Abr
Con el conocimiento el amor es más libre
8 comentarios“Ojos que no ven, corazón que no siente”. No entro en consideraciones sobre si los sentimientos inclinan a ver de un modo u otro, en línea con esta famosa frase de El Principito: “solo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”. Me quedo con el sentido más directo del dicho: lo que no se ve, lo que no se conoce, no nos afecta. No es menos cierto que lo que no se conoce de algunas realidades que imaginamos conocer, puede confundirnos sobre esta realidad que tan bien pensamos conocer. Muchos se han sorprendido al saber de delitos y pecados que nunca hubieran imaginado que pudieran cometerse, sin duda porque tenían en alto concepto a quienes los cometieron. ¿Qué es preferible, seguir en la ignorancia o tener buena información, aunque esa información nos desagrade? Solo estando bien informados podemos acercarnos desde la verdad a las personas y a los acontecimientos. La verdad, como dijo Jesús, hace libres. Y solo desde la libertad se puede amar. Sin verdad no amamos a la persona, sino a la apariencia de la persona; y sin libertad, tampoco amamos, a lo sumo hacemos comedia.
El conocimiento, por otra parte, ayuda a purificar el pensamiento. Y a orientarnos hacia lo verdaderamente esencial. Lo esencial, en el acto de fe, es el Dios de Jesús que la Iglesia señala, unas veces mejor y otras peor. Pero una vez que nos lo han presentado, este Dios se convierte en amable por sí mismo, solicita nuestra respuesta personal e intransferible, quiere entablar con nosotros una relación de tú a tú. Saber que los hermanos son pecadores no impide el amor al Padre. Al contrario, lo hace si cabe más apremiante, más urgente. Más aún, el conocimiento permite amar a los hermanos en su realidad, como Dios les ama: tal como están y allí donde están. Permite también ayudarles. Un modo de ayudarles es impedir que su pecado siga dañando a otros y les siga dañando a ellos. El conocimiento, permite, finalmente, tomar medidas sobre uno mismo: al saber a dónde pueden llegar los demás, caemos en la cuenta de la ambigüedad de la condición humana de la que cada uno participamos y nos ponemos en guardia para no caer nosotros en la tentación.