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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

16
Abr
2010
La castidad, asunto de todos
2 comentarios

Algunos comentarios realizados a mi anterior post invitan a repetir algo que ya he dicho en otras ocasiones: la castidad es un asunto de todos. No está reservada a nadie. En lo que se conoce como vida consagrada, la castidad se vive con un cierto estilo, con un voto, que no hace que se viva mejor ni peor, pero sí puede resultar un signo que recuerda a todos los cristianos su propia obligación.

No hay que confundir castidad con celibato. El celibato es una manera de vivir la castidad. Pero el matrimonio también es casto. Cuando los esposos realizan el acto conyugal hacen algo santo, limpio, un acto de entrega total, signo de un amor que nada se reserva. A mi nunca me han gustado esas recomendaciones espirituales sobre la “castidad en el matrimonio”, entendida como abstención de relaciones sexuales durante un tiempo. ¿No equivale esto a suspender por un tiempo el sacramento? Precisamente porque toda la vida matrimonial puede y debe ser casta, no conviene reservar la expresión “perfecta castidad” para referirse a los “consejos evangélicos” que profesan los religiosos. Es mejor calificar el voto de los religiosos de “perfecta continencia”. Porque la perfecta castidad también se debe vivir en el matrimonio.

Tampoco hay que confundir celibato con sacerdocio. Hay vocaciones célibes entre los seglares, por motivos religiosos, sociales o para mejor dedicarse a una determinada actividad investigadora en beneficio de los demás. En lo referente a los sacerdotes, es bien sabido que su celibato es una cuestión disciplinar más que vocacional. Pero, por muy disciplinar que sea, no puede vivirse como una “disciplina”. Me temo que muchos problemas que hoy están sobre el tapete provienen de haber vivido el celibato como imposición. Si se asume el celibato únicamente porque de otro modo no se puede seguir la vocación presbiteral, insisto, si este es el motivo, habrá que preguntarse si no nos encontramos ante un conflicto de intereses. Y cuando hay conflicto de intereses hay que optar, realizando la opción con alegría y elegancia. Si el celibato sacerdotal va unido a un sentimiento de represión, que termina en tristeza y desasosiego, esto significa que se ha hecho una mala opción.

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13
Abr
2010
Celibato, pedofilia, homosexualidad
9 comentarios

Buscando defender el celibato sacerdotal, el Cardenal Bertone ha vinculado homosexualidad y pedofilia. Comprendo que el Cardenal no quiera cuestionar el celibato. Pero para defenderlo no hace falta vincular pedofilia con homosexualidad, no solo porque la mayoría de los psicoanalistas probablemente no estén de acuerdo, sino porque el celibato se defiende con argumentos antropológicos y, sobre todo, teológicos. Y la condición homosexual “debe ser acogida con respeto” (dice el Catecismo de la Iglesia Católica) y no ser vinculada con delitos y disfunciones psicológicas.

 

Desde el punto de vista antropológico, resulta posible humanizar la sexualidad y vivir su sentido profundo de entrega, amor y apertura al semejante, fuera del matrimonio. El argumento teológico en pro del celibato debería apelar a Jesús y su anuncio del Reino. El celibato de Jesús fue, en su época, una provocación. Anticipaba un nuevo tipo de familia que solo en el Reino de Dios quedará plenamente desvelada. Una familia que no se fundamenta en la carne ni en la sangre, sino en el “nacer de Dios”, que crea un tipo de relaciones fraternas que manifiestan la gratuidad del amor.

Una vida célibe no es fácil. Comporta complicaciones y peligros psíquicos que hay que compensar de alguna manera, con una entrega social o con una sana vida comunitaria. Tampoco hay que reducir el celibato a estar sexualmente intacto. Hay que traducirlo en términos de cariño, ternura, amor, poesía. Porque la castidad no es algo físico, sino algo espiritual y poético. Castidad es ante todo mirar al otro con limpieza, asumir su realidad, comprender sus miserias y dificultades, valorar su sonrisa y aliviar su tristeza. Castidad es ayudar a que la vida crezca, es donación y entrega desinteresada. Es magia y realismo, religiosidad y sobriedad, libertad y compromiso, sentimiento y acción. Es la más consumada unión entre cuerpo y alma.

