Hoy se ha anunciado el fallecimiento de uno de los más grandes teólogos del siglo XX, el dominico Eduardo Schillebeeckx. Tenía 95 años. No voy a trazar aquí su biografía. Pero sí quiero dar gracias por su vida y por su ingente labor teológica. En uno de sus últimos libros Schillebeeckx dejó constancia de lo siguiente: "En los dos aspectos de mi pensamiento teológico, el crítico y el constructivo, he querido testimoniar a los demás la alegría y la esperanza que hay en mí: ¡soy verdaderamente un hombre feliz!". El tema de la gloria de Dios y de la felicidad del ser humano sería, a mi entender, un buen resumen de lo que subyace a toda su obra teológica.
Tanto en el terreno deportivo como en el educativo, uno es considerado tanto mejor deportista o mejor estudiante cuanto mayor es la medida con la que puede compararse. Uno es considerado deportista grande, de elite, no cuando es capaz de vencer a los que son inferiores a él, sino cuando es capaz de medirse con los que son superiores. Según con quien se mide, mejor deportista es. Lo mismo ocurre en el terreno educativo: la capacidad de mi inteligencia es tanto más grande cuanto mejor puedo seguir las explicaciones de los grandes maestros. Entonces es cuando mis posibilidades de aprendizaje alcanzan su máximo grado, porque la medida de mi inteligencia es el gran maestro y la ciencia más elevada.
Hay una historia en el libro del Génesis que resulta oportuno recordar, porque la medida del luchador en el combate es, ni más ni menos, que Dios. Se trata de la lucha de Jacob con Dios. A pesar de no poder con Él (Gén 32,26), Jacob es grande “porque ha sido fuerte contra Dios” (Gén 32,29). Hay que medirse con lo grande, no con lo pequeño. Y ahora la gente se mide con lo pequeño. La grandeza del cristiano está en su capacidad de medirse con Dios. Se convierte así en un humano cuya medida es Dios. Ya decía Kierkegaard que un vaquero que se mide con sus vacas es un “yo inferior”; igualmente un soberano midiéndose con sus esclavos es un “yo inferior”. En ambos casos falta la escala.
La escala del cristiano es Dios. Se comprende así una de las últimas convicciones que dejo escritas Juan Pablo II: “El ser humano no puede comprenderse del todo a sí mismo teniendo como única referencia las otras criaturas del mundo visible. El hombre encuentra la clave para comprenderse a sí mismo contemplando el divino Prototipo, el Verbo Encarnado, el Hijo eterno del Padre”.
Se dice que la cara es el espejo del alma. El libro del Eclesiastés se expresa así: “el corazón del hombre hace cambiar su rostro, sea para el bien, sea para el mal. Un rostro alegre revela un buen corazón” (13,25-26). El rostro es el espejo del corazón. En el rostro de cada persona se leen sus mejores y sus peores sentimientos, el dolor y la alegría, la bondad y la severidad. A veces me pregunto el motivo por el que los terroristas ocultan su rostro. Quizás para que no se vea el horror que hay su cara. A algunas mujeres les obligan a tapar su cara. ¿Acaso quienes les obligan temen ver en su cara la denuncia de su propia maldad?
Hay un chiste judío, inocente y espantoso, que circulaba por Varsovia en 1940. Un militar alemán que patrulla el guetto de Varsovia detiene a un niño judío por hacer contrabando. El alemán apunta con la pistola a la cara del niño, pero anuncia que le perdonará si adivina cuál es su ojo de cristal. “El izquierdo”, responde el niño judío. “¿Cómo lo has adivinado?” “Porque en ese ojo hay un brillo de humanidad”. ¡Lo humano del rostro del alemán reflejaba inhumanidad!
