16
Nov
2007Nov
Salvados en esperanza
6 comentariosDoy por buena la noticia que acabo de leer: antes de Navidad saldrá la segunda encíclica de Benedicto XVI sobre la esperanza: “Nuestra salvación es en esperanza” (Rm 8,24). Después de la caridad, la esperanza. ¿La tercera encíclica será sobre la fe? A mi, que he escrito algunas cosas sobre esta triada teologal, me satisface esta línea de reflexión.
En estos últimos años se ha reflexionado mucho y bien sobre cómo evangelizar en una sociedad secularizada, cómo evangelizar en tiempos de increencia. ¿No estamos también ante una crisis de esperanza? Con este diagnóstico nos situaríamos más cerca de la experiencia de muchos de nuestros contemporáneos, en Latinoamérica, Africa, Palestina, en tantas situaciones sin salida del tercer y cuarto mundo. Hay una ausencia de perspectivas de futuro. Al lado de un mundo en expansión, hay un mundo abandonado, en situaciones de inhumanidad, sin posibilidades de futuro, rozando la misma muerte. Pero también en nuestro mundo rico, en el primer mundo, estamos ante una crisis de esperanza. Los que tenemos de todo nos hemos acostumbrado a vivir al día, a vivir a tope, a disfrutar del momento presente. Y lo que pretendemos no es un futuro mejor o distinto, sino conservar lo que tenemos. Somos conservadores. Y el conservador no tiene futuro. Sólo pretende conservar lo que hay. ¿Qué podemos esperar los unos y los otros? ¿Más de lo mismo para los pobres y más de lo mismo para los ricos?
La primera carta de Pedro (3,15) nos exhorta a estar siempre dispuestos a dar razones de nuestra esperanza. Esperanza con nuestras obras y esperanza con nuestras palabras, a veces tan cargadas de pesimismo, que con frecuencia repiten que no hay nada que hacer. Ya el Concilio Vaticano II recalcó que la esperanza cristiana, lejos de ser una evasión del presente, era un motivo más para comprometernos a transformar el mundo. Sin grandilocuencias: la esperanza nos mueve a hacer el bien hasta donde alcancen nuestras posibilidades. Y seguro que son más de las que imaginamos. Bienvenida, pues, si la información es correcta, esta nueva encíclica del Papa.
En estos últimos años se ha reflexionado mucho y bien sobre cómo evangelizar en una sociedad secularizada, cómo evangelizar en tiempos de increencia. ¿No estamos también ante una crisis de esperanza? Con este diagnóstico nos situaríamos más cerca de la experiencia de muchos de nuestros contemporáneos, en Latinoamérica, Africa, Palestina, en tantas situaciones sin salida del tercer y cuarto mundo. Hay una ausencia de perspectivas de futuro. Al lado de un mundo en expansión, hay un mundo abandonado, en situaciones de inhumanidad, sin posibilidades de futuro, rozando la misma muerte. Pero también en nuestro mundo rico, en el primer mundo, estamos ante una crisis de esperanza. Los que tenemos de todo nos hemos acostumbrado a vivir al día, a vivir a tope, a disfrutar del momento presente. Y lo que pretendemos no es un futuro mejor o distinto, sino conservar lo que tenemos. Somos conservadores. Y el conservador no tiene futuro. Sólo pretende conservar lo que hay. ¿Qué podemos esperar los unos y los otros? ¿Más de lo mismo para los pobres y más de lo mismo para los ricos?
La primera carta de Pedro (3,15) nos exhorta a estar siempre dispuestos a dar razones de nuestra esperanza. Esperanza con nuestras obras y esperanza con nuestras palabras, a veces tan cargadas de pesimismo, que con frecuencia repiten que no hay nada que hacer. Ya el Concilio Vaticano II recalcó que la esperanza cristiana, lejos de ser una evasión del presente, era un motivo más para comprometernos a transformar el mundo. Sin grandilocuencias: la esperanza nos mueve a hacer el bien hasta donde alcancen nuestras posibilidades. Y seguro que son más de las que imaginamos. Bienvenida, pues, si la información es correcta, esta nueva encíclica del Papa.