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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

2
Abr
2015

A sí mismo no, pero a otros salvó

2 comentarios

Antes de comenzar su ministerio, Jesús debe vencer una fuerte tentación, que expresada en forma de pregunta sonaría así: ¿cómo voy a realizar mi mesianismo, cómo voy a revelar al Padre, desde el deslumbramiento del poder y de lo prodigioso, o desde la humildad del amor que no se impone? El tentador le propone que convierta las piedras en pan o que se tire desde lo alto del templo. Sin duda estos gestos prodigiosos hubieran llamado la atención. Jesús escoge otro camino para revelar a Dios, un camino que terminó conduciéndole a la cruz. Una vez en la cruz, Jesús debe vencer la última tentación que, en el fondo, es similar a la primera. En efecto, delante la cruz los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse…, que baje ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mt 27,42).

Las autoridades judías reclaman un gesto espectacular para creer en Jesús: que baje de la cruz. Pero, al mismo tiempo que reclaman el milagro, muestran su incoherencia y su mala voluntad, pues ellos mismos reconocen que “a otros salvó”. Las autoridades aceptan que Jesús, a lo largo de su vida, ha realizado acciones extraordinarias a favor de “otros”. Pero esto no les parece suficiente. De hecho, cuando Jesús realizaba acciones sanadoras y expulsaba demonios, los que no estaban dispuestos a creer, tampoco dudaban de su acción curativa. Pero la descalificaban atribuyendo tales signos al poder de Satanás. Ahora, en la cruz, piden un nuevo signo extraordinario, que no sucede. Pero, aunque hubiera sucedido, tampoco hubieran creído. Su mala fe les impedía acoger la buena fe. Hubieran atribuido la bajada a una intervención diabólica. La fe siempre nace de la libertad. Por eso, los signos que Jesús ofrece nunca son impositivos. Porque el signo decisivo de la verdad de Dios es Jesús mismo. Si uno no se conmueve ante la figura del Crucificado, que ha vivido y ahora muere amando, no hay milagro que pueda convencer de la verdad de Dios.

Pero hay más. Pues precisamente porque a otros salvó y no bajó de la cruz, porque Jesús nunca piensa en su propio beneficio, sino en el bien de los demás, porque Jesús no utiliza a Dios en provecho propio, su muerte se convierte en el signo decisivo de la verdad de su mensaje de resurrección y salvación definitiva. La bajada de la cruz hubiera sido un rechazo de la cruz, lo que hubiera imposibilitado que Jesús se solidarizase con todos los crucificados de la tierra. El Dios que en esta bajada se hubiera revelado hubiera sido el de los poderosos y no el Dios de los pobres, de los mansos, de los que lloran, de los que buscan la paz y la justicia. Más aún: la no bajada de la cruz era la condición ineludible de la resurrección. Sin cruz no hay resurrección. Ese es el secreto del mesianismo de Jesús. La no bajada de la cruz es el signo decisivo de un Dios capaz de vencer a la muerte, un Dios que, en Jesús, abre las puertas del futuro a lo que, aparentemente y según los criterios de este mundo, no tiene futuro.

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fr. Pepe E. op
3 de abril de 2015 a las 14:26


La Cruz no se puede contemplar aislada. Es el cumplimiento de toda una Vida. Y no acaba en ella misma. Tras ella está la luz del alba, la Resurrección. Es ahí donde la cruz cobra todo su sentido.

Antonio López Sernández
6 de abril de 2015 a las 04:13

EL GRAN MILAGRO DE JESÚS ES MORIR EN LA CRUZ. Siendo Dios, se encarnó: nació en un pesebre y murió en el duro madero de la cruz, la muerte más dolorosa y humillante. Si hubiera bajado de la cruz, no habría culminado el ejemplo de hacerse el más pequeño y humilde de los hombres.
Todos hemos llevado a Jesús al cautiverio y a la muerte, y ésta de cruz, debido a nuestros pecados. El Hijo de Dios se encarnó, aceptó toda clase de humillaciones por todos nosotros, pecadores, para redimirnos de la esclavitud del pecado. Nosotros, esclavos y cautivos del pecado, somos liberados de este cautiverio y esclavitud mediante el cautiverio y muerte de Jesús. Cristo se hace esclavo, acepta el cautiverio por liberarnos del pecado, por hacernos libres, hijos del Padre, Dios de la libertad y del amor. Cristo carga con nuestras culpas y nos redime aceptando libremente la muerte de cruz.
Jesús humillado, azotado, vilipendiado y Muerto en la Cruz, es el Señor del Amor, ¿quién ha oído jamás tal grandeza de amor como es la de aceptar libremente la pérdida de libertad, humillaciones, escarnios y hasta la misma muerte para librar del cautiverio del pecado y lograr el triunfo sobre la muerte al mismo que lo cautiva, humilla y le causa la muerte, y ésta de cruz? MUERE PARA TRIUNFAR SOBRE LA MUERTE.

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