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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

8
Feb
2017
La humanidad entera entrará en el descanso de Dios
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La humanidad entera entrará en el descanso de Dios

Dios quiere que todos los hombres se salven, le dice san Pablo a Timoteo. Precisamente por eso, Pablo recomienda a su discípulo que se hagan oraciones por todos los hombres (Cf. 1Tim 2,1-4). La plegaria es la traducción y la consecuencia clara de la esperanza: se pide lo que se espera alcanzar, en este caso la salvación de todos.

No es extraño que la liturgia de la Iglesia se refiera con frecuencia a esta esperanza. Uno de los ejemplos más claros es el prefacio X dominical, en el que se proclama que el memorial del Señor resucitado se celebra en “la espera del domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en el descanso de Dios”. Lo que la Iglesia espera es que la “humanidad entera”, toda entera, se salve. Eso dice el texto. Y lo dice en coherencia con las palabras sobre el vino que recuerdan la entrega de Cristo por todos los hombres (pues este es el sentido del término “muchos”, que hubiera sido mejor traducir por “multitud”). Otro prefacio, el de la Santísima Eucaristía, proclama que la finalidad de este sacramento es que “un mismo amor congregue a todos los hombres que habitan un mismo mundo”. De nuevo aparecen aquí “todos los hombres” del mundo. Esa es la esperanza de la Iglesia.

De tal esperanza, tal oración. De ahí que en la plegarias eucarísticas la oración por los difuntos es universal. En la segunda se pide “por los que han muerto en la esperanza de la resurrección”, pero inmediatamente la oración se extiende a “todos los que han muerto” y son acogidos por la misericordia de Dios. Lo mismo ocurre en la cuarta: después de pedir por los que han muerto en la paz de Cristo, añade: “y por todos los difuntos”.

La cuestión de la salvación no puede plantearse en términos de saber: ni sabemos que todos se van a salvar, ni sabemos que algunos o muchos se van a condenar. Aquí no hay saberes que valgan. Lo que cuenta es la esperanza. Y la esperanza es universal. Además de ser universal es segura, porque, como dice Tomás de Aquino, no se apoya en nuestras fuerzas o posibilidades, sino en el poder y en la misericordia de Dios, que no tienen límite alguno.

Una esperanza así no puede convertirse en una escapatoria que nos haga olvidar la necesidad de esperanza humana para tantas personas que viven en la precariedad y hasta en la desesperación. La esperanza cristiana, si es auténtica, es un motivo más para luchar y trabajar, sin discriminación alguna, por una humanidad más justa, en la que se respete la dignidad de todos los hijos de Dios.

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4
Feb
2017
Confirmación, cumplimiento de una promesa
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confirmacion

Tuve ocasión de confirmar a 30 muchachos y muchachas de unos 17 años; habían hecho tres años de catequesis antes de confirmarse. Se notaba que estaban preparados y que acudían a recibir el sacramento con ilusión. Cuando me presentó a los confirmandos, el párroco dijo: “estos jóvenes fueron bautizados con la promesa de que serían educados en la fe, y de que un día recibirían por la Confirmación la plenitud del Espíritu Santo. Este fue el compromiso de sus padres y padrinos en el bautismo”.

Comencé la homilía aludiendo a estas palabras y dije algo así a los jóvenes: “vosotros, al venir a confirmaros, habéis dejado en buen lugar a vuestros padres y padrinos. Ellos hicieron una promesa. Vosotros sois la prueba evidente de que han cumplido lo que un día prometieron; la prueba de que su promesa no fue un puro formalismo vacío, sino un compromiso serio. Esta promesa es la más importante que pueden hacer unos padres: comprometerse a educar a sus hijos en la fe. Os felicito, porque habéis dejado en buen lugar a vuestros padres. Además, un hijo, una hija que deja bien a sus padres es una buena garantía de que un día será un buen padre y una buena madre”.

