Ene
Soldados que ayudan a las monjas
3 comentariosTengo 35 alumnos en el curso del master de teología. Pero quiero hablar de otra cosa. El domingo presidí la Eucaristía de las 10:30 horas, en la espaciosa, iluminada y renovada Iglesia de San Juan de Letrán. Los bancos estaban llenos de fieles. Una Eucaristía participada, con ofrendas presentadas por los fieles, y muchos cantos. Me sorprendió la cantidad de “intenciones” que había, o sea, de peticiones de oración por los difuntos, que una monitora nombró antes de que yo saliera al altar. Al acabar la Misa el mayor de los dos acólitos me indicó que tenía que ir a la puerta del templo para despedir a la gente.
El martes celebré la Eucaristía en la Iglesia de las monjas dominicas contemplativas. Son cinco hermanas que mantienen viva la llama de la fe y que, con su sola presencia, son un testimonio de Jesucristo. Además de las hermanas, seis personas más asistían a la celebración. También fué una Eucaristía participada y con cantos. Hasta el punto de que la oración de los fieles no fué leída, sino que cada uno hizo la petición que consideró conveniente. Una de las mujeres que asistían pidió: “por nuestros niños de Cuba, sobre todo por los que vienen a la catequesis, para que sean testigos del amor de Dios entre sus familias”.
Al acabar la celebración me interesé por estas catequesis, que se ofrecen en el convento de las hermanas por un grupo de catequistas. Me enteré de que, además de las catequesis para niños, las hay también para adultos que quieren recibir el bautismo o la primera comunión. Porque ésta, como muchas otras, como todas, es tierra de misión. Y en esta tierra, como en muchas otras, hay personas hambrientas de Evangelio.
No me olvido del título del post. Resulta que el convento de las monjas está enfrente de un cuartel de soldados (o estaba, porque lo trasladaron hace unos meses). Entre las monjas y los vecinos había buena relación. ¿O alguien imaginaba otra cosa? Una anécdota de la relación entre monjas y soldados: cuando ellas necesitaban trasladar algo pesado, les pedían ayuda, y un grupo de jóvenes acudía al convento. El último traslado fué el de una imagen de la Virgen de la Caridad. Algunos jóvenes se santiguaban, otros se inclinaban. Y uno de los “portadores” comentó: “cuidado, no se vaya a caer el muñeco”. La monja que les acompañaba ni se enfadó ni se inmutó, pero dijo con una sonrisa: “no es un muñeco”. Y el soldado: “perdón, hermana, perdón”. La buena relación por delante. A partir de ahí vendrá lo demás.