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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

18
Sep
2025
¿Evangelizar por internet o por proximidad?
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evangelizarporinternet

En los tiempos que corremos abundan las páginas que ofrecen información religiosa o eclesial por internet. Es de agradecer la información seria y objetiva, sobre todo si se trata de asuntos que nos conciernen o nos importan. Además de estas páginas que ofrecen información, hay otras que ofrecen reflexiones o enseñanzas sobre temática religiosa.

Hay un tercer caso que merece alguna aclaración o reflexión. Es la pretensión de evangelizar por internet, y pretender que de esa forma se alcanza a mucha gente, y así aumentan las posibilidades de que algunas de esas personas se conviertan. Hay algunos presbíteros que, casi cada día, con alba y casulla, cuelgan su predicación de la eucaristía del día, con mucha moralina y una pizca de ideología.

Primera cosa que me gustaría aclarar: los seguidores de estas páginas o de estos videos no son precisamente personas a las que hay que convertir, sino gente convencida a la que gusta un determinado tipo de predicación. Cierto, durante la pandemia del covid los medios telemáticos ayudaron a los creyentes. Insisto: a los creyentes, a los ya convertidos. Todavía hoy, hay quien sigue la eucaristía dominical por internet. Si se trata de una persona enferma o impedida hay que elogiar ese buen deseo de participar de esta forma en la eucaristía.

Pero sin olvidar un pequeño e importantísimo detalle: la fe se vive en la cercanía del hermano, en la comunidad, en la proximidad corporal. Porque es imposible confesarse por messenger o comulgar por webcam. Los asuntos de la fe requieren cercanía, necesitan corporalidad. Solo con brazos limpios, palmas desnudas y rostros descubiertos es posible abrazar al hermano y darle la paz. La fe será todo lo espiritual que ustedes quieran, pero necesita corporalidad para vivirse y transmitirse.

Hay que valorar y emplear los modernos medios de comunicación. Pero sin hacerse muchas ilusiones. La religión debe recibir su ayuda, pero en sus justas y relativas proporciones. Porque la buena y verdadera evangelización se da por contacto, por proximidad, requiere diálogo y cercanía, escucha, respuesta y, si es necesario, réplica afectuosa y respetuosa. El amor no se predica ni se manifiesta a través de una pantalla, sino en una proximidad corporal.

La Iglesia, el testigo, el evangelizador y el misionero pueden servirse de medios telemáticos, pero en sus justas proporciones, y siendo conscientes de que solo son elementos relativos, auxiliares y no decisivos. Lo decisivo es el encuentro con el testigo y la escucha directa de la palabra, sin interferencias de ningún tipo. Si hay que hacer alguna campaña de evangelización, el primer paso debe ser ir puerta a puerta, porque si hacemos una llamada general a los no practicantes o no creyentes, posiblemente la mayoría, por no decir todos, se quedarán en sus casas.

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13
Sep
2025
Solo el amor da el conocimiento de Dios
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conocimientodios

Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, afirmó que en la Biblia encontramos una “nueva imagen de Dios”. Nueva porque, al contrario de lo que ocurre en las culturas politeístas que circundan su mundo, en la Biblia queda claro que “el Señor, nuestro Dios, es solamente uno” (Dt 6,4). Sin duda el monoteísmo, propio no solo del judaísmo y del cristianismo, sino también del Islam, comporta una gran diferencia en el concepto de Dios con relación al politeísmo, que ha sido lo propio de casi todas las religiones de la humanidad. En el politeísmo cada divinidad está relaciona con un aspecto de la vida; esos dioses son conocidos por su poder y suelen reclamar sacrificios, a veces sacrificios humanos.

