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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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23
Dic
2013
Familia cristiana
11 comentarios

La expresión “familia cristiana” sugiere prácticamente a todos los que la oyen un tipo de familia muy definido y muy característico: se trata de la unión sacramental de un varón y una mujer, que bautizan a sus hijos y los educan cristianamente. Esto es, dicho de forma muy resumida, lo que evocan las palabras “familia cristiana”. Y, sin embargo, sin negar lo precedente, los evangelios nos invitan a ampliar el concepto de familia cristiana y a situar la idea corriente de familia cristiana en este contexto más amplio.

Jesús no puso en entredicho la estructura familiar, pero sí la relativizo en función del reino de Dios. Mi madre y mis hermanos no son los de la carne, vino a decir en un momento dado, sino los que escuchan, acogen y ponen en práctica la Palabra de Dios. Jesús mismo vivió fuera de las estructuras familiares de su época y en contraste con ellas. El era célibe. Formar parte de la familia de Dios no requiere, por tanto, el establecimiento de familias biológicas. Por eso, las familias biológicas cristianas deben vivir orientadas e integradas en la familia más amplia de Dios. En una familia cristiana importa la fidelidad, la compasión y el perdón entre sus miembros, pero estas actitudes deben ampliarse hacia todos los seres humanos. La familia cristiana es una escuela de amor universal.

La familia cristiana está además relacionada con la comunidad cristiana local, con la parroquia. Una no puede prosperar sin la otra. Una pareja cristiana se casa en el seno de una comunidad para formar parte así del cuerpo de Cristo. Por eso el fracaso de un matrimonio no es solo un fracaso de la pareja, sino de la Iglesia entera. Esta Iglesia que debería estar presta para acoger y comprender a aquellas personas que, tras una ruptura, han encontrado nuevos caminos y han logrado rehacer su vida.

Una cosa más a propósito de la familia y, en concreto, del matrimonio entre dos cristianos. En esta unión no se trata de un amor distinto al que puede darse en otras parejas que se quieren. Se trata de una distinta orientación del amor. Una pareja cristiana celebra su amor como un don transformador de Dios. En esta pareja hay “un tercero”, siempre atento y siempre dispuesto a conducirlos hacia Dios. La comprensión sacramental del matrimonio subraya la conciencia de la presencia de Dios y la perspectiva de eternidad del amor humano.

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23
Dic
2013
Noche de Dios
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La noche de Navidad simboliza todo lo hermoso y deseable que hay en el corazón humano: inocencia, cariño, bondad, amabilidad, ternura, sonrisas, alegría, vida y el futuro por delante. Todo está simbolizado en la inocencia de un niño que nace. Con la ventaja, en nuestro caso, de que este niño tiene a Dios en lo más profundo de su ser. Su ser es ser de Dios. Desde entonces la bondad, amabilidad, alegría y vida de lo humano están impregnadas de eternidad. El pasado, el presente y el futuro de este niño es el pasado de todos los humanos (venimos de Dios), el presente de todos ellos (estamos en Dios) y su futuro (estamos hechos para Dios y Dios es la meta y el sentido de nuestra vida).

La noche de Navidad recapitula los deseos de paz y entendimiento que anidan en todo ser humano, estos deseos que los avatares de la vida corrompen con demasiada frecuencia. La paz fundamentada en la inocencia, en el mirar al otro sin resquemores, con una espontánea confianza. La paz que es fruto del amor. Y el entendimiento que se basa en la necesidad que todos tenemos del otro, como el niño que necesita de los demás para nacer, sostenerse en el ser y crecer. Porque los necesita los acoge con naturalidad, y extiende los brazos para acoger y ser acogido.

La noche de Navidad une lo humano con lo divino, reconcilia lo distante, une lo alejado. Dios y el hombre en una sola persona. Y al unir a Dios con el hombre, une a los seres humanos entre sí. Porque si Dios se hace hombre, ser hombre es lo más maravilloso que se puede ser. Si Dios se hace hombre no es solo porque el hombre tiene capacidad de Dios, sino sobre todo porque los seres humanos tienen capacidad de amor, están hechos para el amor. Lo humano no es el odio o el rechazo, sino la acogida y el encuentro.

