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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

28
Nov
2025
Adviento, presencia comenzada de Dios
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adviento2025

El Adviento y la Navidad se han convertido en fiestas profanas. Los cristianos debemos aspirar a vivir un Adviento y una Navidad auténticas, según su sentido religioso. ¿Cuál es el sentido del Adviento? Este término no significa espera, como algunos suponen, sino que es la traducción de la palabra griega parusía, que significa bien la presencia, bien la llegada de personas, cosas o sucesos importantes.

Adviento significa pues la presencia comenzada de Dios. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, aunque ahora está presente de manera oculta. Y segundo, esta presencia aún no es total, sino que está en proceso de crecimiento y maduración. Su presencia ha comenzado, pero somos los creyentes los que debemos hacer presente a Dios en el mundo. Como bien dice el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 50), “en la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo, Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos Él mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino”.

Por medio de nuestra fe, esperanza y amor, Dios hace brillar su luz en la noche del mundo. Por eso, las luces que encendamos en nuestras celebraciones de Adviento son, por una parte, expresión de nuestra certeza de que la luz del mundo se encendió en Belén y allí se manifestó el gran amor de Dios a todos los seres humanos. Y por otra, nos recuerdan que esta luz puede seguir brillando si los cristianos continuamos la obra de Cristo.

Adviento significa presencia de Dios ya comenzada, pero todavía no manifestada en plenitud. Por eso, el cristiano no mira solo lo que ya ha pasado, sino también lo que está por venir. En un mundo en guerra, donde mucha gente sufre, un mundo en el que parece que cada uno solo piensa en sus propios intereses egoístas, el cristiano vive en la esperanza de que la luz de Cristo, ahora en parte escondida, un día se manifestará plenamente y el bien triunfará definitivamente: el día en que Cristo vuelva. La presencia de Dios será un día presencia total.

Celebrar el Adviento es despertar a la presencia de Dios oculta entre nosotros. Pero para ello es necesario un camino de conversión, alejarnos de tantas cosas bien visibles y tangibles que nos separan de Dios (nuestra ambición de dinero, nuestra ansia de poder, de dominio y de placer descontrolado, nuestros egoísmos y enemistades) para abrirnos a lo invisible, y aprender que no hay alegría más luminosa que la que nace del seguimiento de Cristo, transformando nuestra vida según los valores del Evangelio. En definitiva, vivir tal como indica la carta de San Pablo a los romanos que leeremos en la Eucaristía de este primer domingo de adviento: “dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo”. Quién celebre así el Adviento podrá vivir una Navidad llena de gracia.

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24
Nov
2025
León XIV sobre Nicea: ecumenismo y encarnación
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LeonxivNicea

Seguimos celebrando el 1700 aniversario del Concilio de Nicea. Durante este año se han celebrado numerosos congresos que nos han recordado su importancia. Este concilio fue el primer acontecimiento ecuménico del cristianismo, al que siguen apelando todas las confesiones cristianas para confesar que “Jesucristo es el Hijo único de Dios, que por nuestra salvación bajo del cielo”.

Con fecha del 23 de noviembre, León XIV ha escrito una carta apostólica para recordar este acontecimiento, con el significativo título de: “En la unidad de la fe”. En efecto, en la profesión de fe de Nicea estamos unidos todos los cristianos. El Concilio Vaticano II habló de un orden o jerarquía de verdades que convenía tener presente en cuestiones ecuménicas. Resulta, pues, que en la verdad más importante estamos de acuerdo todas las Iglesias y confesiones cristianas, a saber, que Jesucristo es el Hijo de Dios. Si lo más importante nos une, entonces las diferencias son sobre cuestiones “menos importantes”.