A veces, al recibir un sacramento, hacemos promesas no sólo sin intención de cumplirlas, sino sin ni siquiera saber lo que hacemos. Sin duda, la vida es compleja y, a veces, nos lleva por donde no queremos. Pero una cosa es no poder cumplir una promesa por causas ajenas a nosotros, y otra cosa es prometer sin saber lo que prometemos o sin ninguna intención de cumplir lo prometido. Si el sacramento “falla” (no solo en el caso del bautismo, también del matrimonio o incluso del orden sacerdotal) por la primera causa, habrá que analizar con prudencia y comprensión lo ocurrido. Si falla por la segunda, entonces somos unos payasos que más valdría que reservásemos la payasadas para otras ocasiones.

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31
Ene
2017
Presentación del Señor y Vida Consagrada
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rosa

El dos de febrero, fiesta de la presentación del Señor en el templo, se celebra desde hace ya muchos años la Jornada de la Vida Consagrada. El lema propuesto para este año es: “testigos de la esperanza y de la alegría”. Las hermanas y frailes de un instituto religioso, los miembros de un instituto secular, las nuevas formas de vida consagrada, la vida eremítica, todas y todos estamos llamados a dar gracias a Dios por el don de la esta vocación y a reavivar nuestro compromiso de entrega a Dios y de servicio a las personas.

¿Qué relación hay entre la vida consagrada y la presentación del Señor? Evidentemente no hay una relación directa. Pero es posible encontrar alguna similitud que sea un estímulo para las personas consagradas y, más ampliamente, para todos los cristianos. Los padres de Jesús, a los cuarenta días de su nacimiento, llevaron a Jesús al templo para “presentarlo al Señor”, como también lo hacían los otros padres piadosos de Israel. Presentar un niño al Señor es un modo de decirle al buen Dios: te encomendamos esta vida y queremos que ella esté siempre orientada hacia ti, queremos que todos sus pensamientos y acciones estén acordes con tu santa voluntad; en suma, queremos que este niño sea un consagrado, alguien que viva en comunión contigo.

Ahí es donde yo veo la relación de este acontecimiento de la vida de Jesús con la consagración que todo cristiano hace de su vida en el bautismo y con la ratificación de la consagración bautismal en la vida consagrada. Pues lo que se conoce como vida consagrada es un modo de vivir cristianamente con un determinado estilo, según un carisma, cumpliendo un servicio evangélico, siendo testigos de Dios en el mundo. Pero sobre todo, vivir como consagrados es ponerse de cara a Dios, dejarse llenar de su Espíritu, que renueva nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro corazón.

Todo cristiano es un consagrado. Todos, en la Iglesia, vivimos nuestra consagración bautismal según un determinado estilo: en la soltería, en la viudedad, en el matrimonio, en el celibato y/o en comunidad fraterna. Las personas que llamamos consagradas recuerdan a todos los fieles lo esencial de la vocación cristiana. Y el resto de los fieles, estimula a esas personas consagradas a vivir su vocación de entrega a Dios y de servicio a los hermanos.

En la presentación de Jesús se hicieron presentes un profeta y una profetisa (Simeón y Ana). Alrededor de Jesús está siempre lo femenino y lo masculino. Podemos ver ahí un buen signo de que en la vida consagrada debe primar la fraternidad: todos somos iguales, todos importantes. En la vida de los consagrados se cumple o debería cumplirse eso de que en Cristo Jesús ya no varón ni mujer. No porque no haya diferencias entre las personas, sino porque las diferencias enriquecen el cuerpo de Cristo y, lejos de rivalizar, están llamadas a colaborar. Más aún: cada uno debe reconocer, valorar y agradecer el don recibido por el otro.

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26
Ene
2017
Oración del estudiante según Tomás de Aquino
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Aquinotres

Tomás de Aquino compuso una oración para los estudiantes, impregnada, como todas las suyas, de buena teología. Es teología hecha oración y oración hecha de teología. Esta plegaria pide que un rayo de la claridad divina disipe nuestras tinieblas. En efecto, Dios es luz para nuestra inteligencia. Uno de los principales efectos de la fe es iluminar la inteligencia. Porque solo quien tiene las ideas claras puede obrar rectamente. Solo se puede caminar por allí donde hay luz.