En la noche de Navidad todo es amanecer, todo apunta hacia este sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. En esta noche, Dios desvela el rostro oculto de su ser: gracia, amor, misericordia. Por eso, en esta noche importa proclamar que no hay nada más urgente, nada más necesario que conocer y dar a conocer al verdadero Dios, aquel cuya última palabra se pronuncia: Jesucristo. Este es el único nombre que puede salvar; el nombre que, aún sin saberlo, todos buscamos.

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19
Dic
2013
Dios del mundo, mundo de Dios
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Siempre me ha llamado la atención eso que dice el capítulo primero del cuarto evangelio a propósito de la Palabra de Dios y, en definitiva, de Dios mismo: “vino a los suyos” (in propia venit). Los suyos somos nosotros. Eso significa que sin nosotros Dios no está completo, le falta algo que es propiamente suyo. En Jesucristo queda claro, de una vez siempre, que Dios es del mundo y el mundo es de Dios. Ahí me parece que tenemos una de las diferencias entre el primer testamento y el nuevo. En la Escritura cristiana queda más claro que en la de Israel la universalidad del amor salvífico de Dios. Para el Nuevo Testamento, el Dios de Israel abre fronteras para convertirse en Dios de todos los seres humanos.

Uno de los mejores teólogos del siglo XX, Karl Barht, ofrece la siguiente reflexión: “A través de Jesucristo, Dios ha demostrado, haciéndolo visible, audible y perceptible, que Él amaba al mundo, que Él no quiso ser Dios sin tal mundo, sin los hombres, sin ningún individuo en particular. Y en el mismo Jesucristo, Él ha demostrado, haciéndolo visible, audible y perceptible, que el mundo, al igual que todos los hombres y que cada individuo en particular, no pueden existir sin Él. La demostración de que Él pertenece al mundo, y este mundo le pertenece a Él, es la opción y la obra de Su amor en Jesucristo, el reino del hijo de Su amor”.

Es fuerte eso que dice Barht: Dios no quiso ser Dios sin los hombres. Pero eso es lo propio del amor: no querer ser sin el otro, no querer teniéndose a sí mismo sin el tú amado. Por otra parte, si aceptamos de verdad que Dios no quiso ser Dios “sin ningún individuo en particular”, o sea, con todos y cada uno de los seres humanos a los que conoce personalmente por su nombre, eso significa que cuando rechazamos a un ser humano estamos rechazando una “parte”, algo propio de Dios.

Por lo demás, decir que ningún “individuo en particular” puede existir sin Él, no es una afirmación imperialista. Es una convicción cristiana que debemos expresar con respeto hacia los que no la aceptan. La Iglesia es la que conoce esta gran verdad. Y en esto se distingue del resto de los seres humanos. Por su conocimiento del amor universal de Dios, no por ser más amada que aquellos que lo desconocen. El conocimiento no aumenta el amor recibido de Dios; quizás da una mayor calidad de vida al conocedor del amor, y siempre crea más responsabilidades. La responsabilidad de vivir de acuerdo con lo que se sabe y de responder en función de lo que se sabe.

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17
Dic
2013
Demonios y ángeles
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En un post reciente, uno de los comentaristas suscitó la pregunta de por qué los ángeles caídos habían hecho una decisión irrevocable que no podía ser perdonada. Sin entrar en la existencia de los ángeles o de los demonios, me pareció oportuno contestar: “Todas las creaturas están llamadas a responder al amor de Dios. Y el amor es una respuesta libre. Cuanto más perfecta es una criatura, cuanta más luz tiene, más responsable es de sus actos y más decididas y acabadas son sus acciones. Al final nos encontramos con el misterio de la libertad. Si no fuera posible decir no, el sí no tendría ningún valor”.