Por eso el Papa afirma que el Concilio de Nicea es actual por su altísimo valor ecuménico. Y aunque la plena unidad con las Iglesias ortodoxas y las comunidades nacidas de la Reforma protestante todavía no ha sido lograda, el diálogo ecuménico, sobre la base del Credo niceno, nos permite considerar a ortodoxos y protestantes como hermanos “y redescubrir la única y universal Comunidad de los discípulos de Cristo en todo el mundo”, pues compartimos la fe en el único y sólo Dios, Padre de todos los hombres, en el único Señor Jesucristo y en el único Espíritu Santo, “que nos inspira y nos impulsa a la plena unidad y al testimonio común del Evangelio”. ¡Realmente lo que nos une, exclama León XIV, es mucho más que lo que nos divide! “De este modo, en un mundo dividido y desgarrado por muchos conflictos, la única Comunidad cristiana universal puede ser signo de paz e instrumento de reconciliación, contribuyendo de modo decisivo a un compromiso mundial por la paz”.

Ahora que nos acercamos a la fiesta de la Navidad vale la pena indicar que el Papa ofrece en su carta una serie de buenas reflexiones sobre el misterio de la Encarnación. “Los Padres de Nicea quisieron reafirmar que el único y verdadero Dios no es inalcanzablemente lejano a nosotros, sino que, por el contrario, se ha hecho cercano y ha salido a nuestro encuentro en Jesucristo”. El Credo niceno no nos habla “de un Dios lejano, inalcanzable, inmóvil, que descansa en sí mismo, sino de un Dios que está cerca de nosotros, que nos acompaña en nuestro camino por las sendas del mundo y en los lugares más oscuros de la tierra. Su inmensidad se manifiesta en el hecho de que se hace pequeño, se despoja de su infinita majestad haciéndose nuestro prójimo en los pequeños y en los pobres”.

Si con su Encarnación, Dios ha manifestado que “nos ama con todo su ser, entonces también nosotros debemos amarnos unos a otros. No podemos amar a Dios, a quien no vemos, sin amar también al hermano y a la hermana que vemos (cf. 1 Jn 4,20). El amor a Dios sin el amor al prójimo es hipocresía”.

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20
Nov
2025
Cristo, rey de verdad, de vida y de amor
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El año litúrgico termina con la fiesta de Cristo Rey. Esta fiesta, decretada por Pío XI en 1925, apareció en un contexto histórico determinado, con la pretensión de que todos los Estados reconocieran pública y oficialmente a Cristo Rey. Las implicaciones sociales y políticas de esta fiesta fueron evidentes. Hoy, sobre todo después del Concilio Vaticano II, debemos situar esta fiesta en un nuevo contexto social. El mundo posee su propia autonomía, no pertenece a la Iglesia. La Iglesia ya no es la que configura a la sociedad. Solo desde la fe podemos afirmar que Jesucristo es Señor del mundo y de los hombres.

La realeza de Cristo no se visibiliza en la Iglesia por sus poderes o su esplendor, sino por la justicia, el servicio y la caridad. Su reino, como dice el prefacio de la fiesta, es “de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz”. Cristo reina allí donde se imponen estas realidades; y allí donde abunda la mentira y el odio reina el diablo, o sea, el que divide y separa. Cristo siempre une por medio del perdón, la misericordia y la reconciliación. Desgraciadamente vivimos en un mundo en el que parece que reina el odio y la división, en unos lugares y personas con más fuerza que en otros. Por eso, el cristiano que quiere tener a Cristo como rey debe tomar partido claramente por los valores del reino de Cristo. Ahora bien, esos valores no se imponen por medio de la fuerza, y muchos menos por la fuerza de las armas que matan, sino con paciencia. Santa Teresa decía que la paciencia todo lo alcanza, pero la paciencia supone convivir con la falta de resultados presentes, aunque se alimenta de la esperanza y de la certeza de que Dios siempre cumple su Palabra. Por eso el cristiano no se cansa de pedir cada día, en la oración que Jesús nos enseñó, que venga el reino Dios.

Si tiene que venir es porque todavía no ha llegado o, al menos, no se ha hecho presente en su plenitud. Hay una razón teológica que explica que el Reino no sea una realidad plenamente presente y, en muchos aspectos, sea una realidad futura. Si el Reino es la voluntad de Dios hecha realidad efectiva, es fácil constatar que en muchas partes esta voluntad no se cumple. En este sentido, el Reino todavía debe llegar, todavía no se ha impuesto la voluntad de Dios.

