Jul
Pero, esta gente ¿qué quiere?
7 comentariosEs posible que algunos recuerden algo que cantaba María del Mar Bonet: que volen aquesta gent, que truquen de matinada? (=¿qué quiere, qué pretende esta gente que llaman de madrugada?). La canción alude a un hecho real: allá por los años sesenta la policía fue a detener a un estudiante madrileño como enemigo del régimen y el joven acabo tirándose por la ventana (según la versión oficial, que a lo peor hasta es la buena, porque debieron ponerle en una situación desesperada). Pienso que esta pregunta: “¿pero qué pretende esta gente?”, podríamos hacérnosla a propósito de algún integrista católico que tiene capacidad de hacerse leer y oír. Lo malo de algunos de estos personajes es que dan miedo por su beligerancia, por sus obsesiones, por sus permanentes acusaciones, y porque buscan convertir a los superiores eclesiásticos de aquellos con los que no están de acuerdo en inquisidores que los castiguen y desautoricen públicamente. Sólo así parecen sentirse contentos.
Por desgracia, todavía quedan personas que, dentro y fuera, entienden que esa es la función de la autoridad en la Iglesia. Pero, según el Nuevo Testamento, la autoridad en las comunidades cristianas se entiende como un servicio fraterno. Y la Iglesia se autocalifica de madre y no de inquisidora. Y si tiene que decir una palabra de desacuerdo lo hace desde la comprensión, la acogida y el perdón. Las actitudes beligerantes no conducen más que a rupturas indeseables. La actitud adecuada en nuestras comunidades es la del diálogo fraterno, que no excluye el desacuerdo. El estar continuamente levantando el dedo acusador buscando defender una supuesta ortodoxia, no parece muy evangélico. La verdad sólo se defiende por la fuerza de la misma verdad, que penetra dulce y suavemente en las inteligencias y en los espíritus. Como dijo hace ya cincuenta años un gran Papa, se consigue más con la medicina de la misericordia que con el palo del castigo. Porque la verdad sin amor deja de ser verdad para convertirse en fanatismo. Dicho de otra forma: se logra más argumentando e iluminando las inteligencias que acusando, amenazando y rechazando.