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¿Una vergüenza? Sí, y mucho más
8 comentariosNo me ha gustado nada, pero nada de nada, lo que he leído: que el primer ministro de Italia, Enrico Letta, ha anunciado que todos los fallecidos en el naufragio de Lampedusa recibirán la nacionalidad italiana. Y, al mismo tiempo, que los adultos rescatados pueden ser castigados con una multa de hasta cinco mil euros y la expulsión del país. Nacionalidad para los muertos y multa para los vivos ¿Pero qué clase de broma macabra es esta? ¿Es que no se dan cuenta de lo que dicen? ¿O es que dicen lo que piensan? Lo que podía haber hecho el primer ministro, y de paso podrían haber apoyado los líderes europeos, es el anuncio de la revocación inmediata de esa ley que equipara la inmigración al terrorismo y, por eso, considera como delito de cooperación con terroristas la ayuda de los pescadores a los inmigrantes que buscan llegar a Europa a través del mar, jugándose la vida. La mala vida en Europa vale más que la buena vida en sus países. Porque esa es otra.
Tampoco me ha gustado nada, pero nada de nada, el video de los dirigentes europeos en Lampedusa, desfilando con sus maravillosos y estupendos coches para, supuestamente, solidarizarse con las víctimas. ¡Menuda solidaridad! Uno se pregunta por qué, habiendo ocurrido la tragedia hace ya una semana, los líderes europeos se han hecho presentes este miércoles, día 9 de octubre. ¿Acaso es que no habían llegado a la isla los coches en los que se han desplazado? No es extraño que la gente les haya abucheado, utilizando la misma palabra que el Papa empleó para calificar la tragedia: una vergüenza. Una vergüenza y un asesinato en la medida en que acontecimientos como este se pueden evitar y no se ponen las medidas para hacerlo.
¿Y qué decir de esas leyes que salen de nuestros parlamentos? Comprendo que tanto parlamento, europeo, nacional, regional y local, tenga que buscar el modo de estar ocupado. Y así se dedican a regular todo lo regulable, incluido el si podemos o no ayudar a personas en situación de extrema necesidad. Santo Tomás dejo bien sentado que el “amor al enemigo” (y ¡atención!, los inmigrantes no son enemigos, sino una pobre gente, unos hermanos nuestros, hijos de Dios), exige auxiliarle en toda situación de necesidad, cuando nadie más puede hacerlo. Los pescadores, a los que la ley podría acusar de auxilio al terrorismo, tienen en esta doctrina un buen apoyo para quebrantar la ley.
Pero no hacen falta apoyos doctrinales, pues todo ser humano que se encuentra frente a otro ser humano en necesidad debe (es un deber de humanidad) desobedecer todas las leyes que impiden prestarle auxilio. Porque la ley de leyes es la de la conciencia y la dignidad humana. Para los que creen en Dios esta ley es además divina.