Feb
Tambores de guerra
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Tanto el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé, como el Papa de Roma, Francisco, están alarmados ante los tambores que anuncian una nueva guerra en suelo europeo. El país que está en mayor peligro es Ucrania, pero no hay que descartar que si estalla la guerra se extienda a Bielorrusia e incluso a Polonia. De hecho, la práctica totalidad de los países de la OTAN han pedido a sus ciudadanos que abandonen Ucrania. La alarma de Francisco y de Bartolomé les está moviendo a hacer constantes llamadas a favor de la paz y a invitar a que todos oremos al Dios de la paz para que cambie los corazones de los que gobiernan, de modo que el Espíritu de reconciliación mueva a la negociación y al diálogo. El diálogo implica capacidad de ceder, deseo de llegar a un acuerdo y de encontrar soluciones. Desgraciadamente, sospecho que muchos políticos, más que acuerdos, lo que buscan es someter a los otros y dejar claro quién es el más fuerte.
Los datos son lo de menos, pero el hecho es que Rusia ya ocupa una parte de Ucrania, como es Crimea; y actualmente tiene más de cien mil soldados en la frontera con Ucrania. Recemos, pues, para que los tambores de guerra se queden solo en eso, en tambores que resuenan, que asustan, pero sin ir más allá. Recemos, sí, porque la situación es difícil. La guerra es una locura y nunca conduce a nada bueno. Solo destruye. Y lo que luego se edifica sobre ruinas está marcado por el odio y el rencor.
Las naciones fabrican armas de guerra con el falso propósito de defender la paz. Hoy las armas han logrado un grado de perfección tal (si es que a lo que solo sirve para el mal se le puede calificar con este adjetivo, en realidad habría que decir que las armas han logrado un grado de maldición), que ya no distinguen entre beligerantes y civiles. Normalmente, en las guerras los que más sufren son los ciudadanos desarmados.
No pretendo sacar de todo esto una conclusión moralizante, pero creo que estos tambores de guerra deben invitarnos a examinar nuestros sentimientos, porque también en ellos hay deseos de venganza. Cada uno da rienda suelta a esos malos deseos en la medida de sus posibilidades. Por eso, la sinceridad de nuestras oraciones por la paz en Europa encuentra su piedra de toque en nuestra disposición a la reconciliación con aquellas personas más cercanas que nos han dañado.