Tomás de Aquino pide que esta luz disipe los dos obstáculos que oscurecen nuestra vida: la ignorancia y el pecado. La ignorancia, de por sí, no es mala ni culpable; es debida principalmente a nuestra limitación. Hay muchas cosas que no sé y es mejor que no sepa. Y hay muchas cosas que ignoro, no por desidia, pereza o negligencia, sino debido a mi limitación. La ignorancia es un signo de la imperfección humana. Sólo Dios es perfecto. Por eso, solo participando de la perfección divina puede el ser humano elevarse más allá de su limitación. El otro obstáculo que oscurece nuestra vida es el pecado: el pecado siempre es debido a la libertad humana, que se ha desviado o desencaminado. Tomás pide a Dios que nos ilumine para volver al buen camino.

Hay, pues, un obstáculo natural y un obstáculo personal que dañan nuestra inteligencia. Es importante este matiz: Tomás pide luz para la inteligencia, porque la fe es un asunto de la inteligencia más que del corazón. Sólo los que tienen la mente bien iluminada pueden orientar bien su vida. Las ideas rigen la vida y nos llevan a actuar de un modo u otro. El que tiene las ideas claras obra libre y espontáneamente, no necesita de coacción alguna para hacer el bien, pues hace lo que piensa y lo que le nace.

En esta oración, el santo pide a Dios que su luz se extienda a todos los momentos del aprendizaje: atender, entender, retener, comprender e interpretar. Finalmente, Tomás pide gracia abundante para hablar. Porque el estudio, y más el estudio de la teología, está destinado a transmitirse, a la enseñanza. El estudiante está llamado a ser maestro. Por eso, una vez que ha aprendido tiene que saber transmitir. De ahí la gracia abundante para hablar.

ORACIÓN PARA UN ESTUDIANTE

Oh inefable Creador nuestro,
altísimo principio y fuente verdadera de luz y sabiduría,
dígnate infundir el rayo de tu claridad
sobre las tinieblas de mi inteligencia,
removiendo la doble oscuridad con la que nací:
la del pecado y la ignorancia.

¡Tú, que haces elocuentes las lenguas de los pequeños,
instruye la mía, e infunde en mis labios la gracia de tu bendición!
Dame agudeza para entender, capacidad para retener,
método y facilidad para atender, sutileza para interpretar
y gracia abundante para hablar.

Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar
¡Oh Señor! Dios y hombre verdadero, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amen

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22
Ene
2017
Fidel no deja de cabalgar
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Fidel

Todavía está muy presente en Cuba, al menos oficialmente, la persona de Fidel Castro. A modo de ejemplo cito dos titulares de la prensa habanera de este mes de enero: “Fidel no deja de cabalgar” (titular del Gramma); o “Fidel y su huella infinita” (Juventud rebelde). Lo cierto es que la muerte de los grandes personajes siempre suscita reacciones más o menos apasionadas y provoca elogios más o menos exagerados. Pero en el caso del comandante Fidel Castro las reacciones populares y oficiales alcanzaron dimensiones casi religiosas. Este es el estribillo que se repite en un poema publicado inmediatamente después de su muerte: “Hombre, aprendimos a saberte eterno / Así como Olofi y Jesucristo / no hay un solo altar sin una luz por ti”.

Fidel es comparado a los dioses eternos e inmortales (Olofi es una deidad africana venerada por la santería cubana). Por eso, como dice el mismo poema, “ni la muerte cree que se apoderó de ti”. El gran líder no sólo no merece morir, sino que sigue cabalgando delante de su pueblo. Es posible ver ahí un deseo casi explícito de inmortalidad, un lenguaje equiparable al lenguaje religioso. Esta equiparación tiene su razón profunda en el hecho de que el hombre nunca es del todo indiferente al problema religioso, pues siempre deseará saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte (son palabras del Vaticano II).

