Ene
Ser uno en Cristo Jesús
7 comentariosEn Cristo Jesús “no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ni bárbaro ni escita” (Gal 4,28 con Col 3,11). Unidos a Jesucristo desaparecen las diferencias culturales, sociales, sexuales, nacionales y raciales. Y, sin embargo, el varón sigue siendo varón, la mujer sigue siendo mujer, y el griego sigue hablando griego. La unidad no suprime las diferencias. Unidad no es uniformidad. De hecho siempre ha habido en la Iglesia un legítimo pluralismo litúrgico o teológico. Siempre ha habido carismas, ministerios y estados de vida distintos. Y esos carismas, ministerios, modos de vida, y modos de celebrar o de pensar la fe, son necesarios en la Iglesia.
Ocurre que hay quién se cree único, o cuando menos el mejor o el más importante. Y ahí empiezan las divisiones. Lo más triste es que a veces el que divide acusa a los otros de falta de unidad. Entiende la unidad al modo político. Llama la atención que sean precisamente los partidos políticos minoritarios los que más hablan de unidad, hasta el punto de hacer de ella el reclamo de su identidad: Unión Valenciana, Unión Mallorquina, Convergencia y Unión, Izquierda Unida. En el mundo los que hablan de unidad son los menos unidos, o entienden que vivir unidos es pasarse “con armas y bagajes” a su grupo, a su modo de pensar, de vivir o de vestir.
La unidad en la Iglesia es unidad en el amor. No todos hacemos lo mismo, ni tenemos la misma sensibilidad, pero podemos reconocer en el otro, en el distinto, a un trabajador por el Reino, a un seguidor de Jesús en circunstancias diferentes a las mías. Si reconozco en el carisma distinto al mío algo que también es mío, puedo solidarizarme con él, apoyarle, ver en el otro una extensión de mi yo, alguien que me ayuda a ver otras cosas, otros aspectos de la misma Iglesia. Cuando al que tiene una teología distinta, una sensibilidad eclesial diferente, otros gustos litúrgicos, le considero un rival, un enemigo, uno que “no es de los nuestros”, ¿quién rompe, quién divide?