En la cara de la gente con la que nos encontramos y en nuestro propio rostro es posible detectar brillos de humanidad y de inhumanidad. Rostro de un niño hambriento y cara oculta del terrorista. Cara amable del que dedica su tiempo y su vida a trabajar a favor de los necesitados y cara prepotente del poderoso y del rico. Cara gastada y bondadosa del anciano y cara gastada y pérdida por drogas, alcohol o sexo. Ojos tristes pero esperanzados del que baja de una patera y ojos ambiciosos de tanto político corrupto. Cara cansada, pero pacífica y hermosa de la madre saharaui y cara malhumorada de represores e inquisidores.
En este mundo es posible aparentar y engañar. Hay quien tiene la habilidad de hacer decir a su rostro lo contrario de lo que el corazón piensa y quiere. En el momento decisivo de la vida, ese momento en el que seremos juzgamos por el amor, no hará falta ninguna pregunta. La cara nos delatará. Yo creo que también ahora nos delata. Debe ser por eso que san Pablo dice que los cristianos deben ir con la cara descubierta, para que se vea bien lo que en ella se refleja: el rostro de Cristo.
Es inherente a toda comunión y a todo encuentro personal que el uno vaya hacia el otro y el otro hacia el uno. Si es solo uno el que camina hacia el otro, nunca habrá posibilidad de encuentro. Digo esto a propósito del manifiesto del clero guipuzcuano del que se ha hecho eco toda la prensa, manifestando su disconformidad con la intencionalidad y el procedimiento seguido en la designación de Monseñor Munilla como nuevo obispo de la diócesis. El manifiesto lo suscriben 131 presbíteros y religiosos, entre ellos 85 de los 110 párrocos que ejercen en Guipúzcoa y 11 de los 14 arciprestes. Si llamativo es el manifiesto, casi más llamativo es el número de clérigos que lo firman.
Doy fe de que en la Iglesia se efectúan consultas privadas cada vez que hay que nombrar un Obispo. En el caso de la diócesis de Guipúzcoa, es posible que algunos de los firmantes del manifiesto hayan sido consultados. Si es así, es evidente que no se les ha hecho caso. Y, si no se hace caso al presbiterio de una diócesis en un asunto tan serio, más aún, si se actúa en contra del sentir mayoritario del presbiterio, sin duda, ha tenido que ser por muy buenas razones. Ahí es donde el procedimiento enlaza con la intencionalidad.
La Iglesia es, ante todo, una comunión. Pero la comunión va en doble dirección. De la comunión del Obispo con sus presbíteros dice el Vaticano II: “Los presbíteros reconozcan verdaderamente al Obispo como a padre suyo y obedézcanle reverentemente. El Obispo, por su parte, considere a los sacerdotes, sus cooperadores, como hijos y amigos, a la manera en que Cristo a sus discípulos no les llama ya siervos, sino amigos”. Hay por tanto un camino recíproco que conviene recorrer. Si se logra esta reciprocidad habrá comunión. Porque la comunión no es algo hecho, sino un objetivo que hay que conseguir cada día. Si se busca de verdad este objetivo lo más lógico, lo más normal, es que haya cambios, no exentos de tensiones, porque ni la obediencia es adulación, ni la amistad se consigue sin dar pasos efectivos. Cambios por las dos partes, pues los hijos también marcan al padre. No sería la primera vez.
Las palabras nacen, crecen, se desarrollan, se gastan, se desgastan, se pudren, cambian de sentido y mueren. Algo de eso ha ocurrido con la palabra Navidad. No se trata solo de que algunos pretendan cambiar la expresión fiestas de Navidad por fiestas invernales. Eso es secundario, porque en tal cambio el acento está en la fiesta, no en la Navidad. Lo peor es la degradación de la palabra Navidad, apropiada por todo lo que tiene que ver con el dinero, o sea, por una ideología pagana: “25 de descuento, fum, fum, fum” en “la mejor Navidad” del corte británico; o “la hiper navidad” del hiper francés.