Mi respuesta provocó esta reacción por parte de otro lector: “Dicho sea con todos los respetos, me ha extrañado la cuestión planteada sobre los ángeles caídos, pues personalmente me resulta muy difícil entender y aceptar lo que creo que forma parte de lo mítico e incomprobable de nuestra religión, como que esos ángeles, transformados en demonios, se dedican a malmeter a los humanos, como si nos hiciera falta”. Evidentemente, para hacer el mal nos bastamos nosotros solos, sin necesidad de que haya ningún demonio. De hecho, la existencia del demonio no ha sido nunca objeto de una declaración dogmática. Por tanto, cada uno es libre de opinar sobre esta cuestión, aunque es cierto que las intervenciones del Magisterio de la Iglesia dan por supuesta la existencia de los demonios.

Tan interesante como la cuestión de los ángeles malos es la de los ángeles buenos. En la Escritura, el ángel es signo de la presencia de Dios en la vida de una persona, desde una de estas dos perspectivas: Dios tiene un mensaje para esta persona, o Dios manifiesta que cuida de esa persona. Cuando se afirma que “el ángel del Señor anunció a María”, se está diciendo: Dios se hizo presente a María. ¿De qué modo? Eso ya no lo dice la Escritura, aunque, en demasiadas ocasiones, sea lo que interesa a nuestra curiosidad. Pero este interés denota la preferencia por cuestiones secundarias, que desgraciadamente olvidan la principal.

Me gusta lo que dice el artista dominico Miguel Iribertegui: "los ángeles representan una antropología escatológica: ni hombre ni mujer, eternamente joven, eternamente bello”. Jesús hablando del matrimonio utilizó parecidas ideas: los que sean hallado dignos de la resurrección no se casarán, serán como ángeles. El encuentro con Dios potenciará todas las dimensiones de nuestra existencia, pero las relaciones entre los seres humanos no serán como en este mundo. Nuestros encuentros se realizarán en un nivel que irá más allá de lo biológico, nos relacionaremos en el nivel más profundo y auténtico de nuestra personalidad.

Finalmente, hablando de los ángeles, recuerdo haber leído en Kierkegaard esta idea: ¡ángeles, ángeles! ¡Algunos dicen que no existen! Bien, pues compórtate tú como un ángel y así habrá ya un ángel en este mundo. En vez de preocuparnos por la existencia de demonios y de ángeles, lo que debería preocuparnos es lo demoniaco y lo angelical. Dos actitudes bien reales y posibles, una rechazable y otra deseable, al alcance de todos los humanos.

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14
Dic
2013
Si alguien se siente ofendido
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“Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la mejor de las intenciones”. Eso dice el Papa Francisco hacia el final de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium. Tan buenas intenciones no evitarán que algunos se sientan molestos u ofendidos. El Papa se refiere directamente a sus palabras a propósito de la pobreza y de las estructuras económicas perversas, pero eso de molestar seguramente podría decirse de otros aspectos de su pensamiento. Al respecto quisiera aprovechar para expresar una preocupación personal. Es sorprendente y hasta desagradable oír que este Papa atrae a “los de fuera” y no convence a “los de dentro”. Dicho así se trata de una tremenda falsedad. Porque la mayoría de los “de fuera” siguen con su indiferencia habitual hacia la doctrina de la Iglesia. Y la mayoría de “los de dentro” estamos muy contentos con este Papa y damos muchas gracias a Dios por el regalo de su magisterio.

Con todo, lo que hay de verdad en este contento de los de fuera y disgusto de los de dentro, por una parte debería alegrarnos, aunque quizás por otra debería preocuparnos. Debería alegrarnos que personas no creyentes o no cristianas se sientan comprendidas por nosotros, o muestren su respeto por la Iglesia y la fe cristiana. Por otra parte deberían preocuparnos estos recelos de “los de dentro”. ¿Quiénes son esos que recelan? ¿Por qué recelan? ¿De qué tienen miedo? Quizás habría que preguntarse si algunos de esos que se consideran “más papistas que el Papa”, en realidad no son nada “papistas”, porque solo apelan al papismo cuando el Papa parece estar de acuerdo con ellos.