Una cosa más: el que no vive en esta o parecida línea su celibato que, por lo menos, ¡no pretenda hacer de su celibato un testimonio del Reino de los cielos!

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12
Abr
2010
Con la que sigue cayendo
3 comentarios

Me dice un hermano que, con la que está cayendo, no es fácil presentarse como cura o fraile, porque te sientes señalado y acusado. Tampoco debe ser fácil presentarse como político, con lo que está saliendo sobre los casos Gürtel y Matas. Sin duda, en todos los colectivos hay personas que no responden a lo que se espera de ellas. Eso no supone ninguna descalificación humana ni profesional del resto de los miembros del colectivo. De hecho, en la que sigue cayendo en la Iglesia, los primeros señalados no son los curas, sino los responsables que actuaron de forma que hoy resulta difícil de comprender, aunque seguramente hace unos años su modo de actuación era “lo normal”. Hoy ya no valoramos “la dignidad de la Iglesia”, o dicho de otro modo, la defensa de la institución, sino que estamos más preocupados por la dignidad de las víctimas. Por eso sería bueno reconocer que las perspectivas han cambiado y, situados en la nueva perspectiva, no queda más remedio que entonar un mea culpa. En este sentido hay que valorar positivamente la guía sobre el procedimiento para los casos de abusos de menores publicada hoy en la página web de la Santa Sede.

Como la que está cayendo, en la Iglesia y en los partidos, ya no se puede ocultar, algunos responden que, proporcional y numéricamente, los casos de abusos son mucho más amplios fuera que dentro de la Iglesia. O que los desfalcos económicos los cometen políticos de todo pelaje. Posiblemente sea verdad. Pero estas constataciones no disminuyen en nada la gravedad de lo ocurrido, en la Iglesia y en los partidos. Más aún, solo si los de dentro de casa condenamos con más fuerza que los de fuera lo que en ella sucede, podrán ocurrir dos cosas muy interesantes: una, que resultaremos creíbles; y otra, que dejaremos de ser “sospechosos”. Yo estoy muy interesado en la limpieza de la casa del vecino, pero ante todo y sobre todo quiero que esté limpia la mía. Lo que pasa en casa del vecino, aunque sea más desastroso que lo que ocurre en la mía, no impide que mi primera y mayor preocupación sea la de mi casa.

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11
Abr
2010
Amor y libertad, una mutua interrelación
5 comentarios

Me gusta el comienzo de uno de los himnos de la liturgia de las horas: “solo desde el amor la libertad germina”. A veces me dan ganas de añadir: y solo desde la libertad germina el amor. Según dice el himno un clima de amor hace posible la libertad, porque solo cuando hay amor las personas pueden manifestarse como son, sin miedo a ser condenadas o juzgadas. El amor hace posibles unas relaciones sanas, equilibradas, en las que cada uno hace lo que quiere, pero quiere siempre el bien del otro. No es menos cierto que un clima de libertad hace posible el amor, porque el amor no puede nacer donde hay miedo, donde hay coacción, donde uno quiere imponerse al otro, donde uno manda y otros obedecen, donde uno se cree dueño exclusivo de la razón. No hay libertad sin amor, pero tampoco hay amor sin libertad.

La Iglesia, según dice una de las plegarias eucarísticas, es un “recinto de amor y libertad”, y eso hace posible que todos encuentren en ella “un motivo para seguir esperando”. Esto no es teoría, esto es la ley de la fe, ya que es también la ley de la oración. Creemos lo que oramos y oramos lo que creemos. Pero lo que creemos y oramos encuentra la prueba de su autenticidad en lo que hacemos. La oración y la fe invitan a una acción consecuente. De lo contrario se produce una ruptura entre fe y vida que, al decir de los últimos Papas, es uno de los más graves errores de nuestro tiempo. Y con la ruptura la Iglesia pierde credibilidad. Más aún, si la libertad es siempre para el bien, cuando ésta se utiliza para abusar del otro se destruye, a la vez, la libertad y el amor. Y cuando uno destruye, la sociedad –la sociedad eclesial la primera- tiene obligación de impedirlo, precisamente en nombre del amor y de la libertad.

