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Viernes Santo, festivo en Cuba
3 comentariosUno de los resultados que ha dejado la visita de Benedicto XVI a la república de Cuba ha sido que el gobierno ha decretado día festivo el próximo viernes santo. De forma excepcional, dice el gobierno. Ya dijeron lo mismo cuando tras la visita de Juan Pablo II decretaron festivo el día de Navidad. La excepción del primer año ha durado hasta hoy. Probablemente ocurra lo mismo con esta nueva excepción. Evidentemente, que el viernes sea festivo facilitará enormemente la asistencia de los fieles a las Iglesias. Insisto: de los fieles. Porque es totalmente seguro que no ocurrirá como en la Misa celebrada por Benedicto XVI en La Habana, a la que, probablemente, acudieron más simpatizantes del partido comunista que católicos, porque el Gobierno se ocupó de presionar a sus militantes para que estuvieran en la Plaza de la Revolución y así dejar contento a su huésped. Esta vez, gracias a Dios, solo acudirán a las celebraciones de la Pasión, en las Iglesias, los fieles convencidos y habituales. Digo gracias a Dios porque no es bueno mezclar las cosas, aunque sea con la buena intención de agasajar al Papa.
Los cubanos que no sean creyentes (o sea, la mayoría) harán exactamente lo mismo que la mayoría de los españoles en estos días de semana santa: aprovechar los días de vacaciones laborales para ir a la playa, descansar y, algunos, para asistir como espectadores pasivos a las procesiones consideradas un espectáculo cultural o folklórico. ¿Qué otra cosa se puede esperar? Hoy celebrar la semana santa cristianamente es un modo de ir a contra corriente, es una propuesta contra cultural. Siempre ha sido así, aunque no lo queramos reconocer. Los cristianos convencidos y practicantes (lo que no significa santos, porque, quien más quien menos, todos somos pecadores) siempre han sido minoría. Su papel no es el ocupar todo el espacio, sino ser fermento en la masa. Un fermento consciente de su importancia, pero también consciente de su poca notoriedad. Consciente de que la masa ni siquiera le va a agradecer su papel fermentador. El ser minoría nos ayuda a vivir la fe de forma más personal y a buscar más la intimidad con el Señor. Porque, al fin y a la postre, lo que importa es ser uno mismo, digan lo que digan los demás.