Pero, ¿por que la voluntad de Dios, siendo soberana, no se impone ya y de una vez por todas? Precisamente porque no puede imponerse, ya que la imposición resultaría contradictoria con el mismo contenido del Reino que se anuncia. El tentador pretendía que Jesús impusiera la voluntad de Dios por la fuerza, por el prestigio, por la ostentación al menos piadosa: "si eres hijo de Dios, ordena que...". (Mt 4, 3). Hay una manera demoniaca de querer la voluntad de Dios. Pero Jesús quiere que Dios se manifieste y se imponga a la manera de Dios y por los caminos que son dignos de Dios. Si el Reino es el Amor de Dios manifestado y realizado, se comprende que no puede imponerse. El amor no se impone, respeta siempre la libertad. Para el tentador el Reino es una demostración de poder. Para Jesús es la autenticidad de una comunión. De ahí que el Reino viene humildemente, sin presiones, respetando siempre la respuesta del hombre.

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16
Nov
2025
El amor determinante de la verdad
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amorverdad

Lo mismo que hemos dicho en el artículo anterior sobre la justicia, cabe decirlo ahora a propósito de la verdad. Pues una verdad sin amor puede conducir a la condena de quienes supuestamente viven en la mentira. En Ef 4,15 San Pablo habla de realizar la verdad en el amor. La verdad cristiana está determinada por el amor. Una verdad sin amor puede conducir al fanatismo y desvirtuar la verdad. El cristianismo no puede ser nunca una verdad sin amor. Por eso el acento en la evangelización, en el anuncio del mensaje cristiano, debe estar en el amor con que se ofrece, en el amor con que se comprende la postura del otro, en el amor con el que se respeta la negativa del otro, en el amor con el que se disculpa la incomprensión del otro. En este amor está la verdad. Una evangelización así es auténtica porque aúna e integra la dignidad de la persona humana con la oferta del misterio que en Cristo se manifiesta.

La verdad del cristianismo es el amor. Porque Dios es Amor. Ya Pascal decía que podía hacerse un ídolo de la verdad, cuando la verdad no iba acompañada de caridad: “podemos hacer un ídolo de la verdad. Pues la verdad sin caridad no es Dios; es un ídolo que no hay que amar ni adorar; y aún menos hay que amar o adorar a su contrario, que es la mentira”. Esta última observación de Blas Pascal (no hay que adorar a la verdad sin caridad, pero menos aún hay que amar o adorar a la mentira) nos invita a hacer una última reflexión.Por una parte, la verdad cristiana está en la caridad, pues la verdad que proclama el cristianismo es el amor. Por eso, la verdad cristiana debe proponerse con amor, so pena de que haya una contradicción entre lo propuesto y el modo de proponerlo, en cuyo caso el modo negaría el contenido ofrecido. No puede hablarse de paz desde la irritación o de amor desde la intransigencia y la fuerza, porque el modo niega el contenido.

Ahora bien, la caridad debe fundamentarse en la verdad y regularse por la verdad. No es posible un amor fundamentado en la falsedad. Ni en la falsedad subjetiva, en el engaño o la apariencia del que dice amar; ni en la falsedad objetiva, pues el amor busca siempre el bien, y en la mentira no hay bien. De ahí que pueda escribir Benedicto XVI: “Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad... Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente”.

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12
Nov
2025
El amor determinante de la justicia
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La justicia y la verdad son dos dimensiones necesarias para que funcione correcta y pacíficamente cualquier sociedad. Justicia es dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde. Y verdad es ajustarse a la realidad. La justicia y la verdad están interrelacionadas: no puede haber justicia sin verdad, ni verdad sin justicia. Sus contrarios indican claramente que sin ellas es imposible la convivencia y el buen entendimiento entre las personas, pues en la injusticia y en la mentira no resulta posible entenderse.

Desgraciadamente, todo lo bueno puede mal utilizarse. Por eso, estos dos conceptos tan importantes pueden emplearse rígidamente para reclamar derechos legítimos, sin misericordia ni compasión, para quienes han faltado a la justicia y a la verdad. La justicia puede terminar convirtiéndose en venganza contra aquel que me ha agredido o dañado, y la verdad en intolerancia contra el que está alejado de la verdad. Cuando esto ocurre el vengativo y el intolerante se consideran los depositarios de la justicia y de la verdad.

