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La humanidad entera entrará en el descanso de Dios
3 comentariosDios quiere que todos los hombres se salven, le dice san Pablo a Timoteo. Precisamente por eso, Pablo recomienda a su discípulo que se hagan oraciones por todos los hombres (Cf. 1Tim 2,1-4). La plegaria es la traducción y la consecuencia clara de la esperanza: se pide lo que se espera alcanzar, en este caso la salvación de todos.
No es extraño que la liturgia de la Iglesia se refiera con frecuencia a esta esperanza. Uno de los ejemplos más claros es el prefacio X dominical, en el que se proclama que el memorial del Señor resucitado se celebra en “la espera del domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en el descanso de Dios”. Lo que la Iglesia espera es que la “humanidad entera”, toda entera, se salve. Eso dice el texto. Y lo dice en coherencia con las palabras sobre el vino que recuerdan la entrega de Cristo por todos los hombres (pues este es el sentido del término “muchos”, que hubiera sido mejor traducir por “multitud”). Otro prefacio, el de la Santísima Eucaristía, proclama que la finalidad de este sacramento es que “un mismo amor congregue a todos los hombres que habitan un mismo mundo”. De nuevo aparecen aquí “todos los hombres” del mundo. Esa es la esperanza de la Iglesia.
De tal esperanza, tal oración. De ahí que en la plegarias eucarísticas la oración por los difuntos es universal. En la segunda se pide “por los que han muerto en la esperanza de la resurrección”, pero inmediatamente la oración se extiende a “todos los que han muerto” y son acogidos por la misericordia de Dios. Lo mismo ocurre en la cuarta: después de pedir por los que han muerto en la paz de Cristo, añade: “y por todos los difuntos”.
La cuestión de la salvación no puede plantearse en términos de saber: ni sabemos que todos se van a salvar, ni sabemos que algunos o muchos se van a condenar. Aquí no hay saberes que valgan. Lo que cuenta es la esperanza. Y la esperanza es universal. Además de ser universal es segura, porque, como dice Tomás de Aquino, no se apoya en nuestras fuerzas o posibilidades, sino en el poder y en la misericordia de Dios, que no tienen límite alguno.
Una esperanza así no puede convertirse en una escapatoria que nos haga olvidar la necesidad de esperanza humana para tantas personas que viven en la precariedad y hasta en la desesperación. La esperanza cristiana, si es auténtica, es un motivo más para luchar y trabajar, sin discriminación alguna, por una humanidad más justa, en la que se respete la dignidad de todos los hijos de Dios.