Los cristianos de los primeros siglos fueron muy listos al cambiar el sentido de las fiestas romanas en honor del Sol naciente por la fiesta cristiana del Sol que nace de lo alto para salvar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. En nuestros días ha ocurrido el fenómeno contrario: el listo ha sido el paganismo (los hijos de las tinieblas son más listos que los hijos de la luz y se aprovechan de ellos), que se ha apropiado el término para hacer no la mejor Navidad, sino el mejor negocio. Y ahí es donde todo empieza a chirriar: no podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso propongo a mi comunidad, que es la Iglesia, que aparquemos el término Navidad. Se lo regalamos generosamente al mundo. Que haga lo que quiera, que lo sustituya por el que prefiera. Para que quede claro que los cristianos ya no nos identificamos con él. Para nosotros es una reminiscencia del pasado que no ha tenido buena suerte. Mi propuesta es que, en adelante, los cristianos hablemos de Encarnación. Ese es el misterio que celebramos: que Jesús se encarnó por obra del Espíritu Santo. Lo que viene después: “y nació de María, la Virgen” es la realidad humana convertida en sacramento que orienta al misterio. Si absolutizamos el sacramento o si no sabemos a donde orienta, el sacramento se desvirtúa.
Si dejamos claro que celebramos la Encarnación, lo tendrán difícil los políticos y el mundo del dinero para apropiarse un término tan identificador, tan respetuoso, tan poco ambiguo, tan difícil de manipular.
¿Seguirá viva Aminetu Haidar cuando se publique este post? ¿Qué más se puede hacer para que abandone su huelga de hambre? Los canales diplomáticos no están del todo agotados. Además de la Secretaria de Estado de USA, del Secretario General de la ONU, del ministro Moratinos, hay otras vías diplomáticas que se pueden intentar: el Presidente Obama, el Rey de España, el Papa Benedicto XVI. ¿Con alguna esperanza de éxito? Nunca se sabe, porque el Rey de Marruecos es muy obstinado, pero sensible a los halagos. El pobre está ofendido. Es tan pobrecito que se ofende por muy poco. Solo una petición de perdón por parte de la activista puede lavar la ofensa. ¿Hay algún calificativo para un honor como el suyo? No sé si resulta consolador para tanta bajestad (bajestad, de bajura) que las asociaciones marroquíes en España se posicionen contra la activista, mientras sus sicarios se encargan de que en El Aaiún no sea posible posicionarse. En efecto, la policía ha ordenado mantener abiertas las puertas de las casas para así poder observar lo que ocurre dentro.
Quiero pensar que en la posición española no juegan ningún papel los intereses económicos. Pues es bien sabido que hoy la política es fundamentalmente economía. Hay un acuerdo de pesca entre la UE y Marruecos, que permite a los pesqueros europeos faenar en aguas saharauis; y durante la presidencia española de la UE se prevé firmar con Marruecos unos acuerdos agrícolas que afectan al Sahara. Prefiero pensar que nuestros políticos consideran que contribuir a desestabilizar lo malo solo puede traernos lo peor. La teoría del mal menor. En todo caso, lo de menos, en estos momentos, es si Aminetu ha entrado legal o ilegalmente en España, si rechazó el pasaporte o se lo quitaron. Incluso me parece secundario si será más útil a su causa viva que muerta. Estando vivos se puede incordiar más. Aunque también es cierto que los muertos, a veces, ganan batallas. Soy pesimista a este respecto, pero es una posibilidad. Lo que importa ahora es respetar su dignidad y ayudarle a vivir. Ayudarle sí, porque la vida es cosa suya. Y de Dios, claro.
Desde que el Cardenal Rouco levantó la voz de alarma en la última reunión plenaria del episcopado español a propósito de la falta de sacerdotes residentes en la mitad de las parroquias españolas, la prensa se ha hecho eco, desde distintas perspectivas, de este problema: unos hablan de pocos, pero buenos; o dicen que importa más la calidad que la cantidad. Hay quien recuerda que antes se decía que no asistir a la eucaristía dominical era pecado, mientras ahora los obispos no proveen para que haya eucaristía en todos los lugares, y se aprovecha para volver sobre el tema de las ordenaciones de varones casados o de mujeres.
