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Jun2013Contrastes en la Catedral
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Jun
Si uno tiene la oportunidad de visitar un día festivo la Catedral de El Salvador, puede llevarse una gran sorpresa: la de encontrarse con dos Misas a la misma hora, una en la cripta (que ocupa todos los bajos de la Iglesia) y otra en la nave principal. Las dos con muchos fieles, gente sencilla y pobre, pero que denotan dos modos de ser Iglesia. En la cripta está enterrado el arzobispo Romero. Allí celebra un solo sacerdote, los cantos son populares y la predicación intenta acercar el Evangelio a los pobres. En la nave de la Catedral concelebran tres sacerdotes, ayudados de unos diez monaguillos con túnicas rojas y roquete blanco y un buen incensario. A los lados del altar mayor destacan dos impresionantes cuadros: uno de la Divina Misericordia y otro de San Josemaría.
Que estas dos Eucaristías se den al mismo tiempo y en el mismo lugar es, sin duda, un signo de contraste, que muestra plásticamente algunas de la tensiones que se dan en la Iglesia. Pero puede ser también un signo alentador, que muestra que las tensiones no son malas. Más aún, si saben aceptarse, respetarse y convivir pacíficamente, como parece ser el caso en esta Catedral, son un anuncio real de que en la Iglesia cabemos gente de sensibilidades distintas, porque lo que importa no es el color del hábito o los santos de la devoción de cada uno, sino Cristo que nos une, y nos une porque somos distintos, pero también hermanos que debemos aceptarnos y querernos en nuestras distinciones.
En la Plaza de la Libertad de El Salvador, además de la Catedral (que, por cierto era la antigua Iglesia de los dominicos) está la Iglesia de la Virgen de Rosario, patrona de la archidiócesis, que es la actual Iglesia de los dominicos. A la entrada de esta Iglesia, amplia y modernista, hay un lápida que cubre los cuerpos de 21 personas masacradas por el ejército durante la guerra civil. Además de Oscar Arnulfo Romero y los mártires jesuitas de la Universidad, muchas otras personas fueron asesinadas en estos años difíciles. Durante las represiones de las manifestaciones populares, el ejército retiraba los cadáveres, pero en una de ellas la gente logró introducir 21 cadáveres en la Iglesia de los dominicos y como no pudieron llevarlos al cementerio, los enterraron allí. Y allí están como signo de unos tiempos que todos desean que no vuelvan y en los que la voluntad de Dios (voluntad de vida y convivencia) no se cumplía.
Me dicen que El Salvador lleva cien años armado. Y que la gente está cansada. Porque sigue habiendo discurso beligerante, anti comunista y anti capitalista, que no contribuye a la paz. La pobreza y sus secuelas (además de la Catedral y la Iglesia del Rosario, en esta plaza hay prostitución de todo tipo) tampoco son buenas aliadas de la paz. Dios quiera que esta tierra, bendecida con el sagrado nombre de San Salvador, encuentre la salvación.
Solemos entender el amor humano de forma muy utilitaria, incluso en sus formas más elevadas, como puede ser el amor conyugal. La dinámica del amor suele ser la siguiente: “te amo porque eres tú”, o sea, te amo porque hay algo en ti que me gusta, me atrae, me complementa. Pero la perfección del amor no está en el “te amo porque eres tú”, sino en el “te amo porque soy yo”. En la revelación que Jesús nos ha hecho de Dios, encontramos esta perfección del amor.
Cuando se dice que la fe es un don de Dios, surge espontáneamente la pregunta de por qué Dios no otorga este don a todos, porque parece evidente que no todos creen. Para mejor aclarar esta cuestión considero importante distinguir entre revelación y fe. Lo que es un don de Dios, una obra divina, es la revelación. La fe es una respuesta humana. La revelación se ofrece como una iniciativa divina a la “fe” del hombre. Dios mismo, por su revelación, quiere darse a conocer a todos y busca que todos le respondan con amor. Algunos aceptan este don, otros lo rechazan y permanecen en la “no creencia”. Hasta aquí no veo yo problema alguno. La pregunta entonces sería: ¿hay que atribuir a una elección divina el hecho de que entre los seres humanos unos adhieran a la revelación y otros la rechacen?
Cuando miramos a Cristo crucificado, ¿qué es lo primero en lo que pensamos? ¿En nuestros pecados? Eso significa que la mirada hacia el Crucificado provoca que nos miremos a nosotros mismos. Pero antes de mirarnos a nosotros mismos y para mirarnos bien, y mirarnos desde el Crucificado, conviene que mantengamos nuestra mirada puesta en la cruz de Cristo. Y, si mantenemos la mirada fija en la cruz, y nuestra mirada es limpia o ingenua, lo lógico es que nos sintamos indignados. Lo que allí ocurre no es digno, es algo rechazable y reprobable. No podemos estar de acuerdo: allí está Crucificado un inocente, el inocente por antonomasia. Cuando una víctima inocente es maltratada y martirizada, el sentimiento primero y más espontáneo es de indignación.
En España comienza a haber demasiadas historias de enfermos para contar. Historias que ocurren en la sanidad casi “expública”, esa sanidad que quieren privatizar so pretexto de mejorar el servicio, pero en realidad para reducir gastos, despidiendo personal, dejando de atender a algunos enfermos, o presentando factura a otros. En algunos hospitales ya están entregando al usuario unas hojas para que marque la correspondiente casilla de si ha quedado contento con la atención. Para que luego el político de turno pueda vender qué tanto por cien de satisfacción va teniendo la nueva sanidad “privada”. Algunas enfermeras se han negado a colaborar en esta jugada (con todas las cautelas posibles, para no tener problemas), porque la buena, debida y adecuada atención se da por supuesta, como en el ejército se supone el valor.
El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la elección de Matías para formar parte del grupo de los doce en sustitución de Judas, los creyentes hicieron oración, echaron suertes, y salió el nombre de Matías. No es legítimo deducir de ahí que un resultado es tanto más atribuible al Espíritu cuanto menos intervención humana haya en el resultado. El Espíritu, en los asuntos que conciernen al ser humano, siempre actúa con nosotros y nunca sin nosotros. Como actuó en el caso de la elección de Matías. Porque no se trató de un sorteo puro, sino muy dirigido. Los candidatos necesitaban cumplir ciertas condiciones (la más importante, haber conocido al Señor Jesús) y, de entre los que cumplían esas condiciones, la asamblea eligió a dos. El sorteo se hizo entre los dos que habían pasado la criba de la elección eclesiástica.
Hay una palabra de Jesús dirigida a sus discípulos que hace pensar: “os conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). Con la partida de Jesús se produce una ganancia. Esta palabra va acompañada de una reiterada advertencia: me voy, pero vosotros no debéis estar tristes. ¿Qué clase de extraña ganancia es esa que se produce con la partida de Jesús, por qué hay que estar alegres cuando nos deja, por qué nos conviene que se vaya? “Si no me voy, dice Jesús, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré”. Así, pues, la pregunta revierte en el Paráclito: ¿qué estupendas cosas hace el Espíritu Santo que valgan un precio tan alto como el de la ausencia de Jesús?