Tanto la verdad como la justicia pueden vivirse con distinto talante y entenderse con distintos matices. Vistos en clave cristiana elevan y dignifican sus dimensiones estrictamente humanas. Dimensiones, sin duda necesarias, pero que pueden resultar insuficientes.

Humanamente la justicia es un anhelo innato de todo ser humano, pero según cuál sea la situación en la que uno está, puede entender la justicia que le corresponde de forma un tanto sorprendente. Probablemente el condenado debe pensar: “lo justo es que me den una segunda oportunidad”. Este concepto de justicia se parece bastante a la justicia de la que habla la Escritura: Dios es justo cuando perdona, porque su pretensión es nuestra salvación. Al perdonar, Dios realiza lo adecuado, lo justo, lo que él considera más conveniente para que se realice su designio de amor. La justicia humana podría aprender alguna cosa del concepto cristiano de justicia.

Hay otro aspecto de la reflexión cristiana, fundamentado en la doctrina de la creación, que muestra la capacidad humanizadora del evangelio, ampliando el concepto de justicia desde la clave individualista a la clave social. Pues la Revelación nos recuerda que Dios ha entregado la tierra y cuanto ella contiene a “todos” los seres humanos y, por tanto, allí donde los bienes no son accesibles a todos, no se cumple la voluntad de Dios. Se amplia así el concepto de justicia, que entiende que hay que dar a cada uno lo suyo, pero entiende lo “suyo” en clave individualista. Por el contrario, la Revelación afirma la clave social y universal de lo que corresponde a cada uno.

Lo cristiano y lo humano es entender la justicia a la luz del amor. Pues una aplicación estricta de la justicia podría convertirse, como indicaba la máxima de Cicerón, en inhumana: “summum jus, summa injuria”. Jesús contesta esta actitud, puesta de manifiesto en las palabras: “ojo por ojo, diente por diente” (Mt 5,38). Tanto en sus tiempos como en los actuales, muchos modelos de justicia se inspiran ahí. Pero a la luz del amor podemos comprender que el perdón puede ser el camino más adecuado para acercarme a aquel que ha sido injusto conmigo y lograr, en la posible reconciliación, una justicia que da a cada uno lo suyo sin perjudicar a nadie. (Continuará)

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8
Nov
2025
Contribución dispositiva de María a la obra de Cristo
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mariadispositiva

En la reciente nota doctrinal del Dicasterio de la fe “Mater populi fidelis”, Tomás de Aquino es citado 30 veces. La mayoría de las referencias a Santo Tomás se encuentran en el apartado titulado: “Madre de la gracia”. Uno de los textos citados, que luego encontrará una buena aplicación para comprender el papel de María en la obra de la salvación, está en un artículo en donde el santo doctor se pregunta si para conseguir algo que excede las fuerzas de la naturaleza, como por ejemplo conseguir la felicidad eterna, puede hacer algo una criatura limitada. En este contexto dice el de Aquino y repite la nota del Dicasterio: “a la potencia superior (o sea, a Dios) pertenece el conducir al fin último, mientras que las potencias inferiores ayudan a su consecución creando las disposiciones favorables”.

Aplicado a María: solo Dios salva, solo Dios justifica, solo Cristo es mediador y redentor. María no añade nada a la mediación salvífica de Cristo, ella no es medio de salvación. Pero, asociada a Cristo, sí puede pensarse en una contribución dispositiva de María, en la medida en que ella puede “disponer de algún modo” a aquellos que se acercan a ella y le rezan, para que el espíritu del orante se abra con más prontitud a la acción de Cristo. Ella no salva, pero ayuda al creyente a acercarse a Cristo, que es el que salva. Una ayuda que, de ningún modo, es paralela o complementaria a la obra de Cristo. Esta misma contribución dispositiva puede afirmarse de todo aquel que ayuda a otro a conocer mejor a Cristo y su Evangelio. De este modo, María se convierte en icono de la Iglesia, en el modelo más acabado de lo que debe ser todo creyente.

