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¿Nos salva la muerte de Jesús o su modo de morir?
9 comentariosNos salva Jesús, pero no sólo por su muerte, sino por el conjunto de su vida y, sobre todo, por su resurrección. Porque en su vida, muerte y resurrección, se manifiesta la actuación amorosa de Dios con todos los seres humanos. Aclaremos ahora el sentido salvífico de la muerte de Jesús.
Cuando decimos que esta muerte es salvífica no es por razones mágicas. La Escritura, utilizando imágenes propias del momento cultural en que se escribe y de la teología del Antiguo Testamento que conocían y comprendían los primeros cristianos, dice que hemos sido salvados por la sangre de su cruz. O sea, por su vida entregada. La sangre es la vida. Pero esta vida entregada es la vida que nosotros, los seres humanos, le hemos arrebatado, aunque por otra parte, él la entrega libremente.
De ahí la pregunta: ¿cómo nos salva Jesús por su vida entregada, cuando en realidad su muerte debería condenarnos? ¿No es la muerte de Cristo el mayor pecado que pueda cometer el ser humano, el rechazo del Mesías de Dios, la negación de la salvación que Dios ofrece? Esta muerte debería condenarnos. Pues ella no es el precio que Dios exige para sentirse satisfecho. Es el rechazo de Dios en Jesús. ¿Cómo iba a agradar a Dios la muerte de su Hijo, cómo iba a complacerle el rechazo del Hijo por parte de los seres humanos? Si resulta salvífica es por el modo como asume Jesús su muerte. Cuando los hombres rechazan al Hijo y no se convierten, sorprendentemente el Hijo no sólo perdona a los que le matan, sino que les justifica, ofrece una razón al Padre para que les perdone: “No saben lo que hacen”. Viven en el engaño, creen que crucifican a un impostor. Si supieran lo que hacen, no lo harían. Y en este gesto de justificación, el amor de Jesús se manifiesta como más fuerte que el mal del mundo, y su humanidad como más fuerte que la inhumanidad de los que le matan. Este amor revela a Dios. Y Dios puede así convertir el gesto de rechazo en expiación por los mismos seres humanos que rechazan a Jesús.
No nos salva la muerte de Jesús. Nos salva Jesús por su modo de morir. En la Cruz se manifiesta, hasta más no poder, el amor de Jesús y el de Dios por el ser humano. Y esta manifestación nos llama a la conversión. Jesús nos salva convirtiéndonos, llamándonos de nuevo a la amistad con Dios, llevándonos a Dios.