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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

19
May
2015

Predicadores de la fe

1 comentarios

La Orden de Predicadores –varones y mujeres- tiene una misión: anunciar el Evangelio de Jesucristo. Si la cumple, sean pocos o muchos, seguirá viva y pujante. En ella se agrupan mujeres y varones libres bajo la gracia. Personas, por tanto, que sólo se inclinan ante el Espíritu liberador de Dios. Paradójicamente, esta inclinación no degrada, más bien enaltece y dignifica.

En distintos lugares de su obra, Tomás de Aquino habla de los predicadores de la fe. En un precioso artículo de la Suma, en el que resume magníficamente todo el proceso que implica el anuncio del Evangelio, dice: para que se dé la fe, lo primero que se requiere es que a uno le digan o le propongan lo que tiene que creer, o sea, que le presenten a Jesucristo. Esta proposición es obra de Dios, que la realiza “mediante los predicadores de la fe por Él enviados”. Como apoyo de sus palabra el santo cita Rm 10,15: ¿Cómo oirán sin que se les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?

A continuación, Tomás de Aquino dice que los predicadores de la fe deben resultar convincentes, persuasivos. Esto no garantiza que el Evangelio sea acogido, pero es condición para que lo sea. ¡Cuántos se creen predicadores y no son más que discurseadores aburridos o repetitivos! Para convencer hace falta que el oyente empiece por creerse que el predicador se ha creído antes aquello de lo que quiere convencer.

El otro texto de Tomás de Aquino en el que estoy pensando se encuentra en una de sus cuestiones disputadas. Allí llega a decir que el máximo grado de amor a Dios no está (como muchos piensan) en la vida contemplativa, sino en aquellos que predican la fe. El santo aclara que una vida contemplativa, o sea, una vida de oración es muy deleitable, pero algunos se deleitan tanto en ella “que no quieren dejarla ni siquiera para entregarse a los servicios divinos para la salvación de los prójimos”. Y añade que “la más alta cima de la caridad” está en aquellos “que dejan la contemplación divina, aunque tengan en ella el máximo deleite, a fin de servir a Dios para la salvación de los prójimos”.

“Esta perfección, dice el santo, es propia de los predicadores”, los cuales “suben (o sea, se dirigen a Dios) por medio de la contemplación, y bajan (o sea, se vuelven hacia los seres humanos) por motivo del cuidado que tienen de la salvación de los prójimos”. Dicho de otra manera: el máximo grado de amor a Dios y de amor al prójimo (pues siempre van unidos) se encuentra en aquellos que viven intensamente la oración y la escucha de la Palabra, para luego transmitir eso que han vivido y escuchado, y hacerlo con convicción y elocuencia.

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Juan
20 de mayo de 2015 a las 17:21

Me extraña, fray Martín, que nadie comente sobre este interesante tema tuyo de la vida contemplativa y la predicación. Creo ser una buena pauta para maestros de novicios y novicias. Conozco a alguien que pasó sus primeros cinco años de dominico mirando al cielo olvidándose de los hombres y mujeres de la tierra. Amaba de tal forma lo sagrado, que despreciaba lo profano. Diríamos que malgastó cinco años aprendiendo a ser religioso y otros cinco a ser cristiano.

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