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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

25
Jun
2016

La justicia de Dios es su perdón

2 comentarios

La paz es efecto de la justicia, decía San Agustín. Y en el salmo 84 se afirma que la justicia y la paz se besan. Sin unos mínimos de justicia lo que aparece es el resentimiento y el odio. Por eso, los caminos de la paz pasan por un trabajo serio a favor de la justicia y de la dignidad de todos los ciudadanos. Ahora bien, no hay nada más alejado de la justicia que la venganza. Por eso la justicia debe traducirse en misericordia y perdón. Una justicia que no tiende hacia el amor resulta inhumana. La justicia sola no es suficiente para el logro de una auténtica humanidad ”si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones” (Juan Pablo II).

El perdón es uno de los mejores caminos hacia la paz. El Papa Francisco ha recordado que la justicia de Dios es su perdón. Ya antes, Juan Pablo II, tras reconocer que “no hay paz sin justicia”, añadió: “no hay justicia sin perdón”. El perdón es propio de los magnánimos y de los fuertes. Si a corto plazo puede parecer una pérdida, a la larga, asegura un provecho real. El perdón puede parecer una debilidad; en realidad tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda prueba. Lejos de ser un menoscabo para la persona, el perdón lleva hacia una humanidad más plena y más rica, capaz de reflejar en sí misma un rayo del esplendor del Creador. Así se comprende que el primer beneficiario del perdón es el que perdona: “el perdón no es un favor al malvado, sino una necesidad de la víctima para superar el dolor” (Santiago Roncaglioglio).

Sin perdón, la venganza engendra más violencia y encadena un círculo vicioso sin fin. Por el contrario, perdonar es empezar de nuevo, rehacer la historia, escribir de nuevo la trayectoria de las cosas y de las personas. Perdonar es intentar lo imposible, deshacer lo que ha sido, abrir nuevas metas allí dónde parece que todo está terminado. En este sentido el poder de perdonar es el potencial más eficaz.

Una cosa más a propósito del perdón, inspirada por una distinción interesante que hace Tomás de Aquino. El santo doctor dice que la paz implica concordia, pero que la concordia no es suficiente para que haya una paz duradera y auténtica. La concordia consiste en la unión de distintos intereses o deseos de diferentes personas. Pero para que haya paz se requiere también y previamente la armonía interior, la paz del corazón. Eso me lleva a afirmar que el perdón solo pueden otorgarlo los pacíficos o los pacificados.

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feliciano lópez robles
26 de junio de 2016 a las 15:52

Mi opinión es que debe ser muy duro perdonar para quien tiene que concederlo.- Aquí confluyen muchas ideas a la vez; puede existir la indecisión de la conveniencia de obrar o no.- Perdonar de verdad, exige y pide un corazón sin doblez, un corazón preparado y dispuesto a obrar el bien, a pesar del sacrificio que pueda representar tomar tal decisión.-
Entiendo que el perdón es un acto grande y hermoso.- Cuando alguien tiene que concederlo se debate en momentos imprecisos, más cuando has vencido toda resistencia el gozo y la alegría le presiden.- Recibir el perdón es un bello regalo, es un premio, que no merezco por mi comportamiento desordenado, si se me concede mi corazón rebosa de gozo y agradecimiento.- ¡Qué hermoso es perdonar, qué hermoso ser perdonado!.-

Valero
11 de marzo de 2024 a las 08:48

Quien no perdona es que no se conoce. Nadie que tenga un mínimo de conciencia de sus pecados y limitaciones, se negará a perdonar. De ahí la frase del evangelio: Saca primero la viga de tu ojo y luego ayuda al prójimo a sacar la brizna de paja del suyo.

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