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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

5
Feb
2010
Carrera eclesiástica
8 comentarios

En la audiencia del pasado miércoles, Benedicto XVI presentó a los fieles la figura de Domingo de Guzmán. Al recordar que Sto. Domingo fue canónigo de Osma dijo que, aunque este nombramiento podía representar un motivo de prestigio personal, él no lo interpretó como el inicio de una brillante carrera eclesiástica, sino como un servicio. Y al respecto se preguntó: el poder, el hacer carrera, ¿no es una fuerte tentación de la que no están inmunes los responsables del gobierno de la Iglesia? Y añadió: la Iglesia sufre cuando una persona a la que se le confieren responsabilidades trabaja para acrecentar su poder, prestigio y estima, y no para la comunidad.

Nunca me ha gustado la expresión “carrera eclesiástica”. Porque, de algún modo, implica la búsqueda de promoción y prestigio, precisamente en nombre de lo que debería conducir al servicio y al último puesto. Es llamativa la cantidad de veces que en el Nuevo Testamento se lanzan serias advertencias contra el poder. Pero ¡atención!, no precisamente contra el poder civil, sino contra el eclesiástico. Y aclaro que cuando la carta a los romanos afirma que el poder viene de Dios, se refiere al poder civil. Cierto, esta afirmación queda compensada con otra del Apocalipsis, que dice que el poder viene de Satanás, y Lucas nota que Satanás lo reparte entre sus amigos. Buscar poder en la Iglesia es asemejarse al mundo.

Las palabras del Papa son siempre oportunas. La pena es que, a veces, no tienen más remedio que ser genéricas. Aunque detrás de lo genérico está lo personal. La tentación eclesiástica del poder es tan grande que, a mi entender, solo puede paliarse mediante una reforma estructural: ¿qué impediría –hablo de motivos teológicos- que los nombramientos episcopales fueran por un tiempo limitado?; ¿qué impediría que algunas decisiones del pastor o del párroco tuvieran que contar con el consentimiento del consejo presbiteral o parroquial?; ¿qué impediría que determinados nombramientos fueran consultados a estos consejos? Las advertencias siempre son sanas. Pero también es sano que se pongan los medios necesarios para que las tentaciones causen menos sufrimiento a la Iglesia.

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4
Feb
2010
Tráfico de niños
3 comentarios

La detención de 10 norteamericanos, afiliados a una iglesia baptista, en la frontera entre Santo Domingo y Haití, que pretendían hacerse (iba a decir “raptar”, pero ellos dicen que no pretendían raptar) con 33 niños haitianos, no es más que la punta del iceberg de un asunto poco claro, por no decir sucio, que se desarrolla habitualmente en algunos países pobres, y que también se daba en Haití antes del terremoto. Es posible que recuerden que algunas monjas españolas que trabajan en África sufrieron amenazas de muerte por denunciar prácticas, que incluyen comercio de órganos. Según informaciones fidedignas, antes del terremoto, los niños haitianos vendidos y comprados ilegalmente rondan los mil casos anuales.

Hay hechos que, de por sí, son repugnantes y condenables. Que además se mezclen apelaciones a la religión, como en el caso de los niños haitianos, no cambia la gravedad del asunto, pero sí obliga a recordar que no se puede tomar el nombre de Dios en vano. Desgraciadamente su santo nombre ha sido demasiado profanado y vilipendiado. Las palabras de Martín Buber sobre las huellas de sangre que los seres humanos han dejado bajo el término “Dios” siguen resonando como una advertencia permanente. Las apelaciones al nombre de Dios tienen sus luces y sus sombras. Pero cuando de sombras se trata, lo bueno se convierte en pésimo.

Para que los derechos y libertades de la persona, sobre todo de los más débiles y vulnerables, sean debidamente reconocidos, falta todavía un largo camino por recorrer, debido a condicionamientos de todo tipo: económicos, políticos, sociales, ideológicos y también religiosos. La explotación de la sexualidad (trata de blancas, prostitución infantil, violación de menores –por cierto, un periódico boliviano acaba de denunciar la violación de 42 menores en un centro evangélico de acogida-), el tráfico de órganos, el robo de menores, o la manipulación del hombre por el hombre, es uno de los mayores insultos al Creador. Por eso, la cooperación en la obra creadora de Dios, que hoy bien puede traducirse en ayuda desinteresada para reconstruir Haití, pasa por el logro de una mayor justicia como fruto del amor.

