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Feb2015Fe y ciencia, más allá de la apariencia
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La fe tiene una pretensión realista, pero no se limita a la apariencia, a aquello que se puede ver y tocar. La fe busca la verdad más allá de la apariencia y descubre en lo real indicios que permiten abrirlo a posibilidades nuevas, que van más allá de lo que aparece. Por este motivo, los creyentes suelen ser objeto de burla por parte de aquellos que piensan que más allá de los datos empíricamente verificables no hay nada. Pero si lo pensamos bien, resulta que también las ciencias avanzan porque buscan más allá de la apariencia. En este sentido el proceder la ciencia no es muy distinto del de la fe.
La percepción sensorial e inmediata, por la que vemos cómo se pone y sale el sol, se mueven los automóviles, o distinguimos distintos colores, es acrítica. Sin duda, este tipo de experiencia es el punto de arranque de todo conocimiento pero, en sí mismo, es superficial e impreciso. Aquí radica también su peligro: en virtud de su certeza inmediata, puede impedir un conocimiento más profundo. “La impresión superficial de una percepción aparentemente inequívoca puede inducir a error cuando se afirma que esta impresión es el conocimiento último y definitivo”, escribió hace ya muchos años un joven teólogo llamado Joseph Ratzinger.
Dicho de otra forma: en el punto de partida de la ciencia se encuentra la idea de que es necesario ir más allá de las impresiones de los sentidos. Si los detractores de Galileo lo hubieran tenido en cuenta, seguramente no le hubieran condenado. Porque la apariencia es que quién se mueve alrededor de la tierra es el sol. Lo que decía Galileo contradecía algo que todo el mundo podía ver con sus propios ojos. Aunque, por otra parte, no es menos cierto que los cardenales que le condenaron no veían nada de tanto mirar al sol. La lección que podemos sacar del “asunto Galileo” es que hay una primacía de la inteligencia sobre la experiencia sensible.
Concluyo con unas palabras del teólogo ya citado: “No se limita al ámbito de la fe, sino que tiene validez general la tesis de que, aunque es cierto que la ‘experiencia empírica’ es el punto de partida necesario de todo conocimiento humano, esta experiencia llevaría a conclusiones falsas si no admitiera ser criticada desde el conocimiento, abriendo así la puerta a nuevas experiencias”. En otras palabras: no es solo la fe la que va más allá de lo sensorial; también la ciencia procede de la misma forma. Criticar la fe en nombre del empirismo es no entender el proceder general del espíritu humano cuando busca la verdad.
Si se leen con un poco de atención los capítulos centrales del evangelio de Mateo parece que Jesús está continuamente “pasando a la otra orilla” e invitando a sus discípulos a hacer lo mismo (Mt 8,18; 9,1; 14,22; 16,5). Esta invitación se encuentra también en los otros tres evangelios. Se diría que una vez que Jesús y sus discípulos han cambiado de orilla, necesitan pasar de nuevo a la otra orilla. Algo así como si estuvieran yendo de una orilla a otra. Esto nos invita a pensar que este paso no es geográfico, no se trata de volver al lugar del que se ha salido. Tiene que haber ahí algo más profundo, al menos una invitación a la no instalación. Ninguna orilla puede convertirse en lugar de queda, todas son lugares de paso.
La Cuaresma acaba de empezar. Pero la cuaresma, como toda la liturgia, sólo tiene sentido en función de la Pascua. Por eso, lo que hemos empezado, en realidad, es el gran tiempo pascual de la Iglesia. Cuarenta días de preparación para la fiesta de Pascua y, después, cincuenta días de celebración de la Resurrección del Señor y de la presencia salvadora de su Espíritu. Estamos en el tiempo fuerte de la comunidad cristiana.
Según el evangelio de Marcos, el primer verbo que Jesús emplea es “convertirse”. Y lo emplea en imperativo: “convertíos y creed en el Evangelio”. La razón de esta necesidad es que “el Reino de Dios está cerca”. Como está a punto de llegar hay que estar bien preparados para recibirlo. ¿Qué significa y qué implica convertirse? Convertirse es cambiar. Cambiar de actitudes y de pensamientos, porque lo que solemos pensar y lo que solemos hacer no favorece la llegada del Reino de Dios. Convertirse es darse la vuelta, dar la espalda a algo, dejar de mirar una cosa para mirar otra. Dejar de mirarse a uno mismo para mirar las necesidades del prójimo y preguntarse cuál es la voluntad de Dios sobre uno mismo y sobre los demás.
Transmitir la fe es una necesidad ineludible de todo creyente. Necesidad que brota de una experiencia, la experiencia del cambio de vida que acontece a todo el que se encuentra con Jesús. Sin esa experiencia previa no sólo no hay necesidad, sino ni siquiera posibilidad de transmitir la fe. Pues no se puede ofrecer lo que no se tiene.
Hablando de la fe como apertura hay otro aspecto que no conviene olvidar. Me refiero a la apertura de la fe a la cultura. La fe en Dios es algo personal, pero no privado. La fe no puede esconderse, debe transmitirse. Hasta el punto de que quién no confiesa la fe, es porque no cree. La fe privada es una falsa fe, una incredulidad escondida. Ahora bien, si la fe debe confesarse, o sea, proclamarse y publicarse, debe hacerlo con un lenguaje inteligible. Porque si lo que proclama la fe no se entiende, es como si no se proclamase o como si se quedase en algo privado.
Cuando se habla de fe es posible entender muchas cosas. Hay una fe humana, la confianza que depositamos en las personas. Y hay una fe religiosa, la confianza que depositamos en Dios. En ambos casos, la fe es una apertura al otro. Y, en la mayoría de los casos una apertura mutua. Porque fiarse de otro suele presuponer que el otro se fía de ti. Desde este punto de vista, la fe en Dios va mucho más allá de un mero creer una serie de verdades, dogmas o proposiciones. La fe en Dios es, ante todo, una relación personal. Hay fe cuando me implico, cuando me comprometo existencialmente con el otro, cuando soy capaz de ponerme en las manos del otro, porque estoy convencido de que no me fallará. Y no me fallará porque me ama. Porque también él está comprometido conmigo y también se pone en mis manos. La fe es una mutua dependencia. Pero no una dependencia que esclaviza, sino una dependencia que exalta, porque brota del amor.
Religión es una palabra con muchas vertientes. Puede significar “relación con Dios”. Es religiosa la oración. Pero puede tener también el sentido de “modo de expresión”. Es religiosa una procesión. Entendida como modo de expresión, la religión no puede absolutizarse, porque los modos de expresión son múltiples y dependen de los gustos de cada uno. Pero los modos de expresión, las formas y maneras, pueden utilizarse con intenciones distintas, a veces contrarias: una procesión puede ser expresión de una vivencia religiosa seria que tiene que ver con mi relación con Dios. Pero una procesión puede caricaturizarse, convertirse en burla de quienes la realizan con el propósito de expresar su fe en Dios (la imagen que acompaña al post es una de las más pudorosas de una procesión atea realizada precisamente en Jueves Santo).