28
Ene2013¿Responde Dios a nuestras oraciones?
8 comentarios
Ene
“Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha, y lo salva de sus angustias”. ¿Hasta qué punto estas palabras del salmo 33 son algo más que un deseo? ¿De verdad escucha Dios nuestras plegarias? Y, sobre todo, ¿qué experiencia tiene el ser humano de ser escuchado por Dios? Porque la evidencia es que, ante la plegaria humana, no hay más que silencio. ¿Será el silencio la respuesta de Dios a todas nuestras oraciones? ¿En qué consiste la experiencia de que nuestra oración es escuchada? Una forma de experimentar que nuestra oración es escuchada sería ver realizado aquello que pedimos. Pero, en la mayoría de los casos, por no decir en todos, parece que los acontecimientos discurren del mismo modo con oración o sin ella.
¿Y si la experiencia de la escucha no consistiera en que acontece un cambio en los acontecimientos, sino un cambio en el orante? El solo hecho de poner nuestras necesidades en manos de Dios, el solo hecho de decirle a Dios lo mucho que lo necesitamos, es ya un modo de situarnos de otra manera ante la vida y sus circunstancias. Al orar con fe nos situamos delante de Dios y, al hacerlo, confiamos en que la muerte no tiene la última palabra. Porque, en realidad, lo que le pedimos a Dios a través de lo concreto y de lo urgente de una determinada situación, es la salvación. Es posible que la salvación esperada no se haga presente del modo cómo lo hemos pedido. Pero eso no quita que, al pedir, confiemos en el Dios de la salvación, un Dios que sólo quiere lo bueno para el ser humano. Y, por tanto, el pedir, si se hace con fe, siempre lleva implícito un “hágase tu voluntad”. No se trata de una fórmula de resignación, sino de la confianza en que la voluntad de Dios es lo mejor que le puede ocurrir a nuestra vida, aunque a veces no comprendamos las extrañas maneras humanas en que esta voluntad se manifiesta.
Como muy bien ha escrito Juan Martín Velasco, “la oración de la fe transforma el horizonte de la experiencia en que se situaba la situación de necesidad; ésta se resitúa en un conjunto enteramente nuevo, incluso cuando la necesidad en sí misma se mantiene. Y su inclusión en el nuevo horizonte de la esperanza, el consuelo, la confianza y la alegría, la cambia por completo, incluso si se mantienen sus condiciones objetivas. De ahí que pueda decirse que no hay ninguna oración que no sea oída”.
El Centro “Fray Bartolomé de las Casas” de La Habana es un referente cultural en la ciudad. Entre otros muchos cursos, ofrece un master en teología, signo claro de su deseo de establecer un diálogo de la fe con la cultura. Este deseo de tender puentes entre la fe y la cultura es lo que lleva al Centro a celebrar con gran solemnidad la fiesta de Santo Tomás de Aquino. Uno de los actos de la celebración es, como no podía ser de otra forma, la Eucaristía, a la que asisten alumnos del Centro y bastantes fieles. Se celebra en la Iglesia de San Juan de Letrán. Es el tercer año consecutivo que tengo la satisfacción de asistir a esta Eucaristía. En los dos años pasados presidió el Nuncio. Este año tendré el honor de presidirla.
Con cierta frecuencia, al comienzo de las celebraciones litúrgicas, el presidente exhorta a los fieles a ponerse en presencia de Dios. ¿Qué puede significar esto? Si lo pensamos bien resulta una invitación un tanto extraña, puesto que los creyentes sabemos que, dado que Dios está en todas partes, siempre estamos en su presencia. Ahora bien, hay dos maneras de estar en presencia de alguien, una manera inconsciente y otra consciente. Exhortar a alguien a ponerse en presencia de Dios, equivaldría a invitarle a cobrar conciencia de una presencia que ya está siempre ahí. Con todo, se trata de una presencia extraña. En todo caso, no es una presencia como la que se da cuando estamos frente a otra persona, ni siquiera es una presencia como la que se da frente a alguien distante o invisible. Dios es trascendente, y su presencia no puede en modo alguno compararse con una presencia humana. No es la presencia de alguien muy grande, o muy invisible, o muy distante. Es otra cosa. Una presencia omniabarcante, aunque invisible y silenciosa para los ojos de la carne.
Puede ocurrir, suele ocurrir y, casi me atrevo a decir, debe ocurrir, que una explicación teológica no repita lo que dice el Catecismo. Las repeticiones, en este caso, están de sobra, porque para eso ya tenemos el texto del Catecismo. No repetir lo que dice el Catecismo no significa estar en contra. La repetición, incluso, puede ser en ocasiones la mayor de las infidelidades. Eso es claro cuando las palabras han cambiado de sentido o se toman de forma descontextualizada. Cuando decimos, por ejemplo, que en Dios hay tres personas, estamos diciendo algo fundamental sobre el Dios cristiano. Siempre que se entienda bien. Porque si por persona se entiende un centro de conciencia, de personalidad, de libertad, de autonomía (que, por cierto, es lo que entiende mucha gente), con este concepto de persona estamos ofreciendo una mala compresión del Dios cristiano. Por eso, la afirmación dogmática sobre la tripersonalidad divina, es necesario que la teología la explique, aclarando que, tanto en Dios como en los humanos, la persona se define por su relacionalidad constitutiva. La explicación puede ser más acorde con la fe que la simple repetición mal entendida.
Decía Tomás de Aquino que la exposición de un tema puede tener una doble finalidad: dar seguridad e iluminar la inteligencia. Si se trata de convencer al alumno, evidentemente a un alumno creyente, de una determinada doctrina, entonces hay que notificarle lo que dice la autoridad por él aceptada: la Sagrada Escritura, la Tradición de la Iglesia o el Magisterio. Pero si el profesor se queda aquí, entonces el alumno se marcha vacío, quizás convencido de la verdad de una cuestión, pero vacío. Por eso, añadía Tomás de Aquino, es necesario, para iluminar la mente del alumno, que el profesor ofrezca argumentos, razones y explicaciones de cómo eso que dice la autoridad puede ser verdad. Si no sabemos dar razones de los motivos que tiene la autoridad para hacer una determinada afirmación, estamos ante el triunfo de la sin razón. Y la sin razón no es humana.