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2
Feb
2010
Para que las religiones den vida, extremistas no
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Los extremismos, coacciones, intolerancias, violencias, cometidas en nombre de la religión, sea cual sea su adjetivo, cristiana o musulmana, son malos y hay que denunciarlos. La labor que algunas personas e instituciones, en nuestro país, realizan en pro del buen entendimiento entre cristianos y musulmanes, es admirable y debemos apoyarla. Cosa distinta son las actitudes inaceptables adoptadas por algunos imanes. Recientemente, en Cunit, pueblo de Tarragona, una mujer musulmana de 31 años denunció al imán por amenazas, coacciones y calumnias. ¿Motivo de las amenazas del imán? La mujer se relaciona con españoles no musulmanes. Mientras la fiscalía solicita cinco años de cárcel para el imán, la alcaldesa de Cunit ha frenado su arresto “para evitar un conflicto social”. ¿No será también por miedo?

 

Tarragona es un bastión del salafismo, corriente extremista, que controla el 90 por ciento de las mezquitas, y busca controlar el resto. Sus líderes reciben dinero de Arabia Saudita y viajan continuamente a Bélgica y Holanda, donde se reúnen con sus padrinos de Yemen. Estas personas extremistas son las que resultan temibles, y no las religiones, que merecen todo el respeto. Por eso es necesario apoyar a los líderes moderados de estas religiones, dialogar con ellos, acercarse, crear vínculos. El conocimiento y la cercanía son el mejor antídoto contra extremismos, enemistades y malentendidos. Por tanto, si criticamos al Islam debemos comenzar por aclarar de qué Islam estamos hablando.

 

Las religiones son santas. Pero como somos los humanos quienes las vivimos, conviene tener claros algunos criterios para determinar la autenticidad de la vivencia. Un buen criterio es si la religiosidad conduce a una mayor humanización; o, si excluye toda violencia y respeta la libertad, tanto para abrazarla como para dejarla. Si no así, estamos ante claros signos de inautenticidad. Por lo demás, cuando alguien, sea cual sea su título, en nombre de la religión, atenta contra la dignidad humana, hay que denunciarlo. Y un consejo para nuestros gobernantes (ya me imagino que no me leen, pero al menos así creo ambiente): dejen de moverse entre la ignorancia y el miedo; apoyen a los líderes moderados; y en vez de escuchar a no sé qué imanes, escuchen a las mujeres.

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31
Ene
2010
Yo superé la crisis
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“Yo superé la crisis”, leo en una octavilla (con nombre y foto) que unos jóvenes me entregaron al lado de la estación de Atocha, en Madrid, portadores de una pancarta con el lema de “Campaña nacional contra la crisis”. El personaje, alcohólico y maltratador de su mujer e hijos, “vivía en la pobreza” y, de pronto, encontró el medio de “superar la crisis poniendo su fe en practica”, de modo que su “vida financiera resurgió”, como lo prueba un coche valorado en 30.000 euros que, naturalmente, ha hecho feliz a su familia. Se me ocurrió preguntar al joven que me entregaba la octavilla si pertenecían a una Iglesia evangélica. Me contesto que “sí”, y añadió: “somos un grupo cristiano de ayuda”.

Comienzo por aclarar que a los pastores y responsables de Iglesias cristianas no católicas que yo conozco, no les veo animando este tipo de acciones ni predicando estos resultados de la puesta en práctica de la fe. Hecha la aclaración añado que toda supuesta fe cristiana que conduce a tales resultados, además de falsa, es una estafa: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Resulta sorprendente que todavía haya gente que piense que es posible servir a dos señores y se presté a tales maniobras. Es posible que la necesidad apriete y uno se agarre a cualquier clavo ardiendo. Pero estas agarradas solo conducen a quemarse.

Dios solamente merece este nombre y solo puede ser aceptado y creído, cuando deja de ser un recurso, un dios domesticado en definitiva, y se convierte en exigencia, en sorpresa, en desafío, en lo más insospechado, en un Dios gratuito que, paradójicamente, vale mucho. Un Dios que transforma mi corazón y, a lo mejor, vacía mi bolsillo. Un Dios que me llena de alegría y me invita a repartirla entre los tristes. Un Dios que, sin darme nada, me sacia totalmente. Un Dios que, en Jesucristo, se presenta como la verdad crucificada, que abre sus brazos para abrazar a todos, dejando siempre libre a cada uno. Un Dios con el que no hay ningún negocio que hacer porque, una vez encontrado, todos los negocios se convierten en basura y solo cuenta el amor.