Por su parte, Pascal hizo notar que el Dios bíblico, Dios de Abraham, de Isaac y de Jabob, contrasta con el Dios “de los filósofos y de los sabios”. En efecto, la divinidad aristotélica no necesita nada y no ama; Aristóteles pensaba que, si existía Dios, los humanos debíamos importarle poco o nada. Pero el Dios bíblico no es un motor inmóvil, que hace funcionar el universo, pero no se relaciona con nadie; no es pura y profunda energía que sostiene todo lo que existe; no es poder absoluto. El Dios bíblico es un ser personal, que ama personalmente, con pasión. Y ama, tal como terminará revelándose en el Nuevo Testamento, porque es Amor (1 Jn 4,8.16).

Al Dios que se revela en Jesucristo como Amor, solo el amor resulta adecuado para alcanzarle. Pues cuando el amor se ofrece, o bien se le ama voluntariamente o se le rechaza. No basta con querer conocer a Dios, entre otras cosas, porque en el fondo no conocemos nada de él, no sabemos lo que es; más bien, sabemos lo que no es. Puesto que es Amor, más que de conocimiento se trata de relaciones. No se trata de llenar la inteligencia de pobres conceptos, sino de disponer la voluntad para querer el amor. Rigurosamente, si Dios es Amor, solo el amor podrá alcanzarle. Solo quien barrena todo lo que en su vida no conviene al amor, se pone en disposición de encontrar a Dios.

La fe es un asunto de decisión y no de pruebas. Probar a Dios es encerrarlo en nuestros pequeños límites y, por definición, lo que está dentro de nuestros límites no puede ser Dios. El amor es una cuestión de confianza, no de evidencias. Por eso la fe es oscura. Parece como si Dios se escondiera. Se oculta no solo porque su presencia sería necesariamente impositiva y entonces desaparecería el amor, sino porque su presencia no sería soportable, nos deslumbraría. Ya el Antiguo Testamento decía que ningún mortal puede ver a Dios sin morir. Ver a Dios es algo que resulta imposible en las condiciones de este mundo.

De ahí que cuando Dios se revela en Jesucristo, cada uno interpreta la persona de Jesús según la medida de su amor. Mirando la Cruz, aquellos que no aman al Crucificado no ven nada; o mejor, ven la confirmación de su negación. Aquellos que le aman (el buen ladrón, María, Juan, el soldado de Mc 15,34) ven allí, con una claridad sin duda variable, pero siempre indiscutible, la figura de Dios en la humillación de su Verbo.

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7
Sep
2025
María al pie de la cruz gloriosa
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Maríapiedelacruz

El 8 de septiembre se celebra la fiesta de la Natividad de María. El 12 de septiembre se celebra la fiesta del dulce nombre de María. El 14 de septiembre se celebra la fiesta de la exaltación de la santa cruz, fiesta relacionada con la tradición que atribuye a Santa Elena, la madre del emperador Constantino, el haber encontrado en Jerusalén las primeras reliquias de la cruz en la que fue crucificado nuestro Señor Jesucristo. Me gustaría, en esta reflexión, relacionar estas tres fiestas, recordando que María estuvo presente en la pasión de su Hijo. Presente hasta el final, junto con algunas otras mujeres y el discípulo “al que Jesús amaba”, en contraste con los otros discípulos que huyeron, se escondieron o, a lo sumo, miraban agazapados desde lejos. María, las amigas de Jesús y el discípulo amado estaban allí, quizás con miedo, pero estaban. Porque la valentía no es incompatible con el miedo, sino con la cobardía.

Hablando de la madre del emperador Constantino no está de más recordar, en este año en el que celebramos el 1400 aniversario de la celebración de Concilio de Nicea, que fue convocado por el emperador. Cuando lo convocó no era cristiano, ya que fue bautizado en su lecho de muerte por un Obispo arriano, Eusebio de Nicomedia. Si convocó el Concilio no fue por intereses religiosos, sino políticos, para conseguir la paz social en su imperio. Para realizar sus designios, Dios, a veces, se sirve de lo más inesperado. Precisamente, en estos pasados días, se han celebrado en Santiago de Compostela unas Jornadas sobre el Concilio de Nicea, en las que he tenido el honor de participar, junto a buenos especialistas en historia y en teología. Tuve ocasión de visitar la tumba del apóstol Santiago y de confesar allí, en voz alta, el Credo. Pero dejo eso de lado y vuelvo a la relación entre las tres fiestas mencionadas.

