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Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

7
Sep
2013

Se alegra mi espíritu en Dios

2 comentarios

“Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”, canta la Virgen María tras recibir el anuncio del ángel. Y, sin embargo, parece que los que creemos en Dios tenemos más bien motivos para estar tristes ya que, como dice Tomás de Aquino, “la ausencia de la realidad amada produce más tristeza que gozo”. Y mientras vivimos en este mundo, estamos lejos del Señor, según 2Co 5,6. Ahora bien, añade Santo Tomás, del amor proceden el gozo y la tristeza, aunque por motivos opuestos. El gozo lo causa la presencia del amado o también el hecho de saber que la persona amada se encuentra sana, feliz y contenta. Saber que el amigo está bien, aunque esté lejos, es motivo de alegría. Por el contrario, del amor nace la tristeza bien por la ausencia o lejanía del amado, o bien porque aquel a quien queremos sufre algún mal.

¿Qué concluir de estas premisas en lo referente al amor de Dios, un Dios invisible, que ni tocamos, ni palpamos, ni sentimos, ni vemos? En la relación con este Dios invisible para los ojos de la carne, hay motivos para alegrarse. Primero porque sabemos que Dios nos ama. Y, aunque parece lejano, se interesa por nosotros; más aún, siempre está pensando en nosotros, nos tiene permanentemente en su memoria. Pero, además, cuando nosotros amamos a Dios, Dios mismo se hace presente en nuestra vida, en nuestro corazón, nuestra mente y nuestro espíritu, según dice 1Jn 4,16: “el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”. Y también Jn 14,23: “si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

De ahí esta magnífica glosa de Tomás de Aquino a 2Co 5,6 (mientras vivimos en este cuerpo estamos lejos del Señor): “Se afirma que, mientras estamos en el cuerpo, estamos lejos de Dios por comparación a quienes están en su presencia y gozan así de su visión. Por eso se añade en el versículo 7: “caminamos en la fe y no en la visión”. Pero aún en esta vida, Dios se hace presente en quienes le aman, por la gracia que le hace inhabitar en ellos”.

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Antonio Maqueda
8 de septiembre de 2013 a las 20:29

Existen muchos modos de presencia, P. Martín, y la presencia sacramental (en toda la amplitud de la palabra) no es la menor presencia de todas. Tal vez la sacramental sea más real que la presencia física. Si está presente físicamente, pero no significa nada para mí, no está presente para mí, no está. Si no está presente físicamente, pero algo de la realidad física me lleva al encuentro con él, porque significa su presencia para mí, entonces está verdaderamente presente para mí, está. Y el significado no se lo doy yo, el significado está dentro de la misma realidad sacramental, yo seré capaz o no de experimentarlo, pero está ahí. No sé si me explico, porque la semiótica siempre me pareció difícil, y la teología de los sacramentos tiene mucho de semiótica.

Antonio Saavedra
9 de septiembre de 2013 a las 14:34

Creo que no debemos sentirnos lejos de Dios, si efectivamente notamos su presencia. Tal vez el sentimiento de lejanía nos venga impuesto por los intermediarios de la divinidad (clero), muralla levantada por un mayor interés en los ritos que por las personas, sobre todo si somos laicos,... verdadera muralla contra la que choca el deseo de cercanía a Dios, amigo amoroso.

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