Si la llamada del Papa a la renovación y a la conversión, hace peligrar las seguridades y comodidades, es lógico que aquellos que no están dispuestos a cambiar o a dejarse interpelar por la sencillez y exigencia del Evangelio, se sientan incómodos. Casi deberíamos alegrarnos de tal incomodidad y tomarla como una advertencia para todos y cada uno: ¿hasta qué punto estoy dispuesto a convertirme y a orientar mi vida según lo exige el seguimiento de Cristo, hasta qué punto estoy dispuesto a salir de mi mismo para vivir en el amor sin límites ni discriminaciones, hasta qué punto estoy dispuesto a compartir mis bienes con los pobres?

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10
Dic
2013
Tenemos un problema cuando nos olvidamos de los pobres
8 comentarios

La preocupación por los pobres, la promoción de la justicia y el compromiso de la Iglesia en la transformación de las estructuras que matan, son otros de los grandes temas de la reciente exhortación apostólica del Papa Francisco. La religión no es un asunto intimista e individual. Tiene influencia en las estructuras sociales y en los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.

Francisco reafirma una posición doctrinal, relativamente nueva, que ya había manifestado la Gaudium et Spes al proclamar el destino universal de los bienes, y Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis, al afirmar que sobre la propiedad privada grava una hipoteca social. El Papa actual reafirma que el destino universal de los bienes es una realidad anterior a la propiedad privada. Por otra parte, dice algo que quizás pueda sorprender: tanto o más importante que lo doctrinal es ser fieles al camino del evangelio. Califica a la “opción por los pobres” como “categoría teológica”. Y cita a Juan Pablo II: sin la opción preferencial por los más pobres “el anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido”. Todo esto nos conduce a plantearnos la necesidad de enfrentarnos con las causas estructurales de la pobreza, que no se resuelven con la sola autonomía de los mercados, sino adoptando las medidas políticas que se imponen.

En estos días cercanos a las fiesta de Navidad está circulando por la red un texto del Obispo Casaldáliga, en el que se pregunta provocativamente: “¿Navidad es un sarcasmo?”. La pregunta encuentra sentido si recordamos que en este mundo no hay lugar para los pobres, ni en Belén, ni en Lampedusa, ni en las vallas fronterizas de la ciudad de Melilla. Más allá de las provocaciones que pueden servir para despertarnos de nuestra modorra, lo cierto es que Navidad deja de ser un sarcasmo donde se comparte, donde hay amor, justicia y solidaridad. Si Dios nació pobremente en un pesebre fue porque este era el mejor modo de ser solidario con todos y de manifestar su amor a todos, sobre todo a los que más necesitan de su amor.

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6
Dic
2013
Tenemos un problema de contenido
7 comentarios

Si el problema del lenguaje es serio (como decía en el post anterior), quizás el de los contenidos de la predicación lo es aún más. No porque ofrezcamos contenidos inexactos o distorsionados, sino porque no guardamos el necesario equilibrio entre las verdades de la fe o no sabemos situar esas verdades en el contexto que les da sentido. Corremos así el riesgo de ofrecer un evangelio mutilado y reducido a alguno de sus aspectos secundarios que, por sí solos, no manifiestan el corazón del mensaje cristiano. Ya el Vaticano II recordó que existe un orden o jerarquía de verdades. También Tomás de Aquino enseñaba esta jerarquía a propósito del mensaje moral de la Iglesia: toda la moral está regulada por el amor, y la misericordia es la mayor de todas las virtudes.

El Papa Francisco saca las consecuencias pastorales de esta enseñanza: “En el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Esta se advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación. Por ejemplo, si un párroco a lo largo del año litúrgico habla diez veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se produce una desproporción donde las que se ensombrecen son precisamente aquellas virtudes que deberían estar más presentes en la predicación y en la catequesis. Lo mismo sucede cuando se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios”.