En los últimos momentos de su vida en esta tierra, Jesús crucificado, mirando al discípulo amado, dice a su madre: “mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dirigiéndose al discípulo, le dice mirando a María: “ahí tienes a tu madre”. No se trata, en esta escena, de un hijo que encomienda a un amigo el cuidado de su madre. Porque ahí, María, que no es nombrada por su nombre, sino con el apelativo de “mujer”, es un símbolo de la Iglesia. Y el discípulo amado representa a todos los discípulos de Jesús, a cada uno de nosotros. Jesús encomienda al discípulo a la Iglesia. La última palabra de la cruz no es la soledad o el vacío, sino una palabra de mutua acogida, de amor y fraternidad. La Iglesia es ese lugar en el que todas y todos somos acogidos, porque nos acogemos mutuamente.

Recordar conjuntamente a María y la cruz es recordar que la fraternidad brota de la cruz. O sea, el amor no nace del egoísmo solitario, sino del encuentro mutuo, aunque, en ocasiones, este mutuo encuentro supone cargar con la cruz, o sea, cargar con las debilidades del prójimo. La cruz se convierte entonces en una cruz gloriosa. No en una cruz que hunde o mortifica, sino una cruz que eleva y santifica.

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3
Sep
2025
Cristianos en política o la ambigüedad de las situaciones
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Precisamente porque actúa por medio de causas segundas y de la libertad humana, la acción de Dios en el mundo gracias a los impulsos de su Espíritu, puede chocar con otras libertades y con otros “espíritus” que no provienen de Dios. Entonces, el cristiano se ve obligado a tener que contar con ellos, o dicho de otro modo, a contar con la realidad. A veces esta presencia de otros espíritus puede conducir al martirio, pero normalmente a donde conduce es al trabajo, al esfuerzo, a la adaptación e incluso al combate por la justicia, en sus distintas variantes, según cuál sea la realidad y el momento en el que vivimos.

Por ejemplo, la presencia de los cristianos en política, presencia necesaria y urgente, tiene que contar con el pluralismo de ideas y propuestas, representadas por los distintos y, a veces, distantes partidos y, por eso, muchas veces no es posible en estos terrenos realizar totalmente los ideales evangélicos. En política hay que respetar las posiciones del otro y, a veces, hay que negociar con propuestas diferentes a las que uno defiende. La Iglesia es consciente de que su propuesta moral es una más en el concierto de aportaciones a una sociedad abierta, libre y compleja. ¿Cómo se hace entonces presente Dios en esta historia?

Dicho de otra manera: ¿cómo debe actuar un cristiano en política? Evidentemente, buscando el bien y oponiéndose al mal. Pero, a veces, en las condiciones inevitables de este mundo, se verá forzado a buscar modos para que el mal no se haga dueño de todo el campo de la historia. En este campo actualmente crecen el trigo y la cizaña. El dueño del campo les deja crecer, a la espera del momento oportuno de separarlos y de quemar la cizaña. Mientras tanto, tienen que convivir. Por eso, la presencia de Dios en el campo de la historia se realiza en ocasiones de forma parcial. Esto se traduce de muchas maneras: mal menor, objeción de conciencia, o bien posible.

En su libertad y en su conciencia, cada cristiano debe valorar a qué partido votar teniendo en cuenta la realidad del momento, las posibilidades limitadas de bien en un momento concreto. El bien deseable o el bien mejor puede no ser posible en una situación compleja. Buscar el bien ideal puede ser un modo de perder el bien posible y encontrarnos con el mal mayor. Es la tentación de los fundamentalismos. De ahí la necesidad de leer bien los signos de los tiempos, porque esta buena lectura nos ayuda a entender y aplicar los principios de la revelación en el aquí y ahora concreto de una situación.