Se comprende así que la nota del Dicasterio de la fe advierta que no se puede presentar a María como un depósito de gracia separado de Dios, o como una fuente de donde mana toda gracia. Porque la gracia solo Dios la concede. Y la concede directa y personalmente a cada ser humano. María nos ayuda a disponernos a la vida de la gracia que solamente el Señor puede infundir en nosotros. Pues la gracia es Dios mismo que, por el Espíritu Santo, se hace vida de nuestra vida. Ninguna criatura puede conferir la gracia. La gracia no desciende a través de diversos intermediarios. Dios está directamente conectado con nuestro corazón.

La nota doctrinal deja claro que “ninguna persona humana, ni siquiera los apóstoles o la Santísima Virgen, puede actuar como dispensadora universal de la gracia. Sólo Dios puede regalar la gracia y lo hace por medio de la Humanidad de Cristo”. Y también: “En la perfecta inmediatez entre un ser humano y Dios en la comunicación de la gracia, ni siquiera María puede intervenir. Ni la amistad con Jesucristo ni la inhabitación trinitaria pueden concebirse como algo que nos llega a través de María o de los santos. En todo caso, lo que podemos decir es que María desea ese bien para nosotros y lo pide junto a nosotros”.

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4
Nov
2025
La Virgen María, ¿corredentora y mediadora?
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Ante las numerosas consultas y propuestas que han llegado a la Santa Sede en las últimas décadas, el Dicasterio para la doctrina de la fe ha publicado una importante y necesaria “nota doctrinal sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación”. Importante, porque nos ayuda a purificar nuestra fe. Y necesaria para evitar lo que el Vaticano II calificó de “exageraciones” en el discurso sobre María. “Las exageraciones, dijo Juan Pablo II, provienen de cuantos muestran una actitud maximalista, que pretende extender sistemáticamente a María las prerrogativas de Cristo”.

El texto se propone “precisar el lugar de María en su relación con los creyentes, a la luz del Misterio de Cristo como único Mediador y Redentor”. Lo fundamental de María en relación a los creyentes es su maternidad. De ahí el título del documento: “Madre del pueblo fiel”. María es la expresión más perfecta de la acción de la gracia que transforma nuestra humanidad.

La pregunta a la que busca responder el documento es: ¿cómo se entiende la asociación de María en la obra redentora de Cristo?, ¿cuál es el significado de su singular cooperación en el plan de la salvación? La cooperación de María comienza en la Anunciación y termina al pie de la cruz. Ella es la que acoge con fe la Palabra del Señor y así se convierte en madre de los creyentes. Al pie de la cruz el discípulo amado, que ocupaba nuestro lugar junto a María, la acogió como madre en la fe. María se convierte así en madre de todos los creyentes.

A propósito del título de Corredentora, la nota recuerda que, siendo prefecto de la entonces Congregación para la doctrina de la fe, el Cardenal Joseph Ratzinger se manifestó en contra de la petición de declarar a María como corredentora. Y que el Papa Francisco también expresó su posición claramente contraria al uso de este título. Este título “siempre es inoportuno para definir la cooperación de María, pues corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo y, por tanto, puede generar confusión y un desequilibrio en la armonía de verdades de la fe cristiana”.

En relación al titulo de Mediadora, el documento indica que hay que explicar bien los limites de este título. Mediación es cooperación, ayuda, intercesión. Por consiguiente, bien puede decirse de María que es mediadora en sentido subordinado a Cristo. En sentido estricto no podemos hablar de otra mediación en la gracia que no sea la del Hijo de Dios encarnado. Pero esta mediación de Cristo es inclusiva: unidos a él podemos ser mediadores de gracia los unos para los otros. Si esto vale para cada creyente, con mayor razón debe afirmarse de María. Y aunque la suya es una mediación participada, el pueblo de Dios confía firmemente en la intercesión de María. María es madre de los creyentes, madre del pueblo fiel.