La solución debe comenzar por formar comunidades cristianas vivas, fraternas, inquietas, responsables, preocupadas. Que sean ellas las que reclamen presbíteros. Y si son ellas las que los necesitan y los reclaman será fácil que de la misma comunidad salgan vocaciones para este servicio. Porque mientras el acento se ponga en el número, aquí como en todo, caben diversas consideraciones. Si se trata de buenos sacerdotes, siempre faltan. Pues si, por un inesperado milagro, hubiera muchos buenos sacerdotes, también faltarían, porque lo bueno nunca es suficiente y siempre es mejorable. Cuanto más bien hay, más bien se desea.
Cuando se dice que faltan hay que preguntar dónde, por qué y para qué. Hay lugares donde si no sobran, al menos podrían desprenderse de algunos. En otros lugares los sacerdotes ocupan funciones administrativas que podrían y deberían hacer perfectamente los seglares. Hace ya cientos de años Gregorio Magno decía que había muchos sacerdotes, pero faltaban sacerdotes que se dedicasen a cumplir dignamente con su ministerio. Igualmente, decía Gregorio Magno, sobran candidatos al episcopado; lo peor es que cuando lo consiguen no cumplen con el ministerio de la predicación propio del Obispo. Se dedican a otras cosas.
A veces el episcopado se confiere solo por motivos políticos o de dignidad humana: es el caso de los Nuncios. Y cuántos presbíteros ejercen funciones muy dignas pero no ministeriales: directores de Colegios, profesores de matemáticas, administradores de diócesis o de instituciones de la Iglesia. Visto así, sobran sacerdotes.
El pasado año felicité las fiestas de Navidad a los benévolos lectores con unos versos que traducidos suenan así: “Aunque naciera mil veces en Belén / sin nacer entre tú yo / nunca le veríamos crecer”. He recordado estos versos porque me han enviado el enlace de un video sobre el adviento. El video, tras indicar que el adviento es tiempo de esperanza y no de espera, entra a reflexionar sobre el nacimiento de Jesús y lo hace desde un doble nivel que va precedido de un doble estribillo: “para que tú nacieras” y “para que tú sigas naciendo”.
Para que Jesús naciera fue creado el universo y fue creado el ser humano. Es una idea teológicamente correcta, pues la creación del ser humano a imagen de Dios es el presupuesto de la Encarnación: Dios puede hacerse hombre porque en el hombre hay capacidad de acoger lo divino; la Encarnación es la consecuencia última y la mejor realización de la imagen de Dios en la persona humana; en la Encarnación queda claro que el ser humano “es” en la medida en que se entrega a Dios. Por este motivo, Jesús, perfecta imagen de Dios, es la plenitud de lo humano. Igualmente para que Jesús naciera, Dios trabajó la sensibilidad religiosa de un pueblo e hizo con él una historia de salvación, buscando las mínimas condiciones culturales y espirituales para que su Hijo pudiera ser acogido.
Pero para vivir cristianamente el misterio de la Encarnación no basta con referirse a Jesús de Nazaret. Pues con la encarnación, Dios se ha unido, en cierto modo, con todo ser humano, incluso cuando el ser humano no es consciente de ello. Por eso es necesario que “Jesús siga naciendo”. ¿Cómo sigue naciendo? En la medida en que nosotros nos transformamos con mayor perfección en imagen de Cristo y vivimos, aplicados y traducidos a nuestra circunstancia, los valores evangélicos. Para que Jesús siga naciendo es necesario que los cristianos anunciemos la Palabra de la verdad y la vivamos con amor; es necesario que la Palabra siga haciéndose carne de toda carne humana. El adviento nos prepara nos solo a contemplar el misterio del nacimiento (“para que tú nacieras”), sino a dejar crecer hoy en nosotros este misterio (“para que tú sigas naciendo”).