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28
Ago
2025
Buscar al culpable o ayudar a la víctima
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buscarculpable

No se trata necesariamente de una alternativa. Se puede buscar al culpable y, al mismo tiempo, ayudar a la víctima. Incluso, la búsqueda del culpable puede redundar en bien de la víctima, si esta búsqueda conduce a evitar nuevos males. Pero, a veces, da la impresión de que nuestros políticos ponen el acento en la búsqueda del culpable. Más aún, buscan un culpable para evitar así responsabilidades propias. Cuando ocurre una catástrofe que perjudica a los ciudadanos, lo habitual es que el gobierno local dé la culpa al nacional, el gobierno nacional devuelva las culpas al local o quizás diga que la empresa que tenía encomendada la seguridad no ha cumplido; por su parte la empresa devuelve las culpas al gobierno porque en sus presupuestos no tiene en cuenta la mejora de las infraestructuras. El culpable siempre es “el otro”.

Ocurre lo mismo con los inmigrantes recogidos en malas pateras en el mar mediterráneo. Nadie asume responsabilidades y todos transmiten las culpas a otros. O con los niños y mujeres maltratados por el clero (0,2%) y por el no clero (99,7%). Está bien señalar culpables, pero, sobre todo cuando los culpables ya no pueden responder (bien porque han fallecido o el delito ha prescrito), lo importante sería echar una mano a los dañados. Algo similar cabe decir a propósito de la crítica a determinadas leyes permisivas (del aborto, por ejemplo). No basta con condenarlas. Habrá que presionar para que otras leyes sociales (ayuda a mujeres solteras embarazadas, facilidades para la adopción) sirvan de contrapunto a estas leyes permisivas.

Sea quien sea el culpable, lo cierto es que ahí están los muertos, los heridos y los náufragos. Habrá que ayudarles. El Occidente cristiano se ha mostrado muy preocupado por la culpabilidad. Nuestro sistema judicial y nuestra moral, sin olvidar nuestras películas y novelas policíacas, se han regido por la búsqueda del culpable. Jesús no busca culpables ante el mal, entre otras cosas porque con eso no se resuelve el verdadero pro­blema y hasta se corre el riesgo de situarse al margen del problema. Jesús se preocupa de las víctimas. El verdadero responsable, o sea, el que responde del mal, no es el culpable, ni el acusador, sino el que se acerca al herido (como resulta claro en la parábola del buen samaritano).

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24
Ago
2025
San Agustín: hombre de fe y de amor
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Sanagustin2025

El 28 de agosto del año 430 fallecía Agustín, obispo de Hipona, a los 75 años de edad, uno de los hombres que mayor influencia ha ejercido en la Iglesia y en la cultura de Occidente. Este hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia, es el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras (más de 800 sermones, casi 300 cartas y un centenar de tratados), en los que aborda todos los problemas fundamentales de la teología. Posiblemente su obra más famosa son las “Confesiones”, una extraordinaria autobiografía espiritual, escrita para alabanza de Dios, y que comienzan con una de sus frases más citadas: “nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Precisamente porque el Señor nos hizo para él, dirá Agustín, la lejanía de Dios equivale a alejarse de uno mismo; el ser humano sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra llegar a sí mismo, a su verdadero yo, a su verdadera identidad.

