra es de Dios. Esta Palabra es Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. Por eso, la resurrección nos remite al seguimiento de Cristo. Siguiéndole a él, viviendo como él, pensando como él, también nosotros participaremos del futuro que Dios tiene preparado para todos los que le aman.