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8
Abr
2010
Árboles del Paraíso
7 comentarios

La Sagrada Escritura no solo es el alma de toda teología. Ha sido también fuente de inspiración para muchos artistas, filósofos y literatos. Un tema que ha dado origen a una fecunda literatura es el de los dos árboles del Paraíso de los que se habla en el capítulo 2 del Génesis: el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal. Pío Baroja contrapone ambos árboles: el hombre ha de elegir entre vivir como los animales o vivir de un modo nuevo buscando el conocimiento. Elegir lo segundo le ha reportado terribles consecuencias, porque el conocimiento nos hace perder la inocencia de la que disfrutan los animales. Cierto: hay conocimientos que entristecen y agobian, es mejor disfrutar alegremente de la vida como los animales. Ortega y Unamuno interpretan de modo similar el mito adámico: el hombre es un animal inadaptado, el conocimiento le aleja de la animalidad y le hace desgraciado. ¿Quiere esto decir que hay una cierta maldición de la inteligencia? ¿Es buena o mala la inteligencia, nos acerca o nos aleja de Dios?

Hay una lectura patrística de los dos árboles que ofrece una respuesta a esta pregunta. Según San Ireneo la prohibición de comer del árbol de la ciencia solo era temporal. Dios no está en contra del conocimiento (ni del conocimiento sexual, ni del científico), pero quiere que este conocimiento se realice de forma “madura”. Dicho de otra manera: el conocimiento tomado como un absoluto, desligado de la relación entre el ser humano y Dios, es un arma capaz de los peores horrores. La inteligencia no es mala. Lo es si se desvincula de aquello para lo que fue pensada: la humanización o, si se prefiere, la divinización del mundo. Según Ireneo el árbol de la vida sería el Verbo de Dios. Lo correcto hubiera sido pasar primero por el árbol de la vida para llegar correctamente al de la ciencia. Pero el ser humano invirtió el orden. La ciencia, el sexo, la conquista del mundo, desligado de Dios (del árbol de la vida divina) conducen a una vía muerta. Sin control, las realidades buenas nos desgracian. Solo orientadas por el Verbo, por la Palabra de Dios, redundan en nuestro bien.

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7
Abr
2010
El Papa, el bueno de la película
9 comentarios

Esa es la hipótesis del sociólogo Manuel Castells. De modo que las acusaciones que apuntan directamente al Papa podrían responder o, al menos, estar en relación con una presión interna, desde ámbitos eclesiales, para que no salieran a la luz otros trapos sucios que el Papa quiere sanear. En concreto la situación de las instituciones fundadas por Marcial Maciel. No sabemos todavía el resultado del informe que la Santa Sede ha encargado a los visitadores de la Legión, uno de ellos el Obispo Ricardo Blázquez. Pero este informe no concierne únicamente a la conducta del fundador, que ya ha sido investigada, sino al conjunto de las actividades de la Legión que no se refieren solo a tolerancia sobre prácticas sexuales, sino también a corrupción política y lavado de dinero. Y aunque ahora los superiores de la Legión pretendan cargar toda la culpa de las perversas prácticas sexuales en el Fundador, resulta difícil creer que pudiera llevar la doble o triple vida que llevaba sin complicidades de sus colaboradores más inmediatos.

Dados los enormes intereses que hay en todo este asunto, sobre todo económicos, no va a resultar fácil que los Legionarios acepten sin lucha algunas resoluciones. Ahora bien, dice Manuel Castells, “la piedra angular de toda la empresa está en el Vaticano”. Para evitar el cierre de la Congregación el sociólogo se pregunta: ¿qué mejor forma de evitarlo que amenazar con hundirse todos juntos, incluido el Papa y su entorno, con la revelación o fabricación de abusos y corrupciones de todo tipo que se guardan en el sigilo de la burocracia vaticana, a la que llevan décadas accediendo los fervientes legionarios?

Ni quito ni pongo rey. Es una hipótesis, insisto en lo de hipótesis, que me parece que podría explicar algunas cosas. Y como me ha parecido de interés, la doy a conocer, como también han hecho otros.