El equilibrio que reclama el Papa se refiere también al modo de exponer algunas doctrinas o preceptos, de modo que se mantenga el necesario equilibrio y la debida proporción entre todos los aspectos de la doctrina o el precepto. Porque si nos quedamos solo con uno de estos aspectos o siempre insistimos en el mismo punto, podemos ofrecer una visión engañosa y distorsionada de la verdad católica. El Papa nombra uno de los ejemplos más delicados, como es el caso del aborto. Ningún católico discute la criminalidad del aborto. Lo que se discute es que sea el único crimen denunciable. También las estructuras económicas matan. Y matan cada día. Y a mucha gente. No es cuestión de olvidarlo o de decirlo de pasada o de decirlo muy de vez en cuando.

En el caso del aborto si nos quedamos solo en la condena o en el reproche mutilamos la doctrina de la Iglesia y olvidamos un aspecto fundamental para valorar bien estos penosos casos. Hay que preguntarse “qué hemos hecho para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?”. Seguro que si las comprendemos, las valoraremos y trataremos de “otra manera”, de una “nueva” manera.

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2
Dic
2013
Tenemos un problema de lenguaje
6 comentarios

En la exhortación apostólica de Francisco sobre “la alegría del Evangelio” aparecen una serie de temas que ya han aflorado en sus homilías y, sobre todo, en las entrevistas periodísticas que tanto revuelo han causado. Uno de estos temas es el del lenguaje con el que explicamos y anunciamos nuestra fe. El Concilio Vaticano II ya había dicho que “la adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización”. Me temo que algunos no hemos sabido adaptarnos y seguimos cómodamente repitiendo fórmulas que muchos no entienden. Como no las entienden, no pueden acogerlas debidamente. En esta línea Francisco ofrece unas interesantes consideraciones: debemos “expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad”. No se trata de ofrecer una nueva verdad o de acomodar o reducir la revelación para que no resulte chocante o sea más fácilmente aceptada. Se trata de decirla de forma que parezca “nueva”. Porque al resultar nueva despierta la atención del oyente y así el oyente puede plantearse si quiere acogerla.

“A veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, sigue diciendo Francisco, lo que los fieles reciben, debido al lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de Jesucristo”. Esta advertencia es muy seria: buscando ser ortodoxos no respondemos al Evangelio. En nombre de la máxima ortodoxia podemos transmitir heterodoxia. Continúa diciendo el Papa: “con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es verdaderamente cristiano”. Son advertencias muy graves: repetir un lenguaje que en otras épocas y para otras mentalidades resultó adecuado, puede hoy convertirse en la mayor de las infidelidades, bien porque los oyentes no entienden nada o bien porque entienden “otra cosa”.

El lenguaje está estrechamente ligado a los signos y a las costumbres. También ahí tenemos un problema. Hay algunas costumbres muy arraigadas a lo largo de la historia, no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, “que hoy ya no son interpretadas de la misma manera”. Por eso “ahora no prestan el mismo servicio en orden a la transmisión del Evangelio”. El Papa anima a no tener “miedo a revisarlas”. Dígase lo mismo a propósito de normas o preceptos eclesiales “que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida”. En conclusión: “la tarea evangelizadora se mueve entre los límites del lenguaje y de las circunstancias”. Debemos reflexionar sobre ello y sacar las oportunas consecuencias pastorales.

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28
Nov
2013
Adviento: memoria del futuro
6 comentarios

Comenzamos un nuevo año litúrgico, celebrando este artículo del Credo: el Señor “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. Lo digo todos los años y siempre hay quien se sorprende: la primera parte del adviento celebra la segunda venida del Señor, esa venida gloriosa, en la que pondrá cada cosa en su sitio. Ese es el sentido del “juicio”: cada persona ocupará el lugar justo que le corresponde. Como este lugar justo lo determina un Dios bueno y misericordioso, ese mismo Dios que por amar hasta más no poder quiso hacerse hombre, un Dios que comprende nuestras penas, pecados y miserias, es de esperar que a todos nos ponga en un buen lugar. La esperanza cristiana en el retorno glorioso del Señor no es un motivo de temor, sino de júbilo.

