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Mar2013Resucitado con llagas
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Mar
Llama la atención (sobre todo en los evangelios de Lucas y de Juan) que Jesús resucitado tenga tanto interés en mostrar a sus discípulos sus manos y sus pies. ¿Qué tenían de especial sus manos y sus pies? El relato de la aparición de Jesús a Tomás ofrece una buena orientación. Tomás es el que había dicho: “si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos…, no creeré”. Por eso, cuando Jesús se aparece a Tomás, le dice: “acerca aquí tu dedo y mira mis manos”. Eran unas manos llagadas. ¿Qué significa esto, un resucitado con llagas? Puestos a ver un martirizado resucitado, uno esperaría ver un cuerpo totalmente renovado, rejuvenecido, limpio, sin heridas ni huellas del martirio. Y, por otra parte, puestos a hablar de resurrección, lo que diría cualquier mentalidad medianamente crítica es que la resurrección es un acontecimiento trascendente, que de ningún modo puede ser vista con ojos de este mundo. El resucitado no vuelve a la tierra, entra en el cielo de Dios.
Y, sin embargo, Jesús resucitado toma la iniciativa: se deja ver, impone su presencia, provoca un encuentro. Los discípulos buscan un cadáver, para manifestarle respeto y cariño. Jesús resucitado busca a sus discípulas y discípulos e impone su presencia. ¿De qué modo? Como se imponen las cosas de la fe, respetando la libertad y los tiempos, sin forzar, con pedagogía. No se presenta con fuerza y poder, sino con amor y desde el amor. Por eso a veces no es fácil reconocerlo. Y, sin embargo, es él. Él mismo que fue crucificado es el que Dios ha resucitado. Esta igualdad queda expresada por medio de las llagas que porta el Resucitado. Pero estas llagas son algo más que un modo de decir “soy yo mismo”. Las llagas son expresión de identidad, o sea, pertenecen a su nuevo ser de resucitado. Dicho de otro modo: Jesús, vencedor de la muerte, no abandona lo caduco de la existencia mortal. La debilidad de la carne mortal ha sido asumida en la gloria del cuerpo resucitado.
Entendido así (Jesús resucitado no abandona su cuerpo mortal), la “desaparición” del cadáver tendría un sentido teológico. La pregunta no sería si aporta o puede aportar algo a la resurrección el cuerpo muerto de Jesús, sino qué aporta el Padre, que acoge a Jesús en su gloria, a la existencia terrena de Jesús. A Jesús y a nosotros, el Padre nos acoge con toda nuestra realidad, purificada y transformada, pero no por eso menos nuestra y menos real.
Como un servicio más de su ministerio, el Papa ha recibido a los representantes de las distintas Iglesias cristianas, de la comunidad judía, del Islam, del budismo y de otras religiones. Nadie discute que la Iglesia de Roma es la madre y cabeza de todas las Iglesias católicas. No es menos cierta su capacidad para convocar a los líderes de las otras Iglesias cristianas y de las distintas religiones mundiales. Ya quedó bien patente en Asís en los encuentros organizados por Juan Pablo II y Benedicto XVI para orar junto con ellos. Ahora, Francisco ha recibido a estos representantes, como signo de comunión y fraternidad con todos. Con unos, comunión en Cristo; con otros, unido en la común paternidad de Dios.
Una persona que me honra leyendo mi blog, me envía estas dos fotos que reproduzco. Y me dice, de forma lapidaria y telegráfica: Los zapatos “dicen mucho de los pies de una persona. Cómo camina por la vida. Los pies del caminante”. Y añade: “zapatos de siempre, negros y con cordines, hechos a los pies y al caminar por calles y caminos. No son zapatos de salón y alfombra. Normalidad”.
Hay gestos que despiertan ilusiones. Algunas anécdotas del nuevo Papa hacen pensar que algo puede cambiar en la Iglesia. Aunque, por otra parte, nada cambiará si esos gestos no mueven a otros a colocarse en parecida dirección. El Papa ha pedido a los argentinos y, supongo que por extensión a los españoles, que no viajen a Roma para su Misa de entronización, sino que le acompañen con un gesto espiritual. Espiritual viene de Espíritu Santo. El gesto espiritual consiste en compartir con los pobres el dinero que se ahorran con su no viaje a Roma. No nos engañemos: un gesto así desmonta la tendencia espontánea de diócesis y parroquias, ansiosas de organizar grandes viajes con sus responsables al frente, como signo de fidelidad al Papa. Es un dato más en línea con otros que se cuentan, como el de recoger personalmente su maleta de la pensión en la que estuvo los días anteriores al Cónclave y pagar los gastos del hotel.
Ya tenemos nuevo Obispo de Roma, ya tenemos nuevo Papa. Que haya salido relativamente pronto puede ser un signo de que el Colegio cardenalicio no estaba tan dividido como se decía. En cualquier caso habrá que estar atentos a sus intervenciones en los próximos días para adivinar cuál va a ser su línea de gobierno. Porque al Papa se le valora, ante todo, por su forma de gobernar la Iglesia. Es posible que este Papa nos depare alguna sorpresa (sorpresa fue la convocatoria del un Concilio por Juan XXIII o la renuncia de Benedicto XVI). Pero, en todo caso, no hay que esperarlas en los primeros días. Los cambios en la Iglesia son lentos. El Papa necesitará algún tiempo para hacerse una idea precisa de la situación con la que se encuentra.
La más triste desgracia que producen los fundamentalistas va precisamente en línea contraria a lo que ellos dicen pretender. Pretenden defender la fe católica, o la verdad cristiana en el caso de los fundamentalistas protestantes, contra supuestos errores y desviaciones. Para ello se apoyan en la seguridad de la letra de la Biblia o del dogma, leídos literalmente, como si cada una de las palabras de la Biblia o del dogma fueran absolutas, y no estuvieran históricamente condicionadas. Uno de los efectos que logran es que los adversarios de la fe cristiana se apoyen en ellos para rechazar la luz que proviene de la Revelación y la sabiduría que nos transmite la tradición de la Iglesia.