Mi consejo es que lean directamente la nota doctrinal del Dicasterio, y que la lean despacio y sin prejuicios. En ella encontraran una rica doctrina sobre la Virgen María. Amar a María no es lanzarle gritos ni flores, ni buscar títulos para ella. Amar a María es meditar lo que dice y hace en los evangelios. Si así lo hacemos, nos acercaremos cada vez más a Cristo

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31
Oct
2025
Atesorar para sí o ser rico ante Dios
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El evangelio de Lucas (12,13-21) cuenta la historia de una persona que acude a Jesús para que haga de árbitro en el reparto de la herencia con su hermano. Jesús no acepta la demanda. De repartir los bienes se ocupaban los escribas. Jesús ha venido para instaurar otro orden de valores. Y aprovecha la ocasión para ofrecer una reflexión sobre las riquezas que uno puede acumular en este mundo. La vida, dice Jesús, no depende de los bienes. Las riquezas no aseguran la vida, ni la vida amorosa, que es lo que muchos buscan, porque esa vida depende del comportamiento y bondad con la persona amada, ni la vida biológica, pues la muerte puede ocurrir en cualquier momento. A propósito de esta verdad, que muchas veces nos cuesta aceptar, Jesús lanza la siguiente pregunta: “lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

Esta pregunta es fundamental para situarnos ante la vida. Acumular no sirve de nada, porque al final, cuando llegue la hora de la muerte, lo que hemos acumulado no nos lo podemos llevar. Lo mejor que podemos hacer mientras vivimos es repartir lo que hemos acumulado, porque así nos ganamos amigos que nos hacen la vida más agradable. Esta pregunta sobre las riquezas acumuladas tiene otras variantes. Los hay que en vez de, o además de acumular dinero, acumulan poder o cargos. ¿Para qué sirve ese poder, para qué sirven tantos títulos? ¿Para sentirse importante y superior? Cuando el poder se utiliza en provecho propio sólo sirve para quedarse sin amigos y ganarse enemigos.

Si pensamos que la vida es una carrera para ver quién consigue más, en el terreno que sea, nos estamos equivocando, porque la vida debe ser una carrera para ver quién ama más. Los que aman más, lejos de sentirse importantes y superiores, se sienten servidores y hermanos, y su vida se llena cada vez más de alegría. Esta carrera por amar más y hacer el bien debería ser la propia de todo cristiano. Quiénes así viven no son ricos para sí mismos, sino ante Dios. Ser rico ante Dios es repartir con el prójimo.

La conmemoración de los fieles difuntos es una buena ocasión para que meditemos seriamente para quién será lo que hemos acumulado. Y la fiesta de todos los santos es una invitación para que seamos cada vez más ricos ante Dios. Para ello, el buen camino es dejar de atesorar para sí y compartir con tantas personas necesitadas que nos rodean lo que vamos acumulando, no solo dinero, sino sobre todo compartir la vida, lo que vive en mí: saber, bondad, buen humor, cariño y amor.

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28
Oct
2025
Carta de León XIV sobre la educación
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León XIV acaba de publicar una carta sobre la educación, con motivo del 60 aniversario de la declaración conciliar Gravissimum educationis, señalando que la educación no es una actividad secundaria, sino parte central de la misión evangelizadora de la Iglesia. El Papa recuerda que en su exhortación Dilexi te dijo que la educación es una de las expresiones más altas de la caridad cristiana. Hoy esta expresión de caridad resulta particularmente urgente frente a los millones de niños en el mundo que aún no tienen educación primaria, y ante las dramáticas situaciones de emergencia educativa provocadas por guerras, migraciones, desigualdades y diversas formas de pobreza.

Como ya hizo en la Dilexi te, el Papa recuerda que muchas congregaciones religiosas han sido pioneras tanto en la enseñanza universitaria como en la básica. Nombra la labor de San José de Calasanz, San Juan Bautista de la Salle, San Marcelino Champagnat, san Juan Bosco, Vicenta María López Vicuña, Francesca Cabrini y otras. Y señala: “la educación de los pobres, para la fe cristiana, no es un favor, sino un deber”. Pues la educación no es un negocio, está al servicio de la persona. La escuela y la universidad católica están para formar teniendo en cuenta todas las dimensiones de la persona (espiritual, intelectual, afectiva, social y corporal), y para ayudar a pensar y a crecer: “son lugares donde las preguntas no se silencian y la duda no se prohíbe sino que se acompaña”. “El objetivo es aprender a afrontar los problemas, que siempre son diferentes”; “la educación no es solo transmisión de contenidos, sino aprendizaje de virtudes”.