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5
Abr
2010
En defensa del Papa, que no la necesita
12 comentarios

Ni siquiera durante la Semana Santa nos hemos librado del goteo de noticias sobre escándalos clericales. De una primera fase de condena de los culpables, y de una segunda de búsqueda de responsabilidades por no haber actuado con suficiente firmeza ante los culpables, hemos llegado a una tercera fase, que apunta directamente a la responsabilidad del Papa. Resulta sorprendente que se denuncie a quien ha actuado con más claridad y contundencia, ya desde el comienzo de su Pontificado. Cierto, durante su etapa como Prefecto de la Congregación de la Fe estaba al corriente de muchos asuntos turbios. En su Sermón del Viernes Santo en el Coliseo de Roma, el año en que murió Juan Pablo II, el Cardenal Ratzinger hizo una clarísima alusión a la necesidad de limpieza precisamente en aquellos a los que más limpieza se les supone. Prueba de que sabía y estaba preocupado. Pero también hay que decir que posiblemente no le dejaron hacer más. Cuando pudo hacer más, lo ha hecho. Es posible incluso que lo que ha hecho no haya gustado en todos los ambientes eclesiásticos.

El último episodio tiene como protagonista al Predicador de la Casa Pontificia. El P. Cantalamessa ha lamentado que se busque responsabilizar a todo un colectivo de los pecados personales. En este sentido tiene razón. Pero, incluso teniendo razón, hay que cuidar las formas, no sea que los oyentes se queden solo con la forma. La forma en que el P. Cantalamessa se ha expresado, haciendo comparaciones con actitudes antisemitas, no ha sido afortunada. Eso ha provocado explicaciones por parte del portavoz del Vaticano y luego un cúmulo de peticiones de perdón. ¿No sería mejor un poco de prudencia y de sentido común previos? Nombrar en Viernes Santo a los judíos es siempre arriesgado. No hace tanto tiempo que la Iglesia se refería a ellos como “pérfidos”. Y hoy sigue rezando por su conversión. No sé qué pensaríamos si durante su Pascua los judíos rezasen por la vuelta de los católicos a la Alianza con el Dios de Abraham. Por lo demás, si el Predicador pretendía hacer llegar la idea de que no era justo responsabilizar al Papa de errores ajenos, me parece que hay cosas que necesitan poca defensa, porque se defienden por sí solas.

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3
Abr
2010
El hombre Jesús ha resucitado
12 comentarios

La celebración jubilosa de la Pascua invita a resaltar dos aspectos, no siempre suficientemente destacados. El primer lugar conviene recordar la importancia que en este misterio tiene la humanidad de Jesús. En efecto, decir que Jesús ha resucitado porque era de naturaleza divina resulta una obviedad. Pues en todas las culturas los dioses son, por naturaleza inmortales, a diferencia de los humanos que son mortales por naturaleza. Si Jesús resucita en virtud de su divinidad no hay misterio ante el que asombrarse. Y, para colmo, a mi que no soy dios, no me soluciona nada. Pero decir que el hombre Jesús ha resucitado, con el poder de Dios sin duda, es abrir puertas a la esperanza, porque eso significa que uno como nosotros, “semejante en todo a nosotros” ha vencido a la muerte y, por tanto, que desde nuestra humanidad es posible vencer a la muerte. Siguiendo el camino de Jesús nosotros podemos vivir con la esperanza de llegar a la misma meta a la que este camino ha conducido a Jesús. La resurrección, en este sentido, no es el final feliz de una historia, sino una invitación al seguimiento para todos los que acogen esta historia.

 

En segundo lugar importa notar que anunciar la resurrección de Jesús no debió resultar fácil para los primeros cristianos. Esto equivalía a decir no solo que su causa seguía en pie, sino que Jesús mismo estaba vivo para ponerse al frente de la causa. Esto significaba, además, que Dios había dado la razón a Jesús y se la había quitado a sus asesinos; significaba que las autoridades se habían equivocado, que ellas no tenían razón, que no habían podido con Jesús y, por consiguiente, tampoco iban a poder con los suyos. La proclamación de la resurrección no dejó indiferente al poder religioso y político que había condenado a Jesús. Este anuncio debería seguir siendo hoy una provocación, pues debería ir necesariamente unido a un serio compromiso a favor de la vida y en contra de todos los males, injusticias y mentiras que pueblan este mundo. Pues creer en la resurrección de Cristo es creer que la última palabra no la tiene ni la muerte, ni el odio, ni la mentira, sino la verdad, la vida y el amor. Por eso es posible luchar por ellos sin temor a la muerte.