La no indiferencia ante el problema religioso provoca que, a falta de fe en la resurrección de los muertos, se busquen sucedáneos de resurrección. Las palabras dedicadas a Fidel Castro son un buen ejemplo de esta búsqueda de sucedáneos: “ni la muerte cree que se apoderó de ti”. Eso debería estimular a los cristianos a ofrecer una fe en la que no haya el menor asomo de ambigüedad. Así por ejemplo, esa frase que pronunció Oscar Romero: “si me matan, seguiré viviendo en el pueblo salvadoreño”, es digna de todo respeto, pero sacada de contexto puede convertirse en un sucedáneo de resurrección. Dígase lo mismo de alguna explicación que, a veces, se ofrece sobre la resurrección de Jesús: significa que su causa sigue adelante. No, la resurrección significa que Jesús está vivo y, porque está vivo, puede seguir al frente de su causa. La causa sin Jesús puede ser desvirtuada. La causa con Jesús siempre es actualizada.

A falta de fe en la resurrección se terminan buscando sucédanos. Los cristianos debemos aprovecharlos para tender puentes y dialogar. Pero lo que no debemos hacer es convertir la resurrección es un sucedáneo. No se trata solo de que los difuntos vivan en la memoria y el corazón de sus seres queridos, sino de que viven en Dios. No se trata de que la causa de Jesús continúa, sino de que Jesús está vivo para siempre, porque ha llegado al lugar (o no lugar) en el que ya no hay muerte y, por eso, no se puede morir.

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17
Ene
2017
Por muchos para el perdón de los pecados
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Sigo con el “muchos” o “todos” de las plegarias eucarísticas. Pues más allá de la traducción hay una cuestión teológica de fondo que refuerza el sentido de “por todos los hombres”. Me explico. Cuerpo y sangre es un binomio que indica totalidad. Cuerpo y sangre son metáforas de la vida. Mejor aún: son la vida misma. Cuerpo entregado y sangre derramada: una vida que se entrega totalmente, sin ninguna reserva. ¿Y para qué se entrega? Para dar vida. La vida nace de la vida. El que entrega la vida multiplica la vida. En nuestro caso se entrega “para el perdón de los pecados”. O sea, buscando la reconciliación con todos los que se han alejado de él y buscando el encuentro con todos los que no lo han encontrado.

Perdonar los pecados solo puede hacerlo el amor más grande, el que ama incondicionalmente. No ama porque somos buenos o porque nos proponemos ser buenos; ama porque él es así. Ama sin condiciones, ama tomando la iniciativa. “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2 Cor 5,19): no son los hombres los que necesitan reconciliarse con Dios porque son pecadores; es Dios, el que por amor, toma la iniciativa y se reconcilia con los hombres.

Esta vida que solo busca la conciliación, el reencuentro del hombre con Dios, se entrega primero “por vosotros”. O sea, por sus amigos, por los que están sentados con él a la mesa. Y luego se entrega “por muchos”, o sea, por la inmensa multitud que esta fuera de la sala del banquete. Por unos y por otros, se entrega “para el perdón de los pecados”. Esto es fundamental. Porque todos somos pecadores: “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3,23). Todos, sin excepción. Pero en Cristo “todos son justificados por el don de su gracia” (Rm 3,24), porque en Cristo se revela que Dios es Amor, solo amor y nada más que amor.