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29
Ene
2010
Lo del Pisuerga y las enchiladas
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Cuando se quiere introducir un brusco cambio de tema en la conversación, que no tiene nada que ver con lo que se habla, en España utilizamos esta expresión: “Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”. En México dicen con la misma intención: “Y hablando de enchiladas”, aunque nadie esté hablando de ellas. Digo esto porque, a veces, parece que algunos discursos que se quieren muy católicos, tienen que sacar a colación algunos temas, vengan o no vengan a cuento. Pongo un ejemplo: hace una semana, aprovechando que el terremoto de Haití causó tanta desagracia, se publicó en un semanario eclesial un artículo (que, en lo que decía de Haití, era pertinente y correcto) que se complacía en recordar que hay cosas todavía peores, como las leyes que despenalizan el aborto, por ser susceptibles de causar más muertos. Lo cual puede ser cierto, pero en el momento del terremoto se trataba de otra cosa.

Esta obsesión de algunos sectores católicos, sea cual sea el tema que se está tratando, por sacar a colación una serie de cuestiones que ellos consideran identitarias, puede desviar la atención del asunto urgente o conveniente que en aquel momento se trata. Y, además, conducir a algo peor: a hacer, al menos, molesto lo más santo. A ver si va a resultar que tendremos que comenzar todas las homilías, las catequesis y los artículos, dejando claras una serie de cuestiones sensibles (que, por cierto, suelen variar en función de aquellos a los que se pretende dejar claro por activa y por pasiva tales cuestiones, con lo que además entramos en otro asunto, que es la necesidad de un adversario para reafirmar la identidad), y una vez dejado clara la fidelidad inquebrantable a tales doctrinas, entonces podremos comenzar a hablar del tema que toca en aquel momento.

Viene bien aquí recordar otro dicho español: “cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento”. O sea, fuera de su lugar y tiempo oportuno pierden mucho las cosas y no causan el efecto deseado.

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27
Ene
2010
El mal, interpelación multidimensional
6 comentarios

Acabo, no con mal (¡qué más quisiera yo!), sino con el tema. O mejor dicho, acaban mis reflexiones, por ahora al menos, sobre el tema del mal. Ofrezco nuevas ideas:

1) Jesús, al final de su vida, antes de la cruz, tiene que contestar a esta gran pregunta: ¿Y después de la muerte qué? Por qué el mal, por qué la muerte: he aquí las grandes preguntas, las últimas preguntas a las que debe contestar Jesús. A pesar de todos sus discursos, a pesar de toda su actuación, quedaban las grandes preguntas por contestar. Más aún, Jesús muere en la cruz preguntando lo mismo que le han preguntado: ¿Dios mío, por qué me has abandonado? ¿dónde está Dios ante el mal, el sufrimiento y la muerte? Quiere esto decir que posiblemente ante el mal y la muerte hay muchas preguntas. Respuestas, pocas y malas.

2) El mal no solo es una interpelación multidimensional, en el sentido de que tiene muchos rostros, muchas causas. Es también una tarea multidisciplinar, en el sentido de que compete a muchos ámbitos de la existencia. El mal tiene una dimensión ética, pero también técnica, política, económica, médica, antropológica, y también teológica. Ante el mal es importante luchar con todos los recursos posibles e implicar todas las posibilidades.

3) En este tema del mal nos jugamos la credibilidad de la Iglesia y de la fe cristiana. No tanto en la respuesta teórica que la Iglesia puede dar ante el mal, sino en la praxis que adopta ante el mal y que empuja a adoptar a sus fieles. ¿Qué clase de Dios es ese que nos deja pasivos ante el mal o qué clase de Dios es ese que nos impele a luchar contra el mal?

4) El discurso sobre el mal no va dirigido a los que colaboran con el mal y lo practican, pues esos difícilmente van a cambiar. El discurso sobre el mal pretende suscitar la esperanza de los creyentes en el bien, despertar sus fuerzas, y sostenerles en su lucha, animándoles a continuar en esta disposición. El discurso de la Iglesia sobre el mal no es un discurso dirigido a los malos (digo a los malos, no a los que padecen el mal), sino dirigido a los buenos.