“La escuela católica, dice el papa, es un entorno donde fe, cultura y vida se entrelazan. No es simplemente una institución, sino un ambiente vivo en el que la visión cristiana permea cada disciplina e interacción. Los educadores tienen una responsabilidad que va más allá del contrato laboral: su testimonio vale tanto como su enseñanza”. Nota que la familia es el primer lugar educativo y la primera responsable de la formación de los hijos. La escuela católica no reemplaza a los padres, colabora con ellos.

Termino con dos ideas que me parecen importantes del documento papal. Una sobre la inteligencia artificial: “el punto decisivo no es la tecnología, sino el uso que hagamos de ella. La inteligencia artificial y los entornos digitales deben orientarse a proteger la dignidad, la justicia y el trabajo; deben gobernase con criterios de ética pública y participación; deben acompañarse con reflexión teológica y filosófica de altura”. Nuestra actitud hacia la tecnología no puede ser hostil, porque “el progreso tecnológico forma parte del plan de Dios para la creación”. Aún así, “ningún algoritmo puede reemplazar lo que hace humana a la educación: poesía, ironía, amor, arte, imaginación, alegría del descubrimiento y educación al error como oportunidad de crecimiento”.

Importante también la insistencia del Papa en una educación para la paz: “desarmen las palabras, levanten la mirada, custodien el corazón”. Desarmen las palabras, porque la educación no avanza con la polémica, sino con la mansedumbre que escucha. Levanten la mirada: sepan preguntarse hacia dónde van y por qué. Custodien el corazón: la relación viene antes de la opinión, la persona antes del programa.

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25
Oct
2025
Segundo misterio de gozo: visitación de María a Isabel
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A comienzos de este mes del octubre, mes del Rosario, comenté el cuarto misterio de gloria. Ahora, al finalizar este mes del Rosario, me gustaría comentar el segundo misterio de gozo: la visitación de Virgen, recién embarazada de Jesús, a su prima santa Isabel, una mujer estéril y de edad avanzada, que está encinta de Juan Bautista.

Dios saca vida de donde parece imposible que surja vida, de una virgen y de una estéril. Seguramente María, cuando llegó a casa de Isabel tendría unos diez días de embarazo, pues el evangelista Lucas índica que, inmediatamente después del anuncio del ángel, María se fue con prontitud a una región montañosa, a una ciudad de Judá, a casa de Isabel, ciudad que hoy se identifica con Ain Karim, a 6 kilómetros al oeste de Jerusalén. Por tanto, a tres o cuatro días de viaje desde Nazaret.

Lo interesante de esta visita es que allí se produce el encuentro de cuatro personas, dos madres y dos hijos. El cuerpo de María no tendría aún señales visibles de embarazo. Y, sin embargo, Isabel la llama “Madre de mi Señor”. No solo madre, sino madre “de mi Señor”, y añade estas palabras que forman parte del “Ave María”: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Isabel, inspirada sin duda por el Espíritu Santo, reconoce que María llevaba en su vientre a Dios. Isabel estaría embarazada de unos seis meses y, sorprendentemente, el niño que lleva en su seno, escuchó la respuesta de María, el cántico del Magnificat, y exultó de gozo en el seno de Isabel. Parece ser que el sentido del oído ya está desarrollado en el sexto mes de la gestación. Juan el Bautista también escucha que María es la “madre de su Señor”, y, aún no nacido, da testimonio de Jesús, aún no nacido, y se apresura a anunciarlo como “su Señor”.

Sin duda, María ayudaría a Isabel en los últimos meses de su embarazo. Ella, que fue calificada por Isabel de “feliz por haber creído”, nos muestra que la fe y el servicio a los hermanos van siempre unidos. La mujer de fe es también la mujer del éxodo, la que sale de sí misma para servir a quién la necesita. María no fue a casa de Isabel como reina y señora, sino como la mujer humilde que busca servir a quién la necesita, a pesar de los peligros que comportaba un viaje a pie como el que ella tuvo que hacer.

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