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Ser cristiano: afirmar una cosa y la contraria
6 comentarios“Uno que afirma contrarios, uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza”: así se definía a sí mismo Miguel de Unamuno. A este propósito le gustaba recordar aquellas palabras del Evangelio: “Señor, creo; ayuda a mi incredulidad”. ¿Cómo es posible que si uno cree pida ayuda para salir de la incredulidad? El Evangelio está lleno de paradojas, como la vida. Porque en la vida coexisten muchas tendencias. Y algunas parecen incompatibles. La contradicción fundamental a la que se refiere Unamuno es la que se da entre su razón, que se ve como obligada a afirmar que la muerte es el final de todo, y lo que él llama su corazón, que no se resigna a esta verdad afirmada por la cabeza. Unamuno se pregunta: ¿es solo verdadero lo racional? ¿Sólo la razón empírica o analítica es criterio de verdad? ¿Estas son las únicas razones que existen?
De alguna manera la contradicción está instalada en la doctrina y en la fe cristiana. En muchos aspectos el cristianismo es paradójico. Paradoja no es sólo lo contrario a la opinión común. Es también un modo de expresarse que envuelve una contradicción, pero más allá de la contradicción se está diciendo algo válido, real o verosímil. Por ejemplo, cuando yo digo: “este hombre es tan pobre que sólo tiene dinero”. El dinero, en nuestra sociedad, es definitorio de la riqueza. Pero en el ejemplo propuesto quiero decir que estamos ante un hombre que, por mucho dinero que tenga, es humanamente una persona a la que nadie quiere y, en este sentido, no tiene nada valioso.
Escuché a un colega teólogo que había leído algo así: “los cristianos afirman una cosa y la contraria. Y por eso son cuerdos”. En efecto, en muchas ocasiones las afirmaciones unilaterales conducen al fanatismo. Yo, como cristiano, afirmo que la Iglesia es santa y pecadora. Y considero que quién afirma sólo una de estas dos verdades corre el peligro de convertirse en un fundamentalista, en un intransigente. Encontramos puestas en boca de Jesús afirmaciones que se dirían contradictorias: el que pierde su vida, ese la gana; los primeros serán los últimos y los últimos los primeros; para dar fruto hay que morir; dichosos los que lloran; vended vuestro bienes, quedaos sin nada, y tendréis un tesoro. Recuerdo también este texto de Teresa de Jesús: “vivo sin vivir en mi”.
Nicolás de Cusa definió a Dios como la coincidentia oppositorum, el que concilia los opuestos, el que resuelve todas las contradicciones. ¿Y si fuera verdad? ¿Y si ese fuera el camino para la paz en la tierra (la coexistencia de lo distinto) y la salvación en el cielo (la coexistencia transformada en comunión)?