Cristo entrega su vida para el perdón de los pecados; de todos los pecados. Si es de todos los pecados, es de los pecados de todos. Todos están incluidos en el perdón. Porque si no estuvieran todos, no sería para el perdón de los pecados, sino para el perdón de algunos pecados. Cierto, el perdón busca ser acogido y reconocido. Pero esto ocurre tanto si son pocos como si son muchos los agraciados. Por tanto, no puede decirse que el “muchos” de la fórmula eucarística es restrictivo. Incluso si fuera restrictivo, también esos necesitarían acoger el perdón. No hay diferencia entre unos y otros, entre el vosotros y el muchos. “Vosotros”: los que están a la mesa necesitan acoger el perdón. “Muchos”: los que no están a la mesa necesitan acoger el perdón. Por tanto “todos” necesitan acoger el perdón. El vosotros se abre al muchos y el muchos se abre al todos. O mejor: en el muchos estamos todos.

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12
Ene
2017
¿Por muchos, por todos? Lo mismo da, porque es lo mismo
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eucaristia

Los nuevos Misales promulgados por la Conferencia Episcopal española, contienen algunas novedades, algunos cambios en relación al Misal que veníamos utilizando desde hace casi 50 años. El más llamativo, el que ha suscitado mayor polémica, es el que se ha producido en las palabras sobre el cáliz en las plegarias eucarísticas. Se ha sustituido el adjetivo “todos” (sangre derramada por todos los hombres) por “muchos” (sangre derramada por muchos). Mientras unos se han alegrado, otros han considerado que este cambio hacía un flaco favor a la liturgia. De hecho, los traducciones que se venían utilizando en los países latinoamericanos ya habían introducido esta modificación que ahora se introduce en España a partir del primer domingo de cuaresma.

Aunque algunos puedan considerar que es un cambio de gran calado, a mi entender tiene una importancia menor. Y, si se le da importancia, es más por razones ideológicas que por motivos teológicos o lingüísticos. Porque las traducciones: sangre derramada “por todos”, o derramada “por muchos”, teológicamente significan lo mismo. La primera incide claramente en el sentido del texto original; la segunda reproduce más literalmente el texto griego transmitido, aunque detrás está el arameo que Jesús hablaba.

Los literalismos son buenos siempre que se entiendan bien. Si alguien quisiera aferrarse a la palabra de Jesús sobre el perdón “hasta setenta veces siete”, para concluir que el perdón tiene un límite, no entendería la intención de Jesús. Porque los literalismos tienen sentido en su contexto original. Dicen lo que dicen, pero lo importante es lo que quieren decir. Para entender la palabra de Dios (dice el Vaticano II) hay que tener en cuenta “lo que se dice” con las palabras empleadas y “lo que se quiere decir”.

Eso está tan claro que no vale la pena insistir. Es algo así como decir: hay mucha gente en la plaza del pueblo, porque en esta ocasión han venido todos. ¿Qué diferencia hay aquí entre mucha gente y toda la gente? El problema en esta cuestión no es ni el texto ni la traducción, sino la ideología con la que algunos batallan por una u otra traducción, sobre todo la de los que batallan por el “muchos”, dando a entender que ahí no están todos. Fíjense si estarán todos que la última palabra de Jesús en la cruz es pedir al Padre que perdone a los que le matan, a sus enemigos. Y da una buena razón al Padre para este perdón: no saben lo que hacen. Como no saben, no están en condiciones de enterarse del perdón y, en consecuencia, de acogerlo; pero el que no se enteren no anula la grandeza del perdón.

¿Muchos o todos? Yo, a partir del primer domingo de cuaresma, diré lo que indican los nuevos textos litúrgicos. Los nuevos textos han venido acompañados de una recomendación, a saber, que se explique a los fieles que el cambio no es tal cambio. Mi explicación será muy breve: Muchos o todos, lo mismo da, porque es lo mismo.

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7
Ene
2017
Los dominicos y Lutero
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lutero

Estando próxima la semana de oración por la unidad de los cristianos, en este año en el que se recuerdan los 500 años de la Reforma protestante, cuento pequeñas historias, que en su momento tuvieron relevancia, sobre la relación de la Orden de Predicadores con Martín Lutero.