En las Confesiones (X, 27, 38) se encuentra una de sus oraciones más hermosas y famosas: “Tarde te amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, la respiré y suspiro por ti; te gusté y tengo hambre y sed de ti; me tocaste y me abrasé en tu paz»

Sin duda, si nos limitamos a leer los escritos antipelagianos de nuestro santo, podemos quedarnos con la impresión de que su antropología es pesimista: el ser humano es pecador y está necesariamente inclinado al mal. Sin embargo, en los escritos anteriores a esta controversia aparece una antropología optimista. En su lectura del texto del Génesis subraya la bondad de la creación y destaca que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. Cuando después de la creación “vio Dios que era bueno”, eso no significa que Dios lo viera bueno después de haberlo creado, sino que lo creo bueno porque “vio que era bueno hacerlo”. “No hay Autor más excelente que Dios, ni arte más eficaz que su Verbo, ni motivo mejor que la creación de algo bueno por la bondad de Dios” (La Ciudad de Dios, XI, 21).

Recuerdo la importancia que tenía la amistad, tanto en su vida como en su pensamiento. Teófilo Viñas, uno de sus mejores conocedores, lo califica de “maestro de amistad”. Según el santo, la amistad y la salud son las dos cosas más necesarias para llevar una vida feliz. Tener un buen amigo es lo mejor que puede pasarnos en la vida. La amistad debe vivirse a todos los niveles. Por supuesto, también en la vida consagrada. No son largos y farragosos documentos lo que necesitamos que salga de nuestras reuniones, sino una buena reflexión sobre esta pregunta que hace san Agustín: “¿Quiénes suelen, o al menos, deben tener más amistad entre sí que aquellos que se cobijan bajo un mismo techo, en una misma casa?” (La Ciudad de Dios, XIX, 5).

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20
Ago
2025
La fe en Cristo es creer en el amor
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rosariosentrelazados

Hay un texto, en la primera carta de Juan (3,23) que podría muy bien ser una de las frases del Nuevo Testamento que mejor expresa la esencia del cristianismo: “este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. La fe en Cristo como revelación del Padre, se relaciona con el amor recíproco, como si este amor fuera la realización práctica de la fe. La fe en Dios, o mejor, en Jesucristo que como Hijo nos revela al Padre, y el amor mutuo están indisolublemente relacionados, en el fondo forman una única realidad; por eso no puede darse la fe sin el amor. La fe en Cristo se traduce en amor al prójimo. Y a la inversa: el amor al prójimo manifiesta y expresa la fe en Cristo. La dimensión vertical del amor que Dios nos ha mostrado (Dios que toma la iniciativa de darse a conocer y espera nuestra acogida) se prolonga en la dimensión horizontal, en la relación de amor de los seres humanos.

Lo que se revela en Cristo como Hijo es que Dios es Padre de todos los hombres. Pues si en Cristo todos participamos de la filiación divina, entonces todos somos hermanos, por ser hijos del mismo Padre. Si como dice Gal 3,29, “somos uno en Cristo Jesús”, entonces todos participamos de la filiación divina. Unidos al Padre y al Hijo, todos somos uno (Jn 17,21). Si unidos al Padre y a su Hijo Jesucristo todos somos hijos y por eso estamos profundamente unidos, es claro que somos hermanos. Y lo que une a los hermanos no es la carne y la sangre, sino el amor. Del mismo modo que lo que nos une al Padre no es la carne y la sangre sino la fe y el amor. A cuantos reciben al Hijo, el Padre les da el poder de ser hijo de Dios, y esos no nacen de carne, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacen de Dios (Jn 1,12-13).

En este versículo de la epístola de Juan, quedan claras dos cosas: 1) que el objeto de la fe cristiana no es un Dios cualquiera, sino el Dios de Jesucristo, que es Amor y que se revela; y 2) el modo de unirnos a este Dios, a saber, respondiendo a su Amor con amor y extendiendo este amor a los hermanos. O, dicho de otra manera: el objeto de la fe, Aquel en quién debemos creer, es Dios que se revela como Amor; y el acto de fe, o sea, el modo de acoger a este Dios y de unirnos a él, es el amor al Dios que se revela y, en Él, a los hermanos. Esta carta de Juan deja también claro que el amor al hermano es concreto: “si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,17). La acogida del amor de Dios hay que hacerla historia en lo cotidiano de la vida.

