May
¿Podemos ser buenos sin Dios?
1 comentariosBastantes creyentes piensan que sin Dios todo el edificio de la moral se derrumbaría. Porque si Dios no existe, ¿no está entonces todo permitido? Este planteamiento encuentra en algunos ateos una extraña complicidad. También ellos están interesados en afirmar que la moral no precisa de la fe en Dios. Más aún, que sin Dios seríamos más libres y nos comportaríamos mejor. La religión todo lo estropea. Basta pensar en las consecuencias nefastas (llegando incluso a matar) que algunos sacan en nombre en Dios.
Ya Tomás de Aquino se preguntaba si podemos hacer el bien sin la gracia, o sea, sin Dios. Y respondía que sí. El ser humano puede organizar la sociedad, construir hospitales y carreteras, o preocuparse de los pobres y necesitados sin ser creyente. Pero de ahí no hay que concluir que a Dios sólo le necesitemos para alcanzar la vida eterna y que, en los asuntos mundanos, no tenga ninguna influencia. Al contrario, Dios es factor de humanidad. A Dios le necesitamos para vivir humanamente, para encontrar la plena estabilidad humana en este mundo. La gracia tiene repercusiones en el aquí y ahora de nuestra existencia mundana. Si el amor confiere estabilidad y equilibrio a la vida, la acogida del amor de Dios no puede menos de traducirse en una serie de repercusiones físicas, psicológicas y afectivas en nuestro ser y en nuestra manera de vivir. La confianza en Dios permite vivir sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte; o en todo caso, asumir los problemas y miedos de otra manera.
Según Tomás de Aquino en la actual situación de pecado, la gracia de Dios es necesaria para la realización efectiva de lo que hoy calificamos de derechos y deberes humanos. Pues toda vida humana se encuentra sometida a múltiples solicitaciones, y no todas son buenas. El hombre siente su inclinación al mal. Hay cosas que su razón y su conciencia le dicen que no son buenas y, sin embargo, el hombre se siente atraído por ellas. Unas veces la atracción del mal se le presenta tan súbitamente que no puede resistirla. Otras veces, el hombre quiere dejar de obrar el mal, pero parece como si el mal pudiera más que él, debido a las malas costumbres adquiridas o a la fuerza con que se presenta. Teóricamente, el hombre puede resistir una por una a las seducciones del mal. Pero llevar una vida según el bien y resistir habitualmente al mal, requiere serenidad, equilibrio, claridad de ideas y de objetivos. No cabe duda que la gracia de Dios, al otorgar estabilidad y equilibrio personal, es un socorro necesario para que la orientación del hombre hacia el bien encuentre continuidad y firmeza.
Por otra parte, no hay que olvidar que el Espíritu Santo actúa fuera de la explícita confesión cristológica. Su acción no está limitada por las Iglesias ni por las religiones. El es el que inspira todas nuestras buenas obras y el que las sostiene, lo sepamos o no lo sepamos. Y como el Espíritu Santo es inseparable de Cristo, hay que afirmar que donde hay bien, de una u otra manera, allí está el Señor; y dónde hay mal, hay ausencia de Dios.