Una vez que Lutero publicó sus tesis sobre las indulgencias, el Obispo de Brandeburgo y los dominicos fueron los primeros en denunciarle. Pero no se puede decir que todos los dominicos tomaron partido contra Lutero, pues un joven teólogo dominico, Martín Bucero, fue uno de sus primeros seguidores. Por el contrario, el cardenal dominico Tomás de Vio, conocido como Cayetano, en el interrogatorio que le hizo en Ausburgo, viendo que Lutero no cedía en nada en el aspecto doctrinal, terminó apelando a la autoridad de la Iglesia. El Dr. Lutero respondió rápidamente que ni el Papa ni el concilio son los dueños de la Palabra de Dios. Cayetano comprendió que la ruptura era inevitable.

Posteriormente otros dos dominicos, desde posiciones distintas, hicieron avanzar la comprensión católica de Lutero. A principios del siglo XX, el dominico Heinrich Denifle, subdirector del archivo secreto vaticano, y profundo conocedor del mundo medieval, escribió una obra muy crítica, pero bien documentada, sobre Lutero, que terminaba con un terrible veredicto que se hizo famoso: ¡Lutero, en ti nada hay de divino! Paradójicamente esta obra provocó que, en el mundo protestante se originaran serios estudios sobre la persona de aquel “olvidado padre espiritual”; y en el mundo católico nació un increíble deseo de conocer quién era realmente Martín Lutero.

Desde otro clima espiritual, uno de los pioneros del ecumenismo, el también dominico Yves Congar, sin negar las limitaciones que, a su juicio, se encuentran en Lutero, dejó de lado simplificaciones injustas y ofreció una visión equilibrada sobre la teología y la persona del Reformador. Según el P. Congar el camino ecuménico exigía hacer un esfuerzo para comprender verdaderamente a Lutero y hacerle justicia histórica, en vez de condenarlo simplemente. No hay crítica eficaz si no se asume la parte de verdad de las posiciones que se critican. “Lutero, dejo escrito Congar, no es el Evangelio. Lo importante es ir hacia el Evangelio, juntamente con él”.

Dos conclusiones rápidas: una, lo que Lutero consideraba fundamental en su teología hoy ya no es motivo de división. Católicos y luteranos confesamos juntos que Dios nos justifica. Y dos, a pesar de este acuerdo importante y fundamental, nos sigue separando nuestra distinta comprensión de la Iglesia y de los sacramentos. Lo que importa es que esas cuestiones que nos separan no sean obstáculo para que juntos podamos confesar a Jesucristo como salvador de todos y cada uno. Y tampoco sean obstáculo para trabajar juntos en beneficio de tantas personas hambrientas de Dios y hambrientas de pan. Lo que nos une es, sin duda, más que lo que nos separa.

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2
Ene
2017
Ni tres ni reyes, y magos según
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reyes

El evangelio de Mateo dice que, una vez nacido Jesús, “unos magos que venían de Oriente” buscaban en Jerusalén “al rey de los judíos que había nacido”. Interesante este detalle de “rey de los judíos”. El evangelista abre (en su nacimiento) y cierra (en su muerte en cruz) la vida de Jesús calificándolo de “rey de los judíos”. Si había nacido un rey, lo lógico es que los magos le buscasen en la ciudad de los grandes palacios, o sea, en Jerusalén. Se equivocaron de camino y de lugar. El Rey de reyes que ellos querían adorar solo podía nacer entre los pobres.

Me detengo en la cuestión popular de los tres reyes magos. El evangelista no ofrece ningún número, ni se refiere a ninguna realeza que no sea la de Jesús. Por eso los magos “se postran” ante el Dios-Rey y le ofrecen unos dones que son un reconocimiento de su dignidad regia. Lo de magos es otra cosa. Los había buenos y malos. En el libro de los Hechos (13,10) un brujo es calificado de mago “repleto de todo engaño y de toda maldad”. Mago es también el sabio. Tal vez estos magos que se presentaron en Jerusalén fueran astrónomos.

