19
Mar
2007Mar
Verdadero hombre
11 comentariosEsta pasada semana ha vuelto a cobrar actualidad una vieja herejía, el monofisismo, que afirma la existencia de una sola naturaleza en Cristo. El monofisismo primitivo afirmaba una sola naturaleza divina en Cristo. En alguna obra teológica contemporánea se ha querido detectar un monofisismo que valora únicamente la naturaleza humana de Cristo. No cabe duda de que la catequesis y la teología deben afirmar y explicar la doble naturaleza de Cristo. Yo suelo decir: Cristo es una persona divina que vive una vida total y auténticamente humana. Y también: Cristo es la traducción humana del ser, del pensar y del actuar de Dios.
Con todo, mi impresión es que el viejo monofisismo (el que afirma sólo la divinidad y considera la humanidad una apariencia) está latente e incluso patente en muchos cristianos actuales. Es lamentable que algunos no encuentren dificultad en afirmar la divinidad de Jesucristo y se sientan incómodos cuando se afirma la obviedad de su humanidad, de un hombre semejante en todo a nosotros, tentado como nosotros, que ignoraba cosas, crecía en edad y sabiduría, maduraba cada día su experiencia de Dios, se sentía incomprendido, abandonado y traicionado, y tantas cosas más, tan humanas y, sin embargo, tan divinamente vividas.
No valorar adecuadamente la humanidad de Cristo es un tipo de monofisismo que no parece preocupar y sin embargo es tan grave como la minusvaloración de la divinidad. Pues la humanidad de Cristo es un elemento fundamental sin el que no resulta posible el seguimiento ni la esperanza cristiana. En efecto, ¿cómo seguir a Cristo si él no camina en las condiciones de nuestra humanidad? Y si Cristo resucita porque es divino, entonces a nosotros que no lo somos, su resurrección no nos afecta. Ahora bien, si un pedazo de nuestra humanidad, si uno como nosotros ha resucitado (por el poder de Dios, sin duda), entonces se han abierto para todos las puertas de la esperanza. Tal es la importancia de la humanidad de Cristo.
Con todo, mi impresión es que el viejo monofisismo (el que afirma sólo la divinidad y considera la humanidad una apariencia) está latente e incluso patente en muchos cristianos actuales. Es lamentable que algunos no encuentren dificultad en afirmar la divinidad de Jesucristo y se sientan incómodos cuando se afirma la obviedad de su humanidad, de un hombre semejante en todo a nosotros, tentado como nosotros, que ignoraba cosas, crecía en edad y sabiduría, maduraba cada día su experiencia de Dios, se sentía incomprendido, abandonado y traicionado, y tantas cosas más, tan humanas y, sin embargo, tan divinamente vividas.
No valorar adecuadamente la humanidad de Cristo es un tipo de monofisismo que no parece preocupar y sin embargo es tan grave como la minusvaloración de la divinidad. Pues la humanidad de Cristo es un elemento fundamental sin el que no resulta posible el seguimiento ni la esperanza cristiana. En efecto, ¿cómo seguir a Cristo si él no camina en las condiciones de nuestra humanidad? Y si Cristo resucita porque es divino, entonces a nosotros que no lo somos, su resurrección no nos afecta. Ahora bien, si un pedazo de nuestra humanidad, si uno como nosotros ha resucitado (por el poder de Dios, sin duda), entonces se han abierto para todos las puertas de la esperanza. Tal es la importancia de la humanidad de Cristo.