May
Solos en la vejez
6 comentariosHace tiempo les conté la reacción de unos enfermeros cuando vieron el recibimiento que se le hizo a una monja, al regresar a su monasterio desde el hospital. Sorprendidos, los enfermeros comparaban la buena acogida que tuvo la monja con la nula acogida que tuvo un anciano al que acaban de dejar en su casa.
La reacción de los enfermeros da pié para decir una palabra sobre los ancianos que están solos. No porque no tengan familia, sino porque la familia no tiene tiempo para ellos. Los dejan en residencias, a veces pagando buenas sumas de dinero, para que otros se ocupen de ellos. Y lo que necesitan esas personas, además de cuidados, es afecto, amor, cercanía. Eso sí, cuando llega el momento del reparto de la herencia, si la hay, todos se pelean por demostrar lo mucho que le quieren. Si no hay herencia, ni eso. Casi es mejor que no la haya. Así al menos no hay tanta hipocresía.
En algún lugar he escrito que si hoy Jesús tuviera que repetir esa palabra sobre los niños: “dejad que se acerquen a mí”, es posible que, en vez de niños, hablase de ancianos: “dejad que los ancianos se acerquen a mí”. Porque los niños, en la sociedad en que se movía Jesús eran personas marginadas, consideradas inútiles por improductivas. Abundaban tanto, que sobraban y estorbaban. Hoy, en nuestras sociedades occidentales, se han convertido en los reyes y princesas de la casa. Por el contrario, en tiempo de Jesús, los ancianos eran escasos y muy respetados, se consideraban un ejemplo para todos y se admiraba su sabiduría. Hoy, los ancianos abundan, sobran, son los que ocupan socialmente el puesto de los niños en tiempos de Jesús. La palabra de Jesús sobre los niños es una palabra de solidaridad con la marginación. Sacada de su contexto social puede desvirtuarse. Por eso digo que, en el contexto de hoy, quizás Jesús la aplicase a los ancianos, sobre todo a esos ancianos abandonados, solitarios, nostálgicos de amor.