La religiosidad popular y la tradición le han puesto imaginación al relato evangélico. Es la tradición la que ha interpretado que eran reyes, procedentes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa. El rey negro aparece siempre. En el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza o por el origen. Jesucristo une a todos los pueblos y a todas las personas, sin perder la riqueza de su variedad.

Detrás de este relato, ¿hay algo histórico en el sentido moderno de la palabra? No hay una respuesta segura. Pero lo importante no es lo que puede haber “detrás” de la narración, sino lo que en ella se quiere significar, a saber: estos sabios representan a la humanidad en búsqueda de paz, verdad y justicia. Representan el anhelo profundo del espíritu humano, la marcha de las religiones, de la ciencia y de la razón humana al encuentro de Cristo.

El evangelista termina su relato notando que, una vez que los magos se han encontrado con Cristo, “regresaron a su país por otro camino”. Lectura espiritual: si tú te has encontrado con Cristo, volverás a tu casa, a tu trabajo, a tus ocupaciones, pero ya no será lo mismo. Volverás de otra manera, por otro camino, con un corazón y un espíritu nuevo.

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26
Dic
2016
Con una paz sin límites
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paz

En la misa de nochebuena se leyó un texto del profeta Isaías que anunciaba la llegada de un niño, cuyo nombre sería el de “Príncipe de la paz”, puesto que lograría la maravilla de “dilatar el principado con una paz sin límites”. Una paz no fundamentada en el poder, sino en “la justicia y el derecho”. En efecto, desde el poder nunca se consigue la paz, a lo sumo un poco de orden debido al miedo que se logra infundir. Solo desde la verdad se puede conseguir el entendimiento, la comprensión y, por tanto, la paz.

Desde hace 50 años la Iglesia celebra cada uno de enero la Jornada Mundial de la Paz. Se hace necesario recordar la necesidad de la paz, porque año tras año, lejos de desaparecer, los conflictos entre los pueblos y las personas aumentan o, al menos, se mantienen. En el mensaje que el Papa envía este año “pide a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y valores más profundos”. Los cristianos podemos encontrar en Jesús de Nazaret el mejor modelo de no violencia y de paz: enseñó a sus discípulos a amar a los enemigos (Mt 5,44), a poner la otra mejilla (Mt 5,39), impidió que la adúltera fuera lapidada por sus acusadores (Jn 8,1-11) y, la noche antes de morir, dijo a Pedro que envainara la espada (Mt 26,52). De esta forma construyó la paz y destruyó la enemistad (Ef 2,14-16).

Los católicos estamos llamados a valorar a todas aquellas personas que son ejemplo de no violencia. El Papa Francisco se complace en citar a Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan (líderes en la liberación de la India), a Martín Luther King (figura señera en la lucha contra la discriminación racial) y a Laymah Gbowee, que logró, con sus campañas de oración conjunta entre cristianas y musulmanas, que se negociara la paz en Liberia. El Papa, además, recuerda que todas las tradiciones religiosas están a favor de la paz. “Ninguna religión es terrorista”, dice. En efecto, la violencia es una profanación del nombre de Dios y,  por tanto, es imposible que sea religiosa. Sólo la paz es santa, no la guerra, dice con todo vigor Francisco.

Una cosa más: el verdadero campo de batalla en el que se enfrentan la violencia y la paz es el corazón humano: “de dentro del corazón del hombre salen los pensamientos perversos” (Mc 7,21). De ahí la urgencia de educar las conciencias, y de crear espacios, en las familias y en nuestras comunidades religiosas, donde los conflictos sean superados no con la fuerza, sino con el diálogo, el respeto, la búsqueda del bien del otro, la misericordia y el perdón. Al final, la paz es una responsabilidad personal. Y el conflicto un drama personal. Lo peor es que el conflicto llama al conflicto y termina por hacer irrespirable la vida propia y la ajena. Que el próximo año sea un año de paz, al menos en nuestras familias y en nuestras comunidades. ¡Eso sí que depende de cada uno de nosotros!

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