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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

16
Ene
2013

Fidelidad no es repetición

5 comentarios

Hay personas que me han dicho: “no estoy de acuerdo con lo que usted afirma sobre tal tema”. Estar en desacuerdo en temas teológicos es legítimo y enriquecedor. Ahora bien, para estar en desacuerdo hay que comprender lo que dice un autor y ofrecer razones del desacuerdo. Esto último no resulta tan sencillo como manifestar el desacuerdo. Para apoyar su desacuerdo hay personas que apelan a “lo que dice el Magisterio”, y en ocasiones, lo que dice el Magisterio se reduce a lo que dice el Catecismo. No entro ahora en los distintos grados de Magisterio, pero sí digo que, aunque la teología tiene una referencia ineludible al Magisterio, su misión no es repetir al Magisterio. Las explicaciones teológicas buscan hacer más comprensible la fe en función de determinadas situaciones culturales, vitales e históricas.

Puede ocurrir, suele ocurrir y, casi me atrevo a decir, debe ocurrir, que una explicación teológica no repita lo que dice el Catecismo. Las repeticiones, en este caso, están de sobra, porque para eso ya tenemos el texto del Catecismo. No repetir lo que dice el Catecismo no significa estar en contra. La repetición, incluso, puede ser en ocasiones la mayor de las infidelidades. Eso es claro cuando las palabras han cambiado de sentido o se toman de forma descontextualizada. Cuando decimos, por ejemplo, que en Dios hay tres personas, estamos diciendo algo fundamental sobre el Dios cristiano. Siempre que se entienda bien. Porque si por persona se entiende un centro de conciencia, de personalidad, de libertad, de autonomía (que, por cierto, es lo que entiende mucha gente), con este concepto de persona estamos ofreciendo una mala compresión del Dios cristiano. Por eso, la afirmación dogmática sobre la tripersonalidad divina, es necesario que la teología la explique, aclarando que, tanto en Dios como en los humanos, la persona se define por su relacionalidad constitutiva. La explicación puede ser más acorde con la fe que la simple repetición mal entendida.

Cuando me dicen: “no estoy de acuerdo con su explicación teológica”, suelo replicar: perfecto, tiene usted todo el derecho y, en ocasiones, el deber de no estar de acuerdo. Pero si quiere que nos entendamos y nos aclaremos a propósito de su pensamiento y del mío, convendría que me explicara usted qué es exactamente lo que yo digo, y luego las razones por las que usted no está de acuerdo con lo que digo. Una vez hice esta prueba y termine diciendo a mi interlocutor: yo no me reconozco en eso que usted me atribuye.

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Marceliano de Garganta y Sauras
17 de enero de 2013 a las 11:49

La grandeza de la teología reside en preparar la recepción del mensaje divino y explicarlo. Como ese mensaje es el mismo a lo largo de la historia, una sola fe, debe el teólogo recoger el testigo de quienes les precedieron y transmitirlo a la generación siguiente. Resulta pretencioso pensar que los que nos antecedieron fueron más torpes que nosotros, que no tuvieron las ideas geniales que a nosotros nos ocurren. Que no les asaltaron las mismas dudas sobre los misterios de la fe. Por ejemplo, a propñosito del castigo eterno para un pecado cometido en el tiempo. No parece proporcionado. Esa objeción contra el infierno se viene planteando desde los primeros siglos y las primeras herejías. Lo mismo sobre la Resurrección.

Al teólogo de raza se le distingue del teólogo a la violeta porque aquél no minusvalora la objeción, la estudia en todas sus vertientes y estudia con ahínco la respuesta que otros antes que él dieron. El teólogo a la violeta saca los pies del plato y reduce a metáforas, adaptaciones a la mentalidad de un tiempo poco ilustrado, etcétera, su incapacidad por abordar el misterio. Es mucho mñas fácil hablar de espejismo en los primeros testigos de la Resurrección que explicar el dominio de Cristo sobre la muerte, siendo de naturaleza mortal.

El teólogo innova con el estudio asiduo de la Escritura, los Padres, los Concilios...y la ciencia. Poer mor de ejemplo, la libertad (esa que debe explicar el pecado). Un teólogo debe conocer los debates sobre la predestinación. Pero también los experimentos de Libet. Así veo yo que hubiera procedido Tomás de Aquino.

La oveja rebelde: una teóloga
17 de enero de 2013 a las 14:01

Estoy perfectamente de acuerdo con la reflexión del P. Martín. Como dice D. Marceliano, puede ser que en la época en que vivió santo Tomás S. XIII se pudieran conocer todos los saberes: saber científico, teológico, filosófico... pero hoy en día en el S. XXI hay muchos conocimientos y mucha historia. El teólogo no puede conocer todo porque le falta tiempo. Bastante hará si conoce bien su materia y se especializa en alguna área de la Teología. Cada explicación se ha de dar en el lugar adecuado. El superman existe en el cine.

Cordiales saludos
Università la Sapienzia di Roma

Joaquín
18 de enero de 2013 a las 09:02

Si la práctica de la teología, en la iglesia católica, ha de fundarse en las formulaciones del catecismo, es que hay que concluir que la ciencia teológica, intra ecclesiam, está muerta. No parece sorprendente que los teólogos católicos más comprometidos con su ciencia, sean precisamente los más perseguidos por los vigilantes de la ortodoxia. Le pasó a Galileo, pero es que ¡también le pasó a Santo Tomás de Aquino!

Ánimo, fray Martín.

Francis
18 de enero de 2013 a las 17:32

Joaquín, Galileo no fue un teólogo y lo que a él le pasó no es lo que suele contarse por ahí. Yo no he visto a ningún teólogo heterodoxo perseguido, mas bien los veo a ellos persiguiendo a la ortodoxia. Aunque puede que mi opinión esté desvirtuada. Pero yo he visto con mis propios ojos Misas en las que doctrinas como las del Padre Pagola sobre Jesús se imponen sobre el Misal del Concilio Vaticano II, y nadie se atreve a protestar y el que menos el obispo de la diócesis.

Segarra
19 de enero de 2013 a las 20:39

Dijo una vez Mons. Bekkers, obispo de Bois-Le-Duc. ; “Si uno no se considera capaz, de seguir a un teólogo en sus reflexiones, no tiene por qué reprochárselo, ni ha de sentirse por ello un retrasado mental. Nadie está obligado a seguir a los teólogos en sus especulaciones. Pero si se atreve a formular un juicio sobre las ideas de un teólogo, entonces sí debe -sin ningún género de duda- asegurarse de que le ha entendido perfectamente e interrogarse acerca de si, juzgándolo, no incurrirá en la maledicencia o, lo que es peor, en la calumnia.”

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