Resulta estimulante hacer una lectura del dogma de la Inmaculada Concepción de María a la luz de una nueva comprensión de la transmisión del pecado original. Pues el pecado original no se transmite como si fuera una especie de ADN. El seno de María era genéticamente igual con o sin pecado original. No podía “manchar” a Jesús. El verdadero influjo de unos sobre otros es de tipo cultural y espiritual. Así como la gracia de Cristo no se transmite físicamente, tampoco se transmite así la influencia del pecado. Por otra parte, nuestra humanidad tiene no solo influencias pecaminosas, sino sobre todo influencias positivas, divinas, gracias a Cristo. La humanidad no solo vive una historia de pecado, sino una historia de salvación. María sería el modelo acabado de una humanidad capaz de dar una respuesta positiva al amor de Dios y, en este sentido, la cúspide de una humanidad que se trasciende a sí misma por gracia de Dios.
En María se realiza la más alta posibilidad humana: acoger a Dios. Se convierte así en modelo de creyente. Ella es la que pone todo su ser al servicio de una vida divina que no le pertenece. María estaba preparada “de entrada” para esta acogida, a la que todos podemos acceder por el bautismo. Si esta historia no es solo historia de perdición, sino sobre todo historia de salvación, es lógico que en ella haya modelos de la perfecta realización de esta historia salvífica que Dios quiere hacer con cada ser humano. María es uno de estos modelos, no necesariamente el único.
Los que piensen que esta comprensión desvaloriza a María, porque supuestamente así dejaría de ser privilegiada, tienen una estrecha comprensión de lo que son los privilegios de Dios y un pobre concepto del amor de María a sus hermanos los hombres. La gracia de Dios no solo no empequeñece cuando se universaliza, sino que entonces adquiere su verdadero carácter de gracia: un regalo no deja de ser menos regalo porque sean muchos sus beneficiarios. Y la Virgen no está celosa de ninguno de sus dones; al contrario, se alegra de que muchos puedan compartirlos.
Por ahora es una iniciativa parlamentaria. Es posible que por ley se obligue a retirar la cruz de todos los centros escolares estatales y concertados. Se creará un conflicto innecesario. Pero si así ocurriera, ¿qué van a hacer los centros concertados, además de protestar? ¿Mantener las cruces? Les quitarán el concierto. Y entonces se convertirán en centros elitistas, solo para ricos. Tendría gracia que la cruz solo pudiera estar en lugares para gente adinerada. Sería una contradicción.
Este asunto de los símbolos puede tener otras consecuencias conflictivas. ¿Y si alguien en nombre de la neutralidad política pidiera que por ley se retiraran las banderas o el retrato del Jefe del Estado? Ya puestos, se podría prohibir la exhibición pública de los colores futbolísticos, porque no son culturalmente neutrales. El mundo está lleno de símbolos, todos respetables, siempre que no se utilicen para ofender y no pretendan exclusividad. La cruz ni quiere ofender ni ser exclusiva. Por otra parte, la neutralidad es imposible: si la presencia de un símbolo es significativa, también lo es su ausencia. La retirada de las cruces coloca otro símbolo, que hasta puede resultar beligerante.
Apelar a que se trata de un símbolo cultural para defender la permanencia de la cruz, resulta una apelación pobre. Cultural aquí parece ideológico. Si es símbolo cristiano, porque en la cruz fue martirizado Jesús, su única defensa posible es la religiosa, que se aprende mirando al Crucificado: cuando le insultaban no devolvía el insulto, en la cruz no profería amenazas. Tampoco vosotros, dice un texto muy antiguo refiriéndose a los cristianos, debéis devolver mal por mal, ni insulto por insulto; al contrario, responder con una bendición.
Ser cristiano no es fácil, porque no lo es renunciar al poder, que es una de las caras de la cruz. Si un día hay retirada pública de cruces, ¿por qué no ver ahí una llamada para que los cristianos seamos signos de un amor que perdona? ¿O un estimulo para que las familias eduquen a sus hijos en el amor al Crucificado, que no se manifiesta en el comer y el vestir, sino en la alegría, gozo y paz que transmite una vida animada por el Espíritu del Crucificado?