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1
Abr
2010
Algo le pasa a Dios en la cruz
9 comentarios

A veces pensamos que la cruz de Cristo es un acontecimiento que, propiamente, solo afecta al Hijo de Dios: él es el que sufre, el que muere, el que está clavado en la cruz. El Padre y el Espíritu Santo serían, a lo sumo, espectadores distantes, aunque solidarios, y esta solidaridad les llevaría, en su momento, a resucitar al Hijo. Sin embargo, una lectura trinitaria de la cruz permite comprender la presencia del Padre y del Espíritu en la cruz (Heb 9,14; Jn 8,29; 16,32). Ellos no eran meros espectadores, sino que estaban implicados en el acontecimiento del Hijo y, por tanto, el sufrimiento de la cruz también les afectaba.

Precisamente en el lugar de la muerte de Jesús, la fe contempla que la verdad de Dios es mantenerse ahí, en aquel que muere. En este acto de donación de Dios aparece la salvación y la vida que comporta siempre la presencia divina. La cruz no es algo exterior a Dios, un acto del que solo sería testigo y no sujeto, es decir, sin experimentarla él mismo en sí mismo. Algo le pasa a Dios, que pasa por allí donde Jesús ha pasado, para ponerse así en comunicación de vida con los seres humanos. Porque pasa por donde Jesús ha pasado, Dios sigue pasando por todas las cruces de este mundo, haciéndose presente en ellas.

En las cruces provocadas por el odio, la mentira y la injusticia, allí está Dios manifestando su desacuerdo y llamándonos, no a la pasividad o a la resignación, sino a tomar partido por el que sufre injustamente, a luchar con todas nuestras fuerzas contra el mal. En las cruces que son producto de la limitación humana (enfermedad, envejecimiento), Dios se hace presente en ellas dando un nuevo sentido al dolor. Y cuando las cruces son resultado de nuestro pecado, Dios también se hace presente llamándonos al arrepentimiento. Este arrepentimiento, que implica remordimiento, es como un eco lejano de la participación de Dios en nuestro sufrimiento.

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30
Mar
2010
El extraño lenguaje de la cruz
5 comentarios

La idea y el concepto de Dios no pertenece a nadie. Es de todos. La idea de Dios es más antigua y universal que el cristianismo, más antigua que la filosofía. Todas las religiones se ocupan de Dios. Toda la filosofía occidental ha tratado de Él, unas veces buscando demostrar su existencia que ya se daba por supuesta antes de comenzar la demostración, y otras veces para negar su realidad, calificarla de ilusión, y en ocasiones de perjudicial para el pleno desarrollo de la persona. Pero todos, los religiosos y los no religiosos, los que lo afirman y los que lo rechazan, suelen partir de una idea de Dios muy genérica, como el Altísimo, el Todo-Otro, el Ser infinito, el Absoluto encerrado en sí mismo, impasible e inmutable; el Eterno sustraído al devenir; un Ser reconocido como tan grande que no es posible concebir nada mayor. También la Iglesia, en su predicación y su liturgia, ha presentado al Dios de Jesús bajo este revestimiento, un ropaje que, en parte, ella se había encontrado ya en los espíritus a los que proponía la fe cristiana.

En contraste con esta noción tan genérica de Dios, en Jesús se revela un Dios que tiene la propiedad inaudita de entrar en la historia y comunicarse con los seres humanos; pero también dejarse ignorar, desconocer, negar, condenar a muerte. Una revelación así, lejos de tener la claridad que sugiere la palabra, tiene muchos puntos oscuros, al verse obligada la razón a buscar a Dios en una humanidad pobre y humilde. Estamos ante el Dios que se despoja de la sabiduría de este mundo, impotente, según Pablo, para hablar de la cruz. Un Dios del que no es posible hablar a base de demostraciones, porque él se revela en la gratuidad, buscando la reconciliación de los hombres entre sí. Es un Dios que acepta la posibilidad de no ser conocido, que no quiere seducir ni aterrorizar, que nos deja libres para reconocerle o no reconocerle, que se despoja de los velos de toda religiosidad para manifestarse en la realidad profana de la carne de Jesús, donde su divinidad se vuelve, en cuanto tal divinidad, incognoscible. Para ser el Dios-para-nosotros, el Dios que se revela en Jesús sale de la religión y nos desvela su secreto más profundo: el de su humanidad.

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