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Suicidio joven sacerdote
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El pasado sábado, 5 de julio, falleció un joven sacerdote italiano. Tras no presentarse a celebrar la eucaristía, algunas personas fueron a su casa y lo encontraron muerto. La diócesis de Novara, en una nota oficial, confirmó que se trataba de un suicidio. Al parecer, el sacerdote llevaba una vida normal y era apreciado por los fieles. No se conocen los motivos que le llevaron a quitarse la vida.
Las tasas de suicidio, en nuestros países europeos, son relativamente altas, algo más de 10 por cada 100.000 habitantes; en algunos países de América o África son bastante más altas. Es un tema del que no se suele hablar. Es lógico suponer que, entre los sacerdotes, religiosas y religiosos, en este tema y en otros (adicciones, determinadas tendencias), las tasas serán similares a las del conjunto de la población. Pero el fallecimiento del sacerdote italiano ha sido muy comentado en redes sociales, bastante más que otros casos similares.
Antiguamente, hechos como este eran muy mal vistos y juzgados negativamente. El código de derecho canónico de 1917 excluía a quienes se quitaban la vida del derecho a las exequias cristianas. Esta prohibición ha desaparecido del actual código. En el caso que nos ocupa, el funeral fue presidido por el Obispo de la diócesis, Mons. Franco Giulio Brambilla, que hizo una emotiva homilía y se preguntó qué nos dice a todos la muerte de Don Matteo. Sí, qué dice la muerte de una persona querida y valorada por los jóvenes a los propios jóvenes. Y qué dice una muerte así a los obispos y a los sacerdotes.
Una muerte es siempre una pregunta frente a Dios. Y toda pregunta pide una respuesta. Pero el exceso de preguntas puede desvirtuar la respuesta. No es sano preguntar continuamente al amado si te ama. Deberíamos aprovechar la ocasión para preguntarnos por el tipo de formación afectiva que se da en los seminarios; por los primeros destinos a los que se envía a los jóvenes sacerdotes; y por la soledad que todos sentimos, pero los célibes de un modo especial. Todos necesitamos amor, y solo con amor podemos superar nuestras debilidades. Y el amor de Dios pasa siempre por el amor a y de los hermanos y por la manera de situarnos con y frente a ellos.
El Vaticano II, a propósito del voto de castidad de los religiosos, dijo algo muy sabio: “recuerden todos, especialmente los superiores, que la castidad se guarda más seguramente cuando entre los hermanos reina verdadera caridad fraterna en la vida común”. En el contexto del amor, la castidad se guarda fácilmente. En la soledad, seguramente ya no tanto. En el contexto del amor, la vida tiene sentido. Fuera de este contexto, la vida resulta, a veces, insoportable.
Cuando un sacerdote está contento con su ministerio, cuando está ocupado, cuando reza, cuando vive fraternalmente y se siente querido, las depresiones desaparecen pronto. Yo no sé qué es lo que llevó a este sacerdote italiano a tomar la decisión que tomó, pero de una cosa estoy seguro: el buen sacerdote no quería quitarse la vida; en todo caso, quería quitarse de encima lo insoportable de la vida. Cuidemos las vidas y estemos atentos a los hechos y acontecimientos que, a veces, las hacen insoportables, para atacar lo insoportable y cuidar la vida.