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Si quieres, puedes curarme
11 comentarios“Si quieres, puedes limpiarme” son las palabras que un leproso le dirige a Jesús (Mc 1,40). Según el relato evangélico, Jesús curó al leproso. Recuerdo el comentario que me hizo una buena amiga, con serios problemas de salud, después de escuchar este relato en la liturgia dominical. Ella contaba que una vez había estado en Lourdes. Y en la gruta, delante de la imagen de la Virgen, tuvo la tentación de repetir las palabras del leproso del evangelio: “si quieres, puedes curarme”. Pero no lo hizo. Lo que ella pidió fue algo posiblemente más difícil: “ayúdame a sobrellevar mi enfermedad”.
Lo fácil es decir que Dios es bueno cuando las cosas van bien. Lo difícil es creer en Dios en toda circunstancia, en los momentos buenos y en los malos. Ahora bien, yo sospecho que cuando las cosas van bien, algunas personas, en vez de dar gracias a Dios y reconocer que todo lo bueno viene de él, lo que hacen es apelar a la buena suerte o, incluso, a los propios méritos. Cuando las cosas van mal, entonces algunos se acuerdan de Dios, pero no para alabarle, sino para culparle: “¿qué habré hecho yo, Señor, para merecer esto?”. El justo es el que bendice al Señor en todo momento, consciente de que Dios no es un criado, que encima tiene poderes mágicos, y que está ahí para satisfacer nuestros caprichos. La oración es otra cosa: es dar gracias a Dios por haberle conocido y por gustar la alegría de su presencia amiga en todas las circunstancias de la vida, sabiendo que en la vida hay buenos y malos momentos, alegrías y tristezas, porque esto es lo propio de la condición humana.
Un Dios milagrero, un dios que soluciona los problemas con sólo pedírselo, ese no es el Dios de Jesús. Ese es el dios de los que crucificaron a Jesús. En efecto, los enemigos de Jesús, al pié de la cruz, le instaban a qué bajase de la cruz. Esa bajada hubiera sido para los enemigos de Jesús la gran prueba de que Dios estaba con él. Y, añadían con ironía, que si eso ocurría creerían en él. Es dudoso que así fuera: en el fondo, cuando odias a alguien, cualquier cosa buena que le ocurra la interpretas de mala manera. Y cuando amas, aún en los momentos malos, sabes reconocer la maravilla del amor.