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San Agustín: hombre de fe y de amor
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El 28 de agosto del año 430 fallecía Agustín, obispo de Hipona, a los 75 años de edad, uno de los hombres que mayor influencia ha ejercido en la Iglesia y en la cultura de Occidente. Este hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia, es el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras (más de 800 sermones, casi 300 cartas y un centenar de tratados), en los que aborda todos los problemas fundamentales de la teología. Posiblemente su obra más famosa son las “Confesiones”, una extraordinaria autobiografía espiritual, escrita para alabanza de Dios, y que comienzan con una de sus frases más citadas: “nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Precisamente porque el Señor nos hizo para él, dirá Agustín, la lejanía de Dios equivale a alejarse de uno mismo; el ser humano sólo puede encontrarse a sí mismo si se encuentra con Dios. De este modo logra llegar a sí mismo, a su verdadero yo, a su verdadera identidad.
En las Confesiones (X, 27, 38) se encuentra una de sus oraciones más hermosas y famosas: “Tarde te amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, la respiré y suspiro por ti; te gusté y tengo hambre y sed de ti; me tocaste y me abrasé en tu paz»
Sin duda, si nos limitamos a leer los escritos antipelagianos de nuestro santo, podemos quedarnos con la impresión de que su antropología es pesimista: el ser humano es pecador y está necesariamente inclinado al mal. Sin embargo, en los escritos anteriores a esta controversia aparece una antropología optimista. En su lectura del texto del Génesis subraya la bondad de la creación y destaca que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. Cuando después de la creación “vio Dios que era bueno”, eso no significa que Dios lo viera bueno después de haberlo creado, sino que lo creo bueno porque “vio que era bueno hacerlo”. “No hay Autor más excelente que Dios, ni arte más eficaz que su Verbo, ni motivo mejor que la creación de algo bueno por la bondad de Dios” (La Ciudad de Dios, XI, 21).
Recuerdo la importancia que tenía la amistad, tanto en su vida como en su pensamiento. Teófilo Viñas, uno de sus mejores conocedores, lo califica de “maestro de amistad”. Según el santo, la amistad y la salud son las dos cosas más necesarias para llevar una vida feliz. Tener un buen amigo es lo mejor que puede pasarnos en la vida. La amistad debe vivirse a todos los niveles. Por supuesto, también en la vida consagrada. No son largos y farragosos documentos lo que necesitamos que salga de nuestras reuniones, sino una buena reflexión sobre esta pregunta que hace san Agustín: “¿Quiénes suelen, o al menos, deben tener más amistad entre sí que aquellos que se cobijan bajo un mismo techo, en una misma casa?” (La Ciudad de Dios, XIX, 5).