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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

20
May
2010

Solos en la vejez

6 comentarios

Hace tiempo les conté la reacción de unos enfermeros cuando vieron el recibimiento que se le hizo a una monja, al regresar a su monasterio desde el hospital. Sorprendidos, los enfermeros comparaban la buena acogida que tuvo la monja con la nula acogida que tuvo un anciano al que acaban de dejar en su casa.

La reacción de los enfermeros da pié para decir una palabra sobre los ancianos que están solos. No porque no tengan familia, sino porque la familia no tiene tiempo para ellos. Los dejan en residencias, a veces pagando buenas sumas de dinero, para que otros se ocupen de ellos. Y lo que necesitan esas personas, además de cuidados, es afecto, amor, cercanía. Eso sí, cuando llega el momento del reparto de la herencia, si la hay, todos se pelean por demostrar lo mucho que le quieren. Si no hay herencia, ni eso. Casi es mejor que no la haya. Así al menos no hay tanta hipocresía.

En algún lugar he escrito que si hoy Jesús tuviera que repetir esa palabra sobre los niños: “dejad que se acerquen a mí”, es posible que, en vez de niños, hablase de ancianos: “dejad que los ancianos se acerquen a mí”. Porque los niños, en la sociedad en que se movía Jesús eran personas marginadas, consideradas inútiles por improductivas. Abundaban tanto, que sobraban y estorbaban. Hoy, en nuestras sociedades occidentales, se han convertido en los reyes y princesas de la casa. Por el contrario, en tiempo de Jesús, los ancianos eran escasos y muy respetados, se consideraban un ejemplo para todos y se admiraba su sabiduría. Hoy, los ancianos abundan, sobran, son los que ocupan socialmente el puesto de los niños en tiempos de Jesús. La palabra de Jesús sobre los niños es una palabra de solidaridad con la marginación. Sacada de su contexto social puede desvirtuarse. Por eso digo que, en el contexto de hoy, quizás Jesús la aplicase a los ancianos, sobre todo a esos ancianos abandonados, solitarios, nostálgicos de amor.

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catalina
30 de mayo de 2010 a las 12:11

Me alegra que hable sobre ello. Es la verdad mas absoluta y triste que vivimos hoy. El anciano es un ser inutil que molesta. El lo ha dado todo, pero nadie lo recuerda y piensa que seguramente tambien llegara ahi.
Lo que mas pena me da de todo es la espera de la muerte sin esperanza. Eso son las residencias, antesala de la muerte, rodeados de otros inutiles
En cuanto a los niños depende, algunos son simplemente utilizados...como moneda de cambia ante el desamor y el odio hacia el otro en un divorcio, o como simple medicamente para curar a un hermano, o satisfacer mi ego de tener el hijo que no puedo y hago de todo para tenerlo.
¿Cual es la solucion?¿como hablar al marginado de que Dios le ama? Muy dificil ver el amor de Dios ahi...en la finitud, la impotencia y la dependencia. Pero posiblemente es justamente ahi donde esta y donde nosotros podemos encontrarle. Tal vez no necesitemos hablar nada, tal vez solo nuestro miserable amor y atencion pueda ser una muestra del amor que Dios tiene a ese ser inutil y el que nosotros le tengamos a El

josemaría esteve i pallares,op
30 de mayo de 2010 a las 18:17

Al que marginamos y hay una larga lista, hemos (si somos capaces) de enseñarles que Dios les ama,como son. Es cierto que los ancianos en la actualidad,estorban en muchos lugares,pero tambien es cierto,que los ancianos no podemos tomar posturas equivocadas.
Es un error no aceptar la realidad de la vejez. Negarsae asumir las limitaciones.
Apegarse al pasado y vivir de la nostálgia:antes,todo era bueno y ahora todo está fatal.
Encerrarse en uno mismo,automarginarse.
El endurecimiento,mal caracter,dogmatismo,intolerancia. Lo sabemos todo."estamos de vuelta" de todo.
Para envejecer con dignidad,no basta organizar bien la jubilación.Tambien el final,sigue siendo vida y "nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti" (S. Agustin,confesiones,1,1)

DL
31 de mayo de 2010 a las 11:39

"Dejad que los ancianos se acerquen a mi", lo dice Jesús y debemos decirlo nosotros. Abundan los ancianos marginados pero los hay también queridos, mimados y valorados, por su sabiduria y santidad, pues son cómo los árboles cargados de frutos maduros que se inclinan bajo su peso, y es un gozo vivir con ellos, escucharlos y seguir sus admirables ejemplos.

Marieta
31 de mayo de 2010 a las 11:53

Por dos veces he visitado una residencia de monjas ancianas. Transmiten alegría, rien como niñas y viven la profundidad de su vocación en esperanza. Muchas dedicaron muchos años a la misión. Se alegran con las visitas y agradecen nuestra presencia. No he visto lo mismo en otras residencias de ancianos, aunque la atención a los viejitos haya sido impecable.

¿Qué vida hay detrás de cada uno de ellos para manifestarse tan diferentes? Probablemente la vejez es un acrisolamiento de nuestra vida, en la que se acentúa todo lo que hemos sido. Virtudes y defectos. Unido a la aceptación mayor o menor de la limitación personal. Para algunos es una frustración difícil de asumir, lo que les hace autoexcluirse.

Muy acertada la analogía del Padre Martín de los niños y los ancianos en las actitudes de Jesús. Y está claro que servirles es acercanos"ante quien se vuelve el rostro". Si, hay que darles afecto, cercanía y sobre todo invitarles a vivir de la esperanza.

Desiderio
31 de mayo de 2010 a las 19:57

Conocí hace tiempo un caso de una persona que para nada le entristecía que su padre estuviera en una residencia de ancianos. Se la pagaba muy a gusto. ¿Por qué? Pues porque durante su vida recibió muy poco de él, según me contaba. Más bien al contrario. Esta circunstancia me hizo reflexionar al respecto, pues es cierto que desde siempre me ha cuestionado el ver a ancianos en soledad. Sin justificar a nadie, quizás más de uno se haya ganado a pulso esta soledad, simplemente está recogiendo lo que sembró. Me es difícil pensar que en una familia donde reina un clima de amor y fraternidad se dé esta situación. ¿Cómo me comporto yo en mi familia? ¿Acabaré en una residencia… solo? Si tiene que ser así, que por lo menos no sea por mí.

Violeta.
7 de febrero de 2021 a las 20:08

Vivo sola y me gusta la soledad, pero es como todo en la vida los exceso es nosivo y a veces en la soledad piensa y piensas demaciadas cosas y tambien el deseo de morir.

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