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16
Ago
2025
Valoración católica del Islam
27 comentarios

meca

Lo ocurrido en el municipio murciano de Jumilla, a saber, las dificultades que el consistorio ha puesto para que puedan celebrarse en un recinto deportivo algunas celebraciones musulmanas, ha provocado que algunos políticos hayan descalificado a los obispos españoles que han defendido la libertad religiosa. La descalificación ha mezclado muchas cosas, la mayoría, por no decir todas, impropias de alguien que se confiesa católico. Pongo un solo ejemplo: decir que el dinero que recoge una institución tan seria como “Caritas” no se destina por completo a ayudar a los necesitados, porque parte se dedica a sostener infraestructuras, es confundir las cosas. Claro que parte del dinero se dedica a sostener infraestructuras, porque estas infraestructuras están al servicio de una mejor atención a las muchas personas que acuden a “Caritas”.

Para que cada uno saque sus propias conclusiones, ofrezco la postura más oficial de la Iglesia Católica sobre la religión islámica: “La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno”. Cierto, la Iglesia reconoce que “en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes”, pero también “exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres” (Concilio Vaticano II).

Por otra parte, cada religión y cada Iglesia deberían ser los primeros interesados en defender el derecho a la libertad religiosa de las demás confesiones y religiones, lo que implica el derecho a profesar la religión tanto pública como privadamente. Y hacerlo por su propio bien, porque la defensa del derecho de los demás es también la defensa del propio derecho. Y es, además, una exigencia a las demás Iglesias y religiones para que en aquellos lugares donde ellas sean toleradas y hasta privilegiadas y en donde mi propia religión encuentre dificultades, sean ellas las que defiendan mi derecho que es tan legítimo como el suyo. Y, si no lo hacen, es problema suyo, aunque ese problema vaya en perjuicio mío. Pero lo que no puede hacer un cristiano es responder al mal con el mal. En suma, las Iglesias y religiones deben tratar a las demás como ellas quieren ser tratadas. Solo así es posible la paz y el entendimiento entre personas y pueblos.

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12
Ago
2025
Asunción de María: en Dios hay un lugar para el cuerpo
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asuncion2025

La fiesta de la Asunción de María es un día de alegría. María fue elevada al cielo en cuerpo y alma: en Dios hay un lugar para el cuerpo. En el cielo tenemos una Madre: el cielo tiene un corazón.

Al hablar de la Asunción de María, estamos también hablando de nosotros: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría, nos indica con claridad que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa. Y estamos llamados a entrar en esta Casa divina con toda nuestra realidad, con todo nuestro ser, en cuerpo y alma, porque Dios conoce y ama toda nuestra realidad humana, todo lo que somos, tal como proclamamos en el Credo: “espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Dios no nos abandona ni siquiera en la muerte; nos tiene reservado un lugar en el cielo y nos da la eternidad; en Dios hay un lugar para nosotros. Mirando el destino de gloria de María, estamos llamados a mirar lo que el Señor quiere también para nosotros.

El cristianismo no anuncia solo una salvación del alma en un impreciso más allá, sino que promete la vida eterna, “la vida del mundo futuro”. Nada de lo que para nosotros es valioso y querido se corromperá, sino que encontrará plenitud en Dios. Esta promesa implica una tarea: como cristianos estamos llamados a anticipar y edificar ya este mundo nuevo, a trabajar para que esta tierra en la que habitamos ahora se convierta cada día en un mundo de Dios. Solo viviendo evangélicamente resulta posible esperar las promesas divinas. María nos señala no solo la meta del cristiano, sino también el camino que conduce a la meta, expresado sintéticamente en estas palabras que ella dirige a los sirvientes de una boda en Caná de Galilea: “haced lo que Jesús os diga”, palabras que deben ser la norma de nuestra vida en este mundo para así poder vivir con esperanza.