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25
Ene
2010
No hay recetas para el mal
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Indiqué en el post con el que presentaba este blog que en mi tienda no se vende pan; en todo caso, levadura, para que cada uno pueda hacerse el pan a su gusto. Recuerdo esto porque en estas reflexiones que les he ofrecido sobre el problema del mal, es posible que alguno haya buscado lo que no tengo, a saber, recetas. Yo no sé lo que hay que hacer cuando te encuentras en una situación como la vivida estos días en Haití. O si lo sé, pero de forma muy genérica: hay que hacer todo lo que se pueda para ayudar y acompañar. Cada uno sabrá como traducir ese “todo lo que se pueda”. Además, una cosa es la reflexión y otra la postura de uno ante el mal y el sufrimiento. Cuando te los encuentras de frente solo cabe ayudar, si se puede. Y, si nada se puede hacer, siempre se puede dar la mano, guardar silencio, llorar con los que lloran (Rom 12,15), o rezar con los que rezan. Que no es poco.

Ya dije que el mal es un misterio. Un misterio que forma parte del misterio de la persona. Por eso, toda explicación es insuficiente. Siempre surgen preguntas nuevas ante cada respuesta. Una pregunta que siempre resurge es cómo Dios es todopoderoso frente al mal. Desde luego, no a nuestra manera. Si lo fuera a nuestra manera habría ahorrado el sufrimiento que comporta el proceso evolutivo, y hubiera intervenido en Auswitch, en Haití y en la cruz de su Hijo. Si no interviene es porque, dicho a nuestra manera, no puede. Porque su obra tiene consistencia y autonomía propia. Esa es la grandeza de la obra y la grandeza del Creador.

Al fin y al cabo, "todo poder" equivale a nulo poder, pues el todo poder no deja espacio para ninguna autonomía, termina aniquilando todo lo que le hace frente, y se queda solo. El lugar en el que se manifiesta el poder de Dios es en la cruz de su Hijo, crucificado bajo el poder de Poncio Pilato (¡ese sí que tenía poder!). Paradójicamente, en aquella cruz Dios consiguió su propósito. Ese es el que tiene poder: el que consigue su propósito. El poder de Poncio Pilato, aunque él no se enterase, al final no vale nada.

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22
Ene
2010
Frente al mal, el bien
9 comentarios

El mal y el dolor resultan, en ocasiones, un misterio que ninguna explicación teórica puede desvelar ni paliar. Pero si el mal no es susceptible de explicaciones, eso no significa que haya que quedarse pasivos ante él. Al contrario: es posible y necesaria una praxis de resistencia frente al mal, y de lucha y toma de partido a favor del bien. Este es el único comportamiento digno frente al mal.

Jesús no estaba de acuerdo con el sufrimiento. Este es un buen resumen de su vida: “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos porque Dios estaba con él” (Hech 10,38). Porque Dios siempre quiere el bien, y Dios está con Jesús, Jesús se resistía ante el mal. Su praxis es una praxis de resistencia, empeñada en dirigir la historia hacia el bien. En esta praxis Jesús comprometió su vida, pues su toma de partido a favor de los pobres y necesitados le condujo a la muerte. Esto significa que sus seguidores debemos negar al mal todo derecho, empleando todas nuestras fuerzas en combatirlo, tomando partido por el bien. Cuando Dios está contigo, tú no puedes menos que hacer el bien y oponerte con todas tus fuerzas a las opresiones.

Un creyente puede ir todavía más lejos. Desde la fe se comprende que, en la cruz de Cristo, Dios aparece como solidario con la persona que sufre. Allí se manifiesta el amor incondicional de Dios, que entrega a su Hijo a la muerte por el pecado del mundo. Y aunque no sea posible relacionar directamente un determinado mal con el pecado, no cabe duda que muchos males de este mundo se deben al mal uso de la libertad; en definitiva, y en perspectiva cristiana, al pecado de los hombres. Jesús se muestra solidario con la persona pecadora, pues ama a los pecadores y sufre la muerte a causa de ellos y para ellos.

En la cruz de Cristo se esconde el último y definitivo sentido del sufrimiento, que no es otro que la Resurrección: manifestación de que Dios quiere dar un futuro a lo que no tiene futuro. El mal y el dolor no tienen ningún futuro. Sólo el amor, la verdad y el bien tienen futuro. Esto es lo que Dios manifiesta en la resurrección del Crucificado, una resurrección que repercute en cada creyente, “pues si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante” (Rom 6,5) (continuará).

