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Viernes santo: el velo del santuario se rasgó en dos
3 comentariosLos tres evangelios sinópticos (Mt 27,51; Mc 15,38; Lc 23,45) coinciden en algo a primera vista sorprendente, a saber: en el momento mismo de la muerte de Jesús el velo del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Este dato, más allá de consideraciones históricas, tiene una profunda significación teológica, pues allí se revela un profundo misterio, el misterio de lo que Dios hace por medio de Jesús. En el templo de Jerusalén había un lugar santísimo, el recinto más reservado del templo, en el que se conservaba el arca de la alianza y en el que solo entraba una vez al año el Sumo sacerdote. Un velo separaba este lugar del resto del templo.
Pues bien, según los evangelistas, la muerte de Jesús produjo en el velo un desgarramiento tal, que dejó al descubierto el lugar más santo de Israel, permitiendo así el acceso a él. Este lugar, que estaba cerrado al pueblo judío y mucho más a los paganos, quedó abierto. Lo que era un muro de separación y hasta de enemistad ha sido abatido, tal como parece indicar san Pablo en su carta a los efesios (2,14-16): Cristo es “nuestra paz: el que de los dos pueblos (los dos pueblos de entonces y todos los pueblos de la tierra de hoy) hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad…, para reconciliar con Dios a todos los pueblos por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad”.
El velo perdió su poder de separación. Aquel que había sido rechazado del templo como si fuera un blasfemo, rompió el velo y dejo abierto el templo para todos y en todo momento. Este velo nunca más podrá ser cosido, por ningún sacerdote, por ningún pastor, por ningún inquisidor, por nadie que se abrogue poderes divinos. En Jesucristo no hay división, siempre hay paz. Para Jesucristo todo lugar es sagrado, en todo lugar Dios se hace presente y en todo lugar es posible encontrarlo. Los templos ya no pueden ser motivo de separación. Sólo pueden ser lugares donde se medite el sentido de lo sagrado, lugares de acogida, con las puertas abiertas (como diría Francisco), pues allí caben todos, y todos son bien venidos.
En estos tiempos en donde cada vez abundan más aquellos que, en nombre de la religión, crean divisiones y separaciones, no estaría mal que los que en estos días celebramos los misterios centrales de nuestra fe, mirásemos al Crucificado que, desde la cruz, rompe toda violencia y perdona sin límites, incluso a los que le asesinan, “porque no saben lo que hacen”.