Seguimos en el año jubilar de la esperanza. Mirando a la Virgen comprendemos que nuestra vida de cada día, aunque marcada por pruebas y dificultades, corre como un río hacia el océano divino. Los cristianos, ante el triste espectáculo de angustia y dolor que se difunde por el mundo, debemos ser signo de esperanza y de consuelo, y anunciar con nuestra vida que el mal no tiene futuro. Solo tienen futuro la verdad, la justicia, el bien y el amor. Vivimos en tiempos grises. Necesitamos tiempos azules, pues el azul es el color del cielo hacia el que sube María.

María, desde el cielo, nos acompaña y estimula en nuestra tarea, pues estando en el cielo, sigue estando muy cerca de cada uno de nosotros, precisamente porque está con Dios y en Dios. Cuando estaba en la tierra solo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún que está dentro de nosotros gracias al Espíritu santo, María participa de esta cercanía de Dios. Porque está cerca de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones y ayudarnos con su bondad materna. Ella nos escucha siempre.

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8
Ago
2025
Cuando se hace política con lo religioso
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Jumilla

En la región de Murcia, en España, hay muchos inmigrantes que trabajan honrada y legítimamente en la agricultura y producen riqueza para todos. La mayoría están bien integrados y conviven pacíficamente con los habitantes que nacieron en su actual lugar de residencia. Por eso, son de lamentar y condenar aquellas manifestaciones que culpabilizan a los emigrantes de los posibles males que puedan ocurrir, como ha sucedido ya en algunos pueblos de Murcia.

El último hecho, que no contribuye al buen entendimiento entre las personas, ha ocurrido en Jumilla. Allí, el ayuntamiento, desde hace varios años, permite que los musulmanes celebren dos importantes momentos de oración multitudinarios (el fin del Ramadán y la fiesta del Cordero) en el polideportivo municipal, pues no es suficiente el espacio de la mezquita. Sin embargo, hace dos días se supo que el pasado 28 de julio el Consistorio aprobó una ley que prohíbe celebrar en espacios deportivos otros acontecimientos distintos a los deportivos. La ley aprobada no nombra directamente las celebraciones musulmanas, pero es igualmente claro, si no más, que apunta directamente a esas celebraciones. Y más cuando los motivos de quienes han presionado para que se apruebe la ley son claramente ideológicos y políticos.

Uniéndose a la postura de la Comisión Islámica de España, la Conferencia Episcopal Española ha publicado una nota en la que deja claro que la limitación aprobada por el Consistorio de Jumilla “atenta contra los derechos fundamentales de cualquier ser humano, y no afecta solo a un grupo religioso, sino a todas las confesiones religiosas”. Y añade: “hacer estas restricciones por motivos religiosos es una discriminación que no puede darse en sociedades democráticas”. Hay que felicitar a nuestros Obispos por su rápida reacción que contribuye a la paz y a la solidaridad entre las religiones y, en consecuencia, al buen entendimiento entre las personas, sean de la nación, de la raza o de la religión que sean.

Argumentar que los actos religiosos solo pueden celebrarse en recintos religiosos es una falacia que puede volverse en contra de quienes la proclaman. Actos religiosos son las procesiones católicas o las ofrendas de flores a imágenes de la Virgen que se hacen en plazas públicas. Y argumentar que hay lugares en los que se persigue a los cristianos y en los que están prohibidas manifestaciones religiosas cristianas o la erección de iglesias vuelve a ser un pésimo argumento. El que en algunos países o por algunos grupos políticos se haga un uso perverso de la política contra la religión no es motivo para que otros adoptemos la misma actitud. La maldad ajena no justifica la maldad propia. Al contrario, debería ser un motivo más para reafirmarnos en la propia bondad. Eso sí, defendiendo los derechos de todos y respetando cualquier manifestación religiosa que no atente contra el orden público o resulte insultante para otras religiones. Usar la religión para hacer política es un uso perverso de la religión y una mala manera de hacer política.

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