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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
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6
Ene
2012
El amor, ¿un imperativo?
4 comentarios

Decía en el post anterior que el Dios que se revela en el judaísmo y el cristianismo pide, en primer lugar, la escucha: “Escucha, Israel”. Esta escucha se traduce en obediencia. La exhortación a oír es el preámbulo de un mandamiento. ¿Cuál es el mandamiento supremo, tanto para Israel como para el cristianismo? Todo el mundo sabe la respuesta: “Debes amar a tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Dt 6,5). Debes amar. ¡Qué paradoja! ¿Es que se puede mandar el amor? Mi superior me puede obligar a cuidar de un enfermo que me repugna (no necesariamente físicamente, sino moralmente). Pero, ¿cómo puede mandarme que le ame? A primera vista el amor parece un placer, o un acto espontáneo; y siempre un acto libre. Un amor obligado no parece posible.

Cierto, entre los humanos el amor no se puede mandar. Pero cuando el mandamiento viene de la boca de Dios se trata de algo diferente. Porque Dios es el amante por excelencia. Sólo él puede decir en verdad: “Ámame”. En su boca, el mandamiento del amor no es algo extraño, es la propia voz del amor. El amor del amante sólo puede expresarse así: “ámame”. En imperativo. La mejor prueba de que el amor se expresa en imperativo la tenemos en el Cantar de los Cantares: llévame contigo, ven, ábreme, ponte en camino, date prisa. El amante quiere hacer suyo al amado. Y como es suyo le habla en imperativo. El “ámame” quiere decir: “yo te amo hasta más no poder; por eso quiero que me ames como yo te amo, porque mi amor no estará completo sin el tuyo”. El “ámame” del amante, más que una declaración de amor, es la expresión pura y plena del amor.

El mandamiento del amante es un indicativo de un amor que se ofrece totalmente en el instante presente. No piensa en el futuro. Si pensase en el futuro no sería un mandamiento, sería una ley. Por eso el “amarás” no puede interpretarse en términos de futuro (como alguna vez he oído): “llegarás a amar”. Lo que pide el amor es: “¡ojalá escuchéis hoy su voz!” (Sal 95,7). El amor espera su buen éxito en el momento mismo de darse. Se comprende así que el imperativo del mandamiento es el permanente hoy en el que vive el amor del amante. Un amor que siempre está ahí.

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3
Ene
2012
La Palabra de Dios no es un libro
3 comentarios

Cuando en las celebraciones litúrgicas leemos fragmentos de la Sagrada Escritura, solemos acabar la lectura diciendo: “palabra de Dios”. Este final de la lectura no debería confundirnos. El cristianismo no es la religión de un libro. Y la Biblia puede ser llamada palabra de Dios sólo en un sentido segundo y derivado. Porque, como muy bien ha hecho notar Benedicto XVI en la Verbum Domini, “la persona misma de Jesús, su historia única y singular es la palabra definitiva que Dios dice a la humanidad”.
 

Ni para el judaísmo ni para el cristianismo la palabra de Dios es un libro. Para el judío la palabra de Dios es la expresión de la voluntad de Dios, manifestada por medio de la palabra humana de Moisés y los profetas. Por su medio, Dios dialogaba con su pueblo, en la palabra del profeta resonaba, al modo humano, la palabra divina. Esta condescendencia de Dios se cumple de manera insuperable con la Encarnación del Verbo en Jesús de Nazaret. La palabra de Dios ya no se expresa mediante un discurso. La persona misma de Jesús es la Palabra. En su humanidad Dios ha dicho todo lo que tenía que decir y lo ha dicho de forma definitiva.
 

De este modo la Revelación se convierte en un acontecimiento vivo entre Dios y el hombre, un acontecimiento en el que el propio Dios se regala a sí mismo. Para el Islam la Revelación es otra cosa: un libro que Dios pone en manos del hombre. Mientras a Israel se le repite continuamente: ¡escucha!, la primera palabra de la revelación a Mahoma es: ¡lee! Se le muestra la página de un libro y un libro es lo que trae el arcángel del cielo la noche de la Revelación. Para el judaísmo y el cristianismo la doctrina oral es más antigua y más santa que la escrita. De hecho, Jesús no dejó escrita ninguna palabra. El Islam es religión del libro. Un libro enviado del cielo. Dios mismo no desciende, no deja su celestial trono. Está sentado en lo más alto del cielo, y manda al hombre… un libro.

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