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20
Ene
2010
La libertad, principal causa del mal
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Además de en la finitud, el mal tiene su causa en la libertad humana y en la del universo. Si estas dos libertades son reales, entonces hay que decir: una vez puestas ciertas condiciones, hay cosas que no pueden ser hechas. En este sentido, Dios no puede evitar el mal. Más aún, la libertad humana implica, por parte de Dios, una cierta retirada para hacer sitio al hombre. Esta retirada no quiere decir indiferencia: es la forma en que Dios se hace presente sin destruir la libertad humana. La libertad implica la posibilidad de decir no a Dios, de destruir la creación y de destruirse uno mismo. Dios acepta ser negado por amor de su obra, acepta el riesgo que comporta la grandeza de su obra. Solo suprimiendo la libertad, podría Dios suprimir el mal uso de la libertad. Pero entonces, en vez de un ser humano, aparecería un robot, que siempre hace lo quiere su dueño. Dios mismo es el garante de la libertad de la persona, incluso cuando esta le rechaza o hace el mal que Dios no quiere. Viene bien recordar aquí un poema vasco sobre un pájaro: “Si le hubiera cortado las alas / habría sido mío / pero habría dejado de ser pájaro / Y yo lo que amaba era el pájaro”.

El sufrimiento provocado por la libertad humana es más grave y doloroso que el que deriva de la finitud. La pregunta que entonces se nos plantea es: ¿qué hacemos con nuestra libertad? La libertad implica responsabilidad y respeto a los derechos del otro. Se ha dicho muchas veces que mi libertad acaba donde empieza la del otro. Iluminados por el Evangelio es mejor decir que mi libertad es garantía de la libertad del otro. Más aún, que la libertad está al servicio del amor mutuo (Gal 5,13). El egoísmo no tiene como resultado la libertad, sino la propia destrucción: “si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros” (Gal 5,15). La libertad solo es auténtica y realiza al ser humano cuando se fundamenta en la verdad (Jn 8,32) y en el amor, pues sólo desde el amor la libertad germina.

El mal uso de la libertad no se soluciona con leyes e imperativos, sino con un cambio de mentalidad, con un corazón nuevo capacitado para amar y mirar al prójimo con respeto (continuará).

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18
Ene
2010
La finitud, primera explicación del mal
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No es fácil explicar la coexistencia de un Dios bueno y todopoderoso con el mal. Ya Epicuro, en el siglo IV antes de Cristo, planteaba así el problema: Si Dios es bueno pero no puede evitar el mal, entonces no es todopoderoso; si es todopoderoso pero no quiere evitar el mal, entonces no es bueno; y si ni puede ni quiere evitarlo, entonces no es ni bueno ni poderoso.

Ante el mal y el sufrimiento hay que hacerse algunas preguntas antes de apelar a Dios: ¿qué puedo hacer ante lo ocurrido?, ¿cuál es la causa de lo ocurrido?, ¿qué puedo hacer para que desaparezca esta causa o, al menos, paliar sus consecuencias? Solo cuando se han respondido estas preguntas resulta decente preguntarse qué tiene ver Dios con todo lo ocurrido.

Para encontrar una respuesta al problema del mal, hay que considerar, en primer lugar, la finitud humana. El hombre (y su mundo) es contingente, falible, limitado. Lo contingente alguna vez acaba, lo limitado no lo puede todo, lo falible alguna vez falla. La finitud implica necesariamente imperfección, si por imperfección entendemos que las cosas, bajo algún aspecto, podrían ser mejores. Dios solo podría evitar la imperfección aniquilando precisamente la imperfección. Pero entonces aparecería la nada (la nada no “aparece”, pero de algún modo hay que entenderse). Una criatura “perfecta” es una contradicción ¿Cómo puede ser perfecto lo que por definición es limitado? ¿Acaso Dios puede hacer un círculo cuadrado? La condición inevitable de la finitud es el fallo, el desajuste, el sufrimiento.

Si Dios se decide a crear tiene que aparecer un mundo y unos seres limitados. Un universo “perfecto” no diferiría de Dios y no sería una creación con independencia propia. El posible dilema para Dios no sería crear un mundo limitado o perfecto, un ser finito o un ser infinito (en definitiva crear otro Dios), sino no crear o crear un ser (un mundo) finito. ¿La vida vale la pena a pesar de todas sus limitaciones y sufrimientos? Pregunta que pueden hacerse los padres: ¿vale la pena traer hijos al mundo sabiendo que tendrán que esforzarse, sufrir, enfermar y al final morir? (Continuará).

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