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Solo el amor da el conocimiento de Dios
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Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, afirmó que en la Biblia encontramos una “nueva imagen de Dios”. Nueva porque, al contrario de lo que ocurre en las culturas politeístas que circundan su mundo, en la Biblia queda claro que “el Señor, nuestro Dios, es solamente uno” (Dt 6,4). Sin duda el monoteísmo, propio no solo del judaísmo y del cristianismo, sino también del Islam, comporta una gran diferencia en el concepto de Dios con relación al politeísmo, que ha sido lo propio de casi todas las religiones de la humanidad. En el politeísmo cada divinidad está relaciona con un aspecto de la vida; esos dioses son conocidos por su poder y suelen reclamar sacrificios, a veces sacrificios humanos.
Por su parte, Pascal hizo notar que el Dios bíblico, Dios de Abraham, de Isaac y de Jabob, contrasta con el Dios “de los filósofos y de los sabios”. En efecto, la divinidad aristotélica no necesita nada y no ama; Aristóteles pensaba que, si existía Dios, los humanos debíamos importarle poco o nada. Pero el Dios bíblico no es un motor inmóvil, que hace funcionar el universo, pero no se relaciona con nadie; no es pura y profunda energía que sostiene todo lo que existe; no es poder absoluto. El Dios bíblico es un ser personal, que ama personalmente, con pasión. Y ama, tal como terminará revelándose en el Nuevo Testamento, porque es Amor (1 Jn 4,8.16).
Al Dios que se revela en Jesucristo como Amor, solo el amor resulta adecuado para alcanzarle. Pues cuando el amor se ofrece, o bien se le ama voluntariamente o se le rechaza. No basta con querer conocer a Dios, entre otras cosas, porque en el fondo no conocemos nada de él, no sabemos lo que es; más bien, sabemos lo que no es. Puesto que es Amor, más que de conocimiento se trata de relaciones. No se trata de llenar la inteligencia de pobres conceptos, sino de disponer la voluntad para querer el amor. Rigurosamente, si Dios es Amor, solo el amor podrá alcanzarle. Solo quien barrena todo lo que en su vida no conviene al amor, se pone en disposición de encontrar a Dios.
La fe es un asunto de decisión y no de pruebas. Probar a Dios es encerrarlo en nuestros pequeños límites y, por definición, lo que está dentro de nuestros límites no puede ser Dios. El amor es una cuestión de confianza, no de evidencias. Por eso la fe es oscura. Parece como si Dios se escondiera. Se oculta no solo porque su presencia sería necesariamente impositiva y entonces desaparecería el amor, sino porque su presencia no sería soportable, nos deslumbraría. Ya el Antiguo Testamento decía que ningún mortal puede ver a Dios sin morir. Ver a Dios es algo que resulta imposible en las condiciones de este mundo.
De ahí que cuando Dios se revela en Jesucristo, cada uno interpreta la persona de Jesús según la medida de su amor. Mirando la Cruz, aquellos que no aman al Crucificado no ven nada; o mejor, ven la confirmación de su negación. Aquellos que le aman (el buen ladrón, María, Juan, el soldado de Mc 15,34) ven allí, con una claridad sin duda variable, pero siempre indiscutible, la figura de Dios en la humillación de su Verbo.