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May2013Los otros matrimonios mixtos
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May
Se entiende por matrimonio mixto el contraído entre personas de distinta confesión cristiana (una católica y un protestante) o de distinta religión (un católico y una musulmana). Este tipo de matrimonios, sobre todo los contraídos entre personas de distinta confesión cristiana, no deberían plantear mayor problema. Se da el caso, en muchos de ellos, sobre todo si son buenos creyentes, que un cónyuge suele acompañar al otro a los oficios de su Iglesia. Pero hoy está siendo cada vez más frecuente un tipo de matrimonio “mixto” entre un cónyuge religioso y practicante o, al menos, un cónyuge que antes del matrimonio vivía su fe sin ningún conflicto personal, y otro cónyuge ateo, e incluso, anti-católico o anti-clerical. En algún caso ocurre que la parte católica, sobre todo si está muy convencida de su fe y la vive con firmeza, arrastra a la otra parte a la fe, o al menos, a que la respete. Pero lo más frecuente es que sea la parte no católica la que obligue o fuerce a la otra parte a dejar de practicar.
Cuento dos casos. El de una pareja, que viven como unión civil, porque uno de ellos no es religioso. Han tenido un hijo. La parte católica quiere bautizarlo. Tras algunas tensiones, la otra parte consiente. Segundo caso: otra pareja, que viven como unión civil (ya que uno no sólo no cree en el sacramento, sino que lo rechaza) han tenido un hijo. Y aunque la parte católica quiere bautizarlo, la otra parte se opone. Por el bien de la paz y del amor, no hay bautismo. En estos casos no valen las recetas generales y apriorísticas, porque cada caso es distinto. El matrimonio está fundamentado en el amor, no en la fe, aunque la fe es un componente que marca totalmente a una persona. Por eso, una persona creyente, convencida, que pone a Dios por delante de todo, puede decir tranquilamente a otra persona de la que se ha enamorado: Dios es lo primero y si Dios no entra en nuestra relación, yo te seguiré queriendo mucho, pero mi relación contigo tiene un límite.
Lo que ocurre es que la mayoría de los creyentes no viven su fe con esta convicción e intensidad. Y por eso, el enamoramiento hace que sea su fe la que sufra las consecuencias. No cabe responder que no hay auténtico amor. Se puede amar de verdad al que no comparte la fe. Dios les ama. ¿Por qué no voy a poder amarle yo? Antes, estas situaciones se arreglaban de otra manera, se guardaban las apariencias. Hoy la fe ha perdido apoyo y arraigo social. De ahí se derivan algunos problemas. Como cristianos, como Iglesia, debemos preguntarnos cómo acompañar a estas personas sinceramente enamoradas de una persona no religiosa. Habrá que practicar una pedagogía, hecha de paciencia y cercanía, tanto para la parte creyente como para la no creyente.
Eso ocurre cuando se trata del poder. Entre los humanos (y en la Iglesia lo somos también) el poder es lo que más se ambiciona. Es la delicia de las delicias. Pero ya Jesús advirtió que eso era precisamente lo que no podía ocurrir entre los suyos. Los suyos están llamados a ser servidores. Entre los suyos no hay “padres” que hagan de patrones: no llaméis a nadie padre sobre la tierra, porque todos sois hermanos. Ver al Papa Francisco, sentado en una silla, al mismo nivel que el resto de los fieles que están orando en una capilla, es un gesto inédito, pero significativo: ante Dios todos somos iguales, porque él nos ama a todos por igual. A todos por igual. A todos con todo su amor. ¡Al Papa le ama igual que a mí! ¡A la Virgen María la ama igual que a mí!
Además de las situaciones familiares, de las que he hablado en un post anterior, hay otro tipo de realidades familiares, de las que hoy se habla menos entre los cristianos. El Papa Benedicto XVI se ha referido en distintas ocasiones a la “nueva familia” que Jesús vino a crear. Nueva sí, porque el matrimonio de un varón y una mujer no era en tiempos de Jesús una realidad nueva; este tipo de matrimonio aparece prácticamente desde que existen seres humanos y siempre ha sido considerado por la Iglesia como una realidad natural, querida y bendecida por Dios. Pero con Jesús aparece un tipo “nuevo” de familia, porque rompe con los cánones de esa familia fundada en la carne y en la sangre.
Cuando un cristiano, en nombre de su fe, levanta la voz en cuestiones de moral social, de justicia, de solidaridad, de compartir los bienes, siempre hay quien dice: eso es meterse en política. Pues sí, claro que es meterse en política. Pero no decir nada, o hablar sólo de familia y sexualidad, también es meterse en política. La cuestión no es si hacemos o no política, porque hagamos lo que hagamos, siempre hacemos política. La cuestión es qué tipo de política hacemos y por qué hacemos ese tipo de política.
Leo que, en estos últimos días, el Papa ha dicho a los sin techo: “les llevo en mi corazón, estoy a su disposición”. Son unas palabras en línea con las que pronunció, parece que de forma casi espontánea (y esas espontaneidades reflejan lo que hay en el corazón) al decir que quería una Iglesia pobre y para los pobres. La pobreza evangélica tiene que ver con la sencillez de corazón y con la austeridad de vida. Tiene que ver con la confianza en Dios. Pero también se manifiesta en actos proféticos de solidaridad con aquellos que son pobres materialmente hablando.
En el primer libro de Samuel encontramos un texto ciertamente paradójico: “los hartos se contratan por pan, mientras los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, mientras la madre de muchos queda baldía”. La primera paradoja es real. Las otras son deseos, esperanzas, profecías. Pero la primera (los hartos se contratan por pan) es real y cruel: los que tienen mucho, siempre quieren más; nunca están satisfechos. El codicioso no se harta de riquezas. Y esto, a costa de dejar a los demás en su pobreza. En vez de repartir, el rico quiere acumular cada vez más, a costa de que otros no tengan nada y mueran. Es la borrachera y la ceguera de la mentalidad capitalista. La borrachera del que, aún sabiendo que tanto pan y tanto vino, tanto exceso, tanta hartura, no son sanas e incluso conducen a la muerte, parece que no puede ni quiere parar. Mientras los ricos cada día son más ricos, los pobres cada día son más pobres.