Los que ya han tenido ocasión de conocer la justicia del Señor glorioso se habrán enterado de algo que todavía está oscuro para muchos. Se habrán enterado de lo que vale y de lo que no vale. Vale el amor. Y lo que el amor conlleva: verdad, justicia, fidelidad, paz, reconciliación, perdón. Vale porque en estas actitudes se refleja una huella de Dios. Por tanto, todo lo que hagamos desde la perspectiva del amor, como tiene un valor divino y eterno, volveremos a encontrarlo, iluminado y transfigurado, limpio de toda mancha, en la tierra nueva que Dios prepara para los que ama.

Sin duda, sería más llamativo (alguno dirá: más necesario) que el adviento anunciara el final del paro, de la pobreza, de la crisis. Pero bien entendido, el anuncio del adviento debería despertar en los cristianos una serie de actitudes que indicen en la raíz de todos los problemas, ya que permiten ver a Cristo en cada persona y en cada acontecimiento, acelerando así la llegada del Reino, con efectos reales en el aquí y el ahora. La esperanza es incompatible con la pasividad. Si el hombre se cruza de brazos, Dios se echa a dormir. Para despertar a Dios tenemos que ponernos manos a la obra, a la obra del amor.

El adviento es una buena ocasión para hacer memoria del futuro. Del futuro que vendrá y del futuro que podemos anticipar. Porque el futuro no es lo que todavía no existe. Puede hacerse presente en forma de proyecto. Lo anticipamos cuando vivimos fraternalmente, cuando luchamos en pro de la paz, la justicia y la solidaridad. Al anticiparlo, el Señor que un día vendrá glorioso, se hace humilde y calladamente presente. Porque se hace presente, podemos esperarle. Si no lo hacemos presente, la esperanza se convierte en una ilusión sin futuro.

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24
Nov
2013
La hembra abrazará al varón
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“El Señor crea algo nuevo en la tierra: la hembra abrazará al varón”. Así se expresa el profeta Isaías (31,22). El texto se refiere a la reanudación de las relaciones de amor entre Israel y su esposo Yahvé. Sin embargo, leído más allá de su contexto, el texto suena un poco extraño y hace pensar: ¿representa alguna novedad que la mujer abrace al varón? En cierto modo sí. Para empezar, los abrazos solo se dan entre los seres humanos. El abrazo es una novedad en el mundo de los animales superiores. Es un signo de hominización, o sea, de un determinado grado de evolución anatómico morfológica. En el coito de los simios, la hembra solo ofrece la espalda al macho, no puede abrazarle ni ver su rostro. No es posible la intersubjetividad del amor. El abrazo recíproco y los rostros unidos es, al menos, signo de hominización. Y probablemente de humanización. Entre la sexualidad animal y la humana hay una diferencia cualitativa, porque la sexualidad humana desborda los límites de lo biológico para adentrarse en la riqueza de lo interpersonal.

Desde esta perspectiva, el texto de Isaías podría ir más allá de su sentido original y tener un alcance antropológico universal. La hominización es la base de la humanización. La base morfológica hace posible la aparición de seres humanos creados y estructurados para el encuentro amoroso. Pero no sólo el del macho con la hembra, sino el de todos los seres humanos entre sí. La bisexualidad es el prototipo biológico de una verdad de amplio alcance, pues como dice el Vaticano II “la sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas, ya que el humano es, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás”.

Que los seres humanos se abracen, o sea, vivan fraternalmente, resulta siempre una novedad. Porque lo cierto es que la historia de la humanidad es una historia de guerras, enemistades, desencuentros. La novedad que introduce la fe bíblica, sobre todo la neotestamentaria, es que la normalidad humana no está en el desencuentro, sino en la comunión. Y viviendo en comunión, los humanos se divinizan. Vuelvo a citar al Vaticano II: “El Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad”.

Cuando la hembra abraza al varón (y por extensión: cuando los humanos se abrazan) ocurre algo nuevo, dice el profeta. Se abren perspectivas, dice el Vaticano II. La novedad y la perspectiva de lo divino

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