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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

29
Mar
2013

Resucitado con llagas

6 comentarios

Llama la atención (sobre todo en los evangelios de Lucas y de Juan) que Jesús resucitado tenga tanto interés en mostrar a sus discípulos sus manos y sus pies. ¿Qué tenían de especial sus manos y sus pies? El relato de la aparición de Jesús a Tomás ofrece una buena orientación. Tomás es el que había dicho: “si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos…, no creeré”. Por eso, cuando Jesús se aparece a Tomás, le dice: “acerca aquí tu dedo y mira mis manos”. Eran unas manos llagadas. ¿Qué significa esto, un resucitado con llagas? Puestos a ver un martirizado resucitado, uno esperaría ver un cuerpo totalmente renovado, rejuvenecido, limpio, sin heridas ni huellas del martirio. Y, por otra parte, puestos a hablar de resurrección, lo que diría cualquier mentalidad medianamente crítica es que la resurrección es un acontecimiento trascendente, que de ningún modo puede ser vista con ojos de este mundo. El resucitado no vuelve a la tierra, entra en el cielo de Dios.
 

Y, sin embargo, Jesús resucitado toma la iniciativa: se deja ver, impone su presencia, provoca un encuentro. Los discípulos buscan un cadáver, para manifestarle respeto y cariño. Jesús resucitado busca a sus discípulas y discípulos e impone su presencia. ¿De qué modo? Como se imponen las cosas de la fe, respetando la libertad y los tiempos, sin forzar, con pedagogía. No se presenta con fuerza y poder, sino con amor y desde el amor. Por eso a veces no es fácil reconocerlo. Y, sin embargo, es él. Él mismo que fue crucificado es el que Dios ha resucitado. Esta igualdad queda expresada por medio de las llagas que porta el Resucitado. Pero estas llagas son algo más que un modo de decir “soy yo mismo”. Las llagas son expresión de identidad, o sea, pertenecen a su nuevo ser de resucitado. Dicho de otro modo: Jesús, vencedor de la muerte, no abandona lo caduco de la existencia mortal. La debilidad de la carne mortal ha sido asumida en la gloria del cuerpo resucitado.
 

Entendido así (Jesús resucitado no abandona su cuerpo mortal), la “desaparición” del cadáver tendría un sentido teológico. La pregunta no sería si aporta o puede aportar algo a la resurrección el cuerpo muerto de Jesús, sino qué aporta el Padre, que acoge a Jesús en su gloria, a la existencia terrena de Jesús. A Jesús y a nosotros, el Padre nos acoge con toda nuestra realidad, purificada y transformada, pero no por eso menos nuestra y menos real.

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camino
30 de marzo de 2013 a las 13:32



Entregó su espíritu al Padre al morir en la cruz, con la confianza de un niño, cómo un Hijo (el preferido) se abandona en los brazos y en el corazón de su Padre.
“El Padre acoge a Jesús en su gloria, a la existencia terrena de Jesús. A Jesús y a nosotros”…
Gracias P. Martín pues nos das un nuevo tema de reflexión en este tiempo que nos lleva a intensificar la adoración, la alabanza y a orar con más amor y gratitud a nuestro Dios. Seguimos con esto además, la invitación al modo de oración que nos predica nuestro Papa Francisco

a la medida del continente
30 de marzo de 2013 a las 19:05

Quizá el nivel de conciencia de los apóstoles necesitara de esa prueba visual de las llagas para reconocer en ese Cuerpo de Gloria a su Maestro Resucitado, al que partió el Pan y se lo repartió. Llagas que ya no sangran en el cuerpo del Nazareno. Pero siguen sangrando en todas las víctimas de cualquier violencia. Omnes homines unus homo,nos recuerda el Aquinate.

Un acto de Amor de Dios. Nos señala que no podemos comprender más allá del nivel de desarrollo espiritual en el que nos encontramos. Y nos enseña que no debemos apegarnos a las formas. Son cambiantes. La exigencia cristiana del continuo crecimiento en el Amor y la Verdad

Feliz Pascua de Resurrección.

Marceliano de Garganta y Sauras de Híjar
1 de abril de 2013 a las 18:52

Jesús resucitado no abandona el cuerpo mortal, dice usted, fray Martin. No se abandona lo que ya no se tiene. El cuerpo del resucitado es un cuerpo glorioso. En qué consista eso constituye un tema en el que algunos teólogos han reflexionado. Sin duda, un misterio relacionado con el otro crucial para la vida del cristiano, el de la propia Resurrección. Un cuerpo, en cualquier caso, transformado, porque si fuera mortal Cristo podría volver a morir. Porque ha dejado de serlo, ni sangra, ni sufre, ni necesita energía (alimento). Sin andar, María Magdalena anuncia que el mismo que ha dejado el sudario en el sepulcro, "praecedit suos in Galileam". Nadie que no ha abandonadon su cuerpo mortal, sometido a leyes físicas, podría aparecer y desaparecer sin abrir ni cerrar puertas, salvo los fantasmas. Así lo veo yo. Feliz Pascua: Agnus redemit oves.

Tron
1 de abril de 2013 a las 19:33

Después de una crisis de fé, después de una de esas noches terribles -quizás la más terrible-, de angustia, dudas y terror llega la muerte. Uno se entrega en las manos de la Trinidad y descansa tras gritar esas palabras de Jesús: ¿Padre, por qué me has abandonado? Hágase tu voluntad!

Luego se produce el despertar y uno comienza a andar por este mismo mundo donde reina el espíritu del engaño, la mentira y la muerte preguntándose pero ¿qué pasa, soy yo mismo, qué ha pasado, qué está pasando?

Puede ser otra lectura, espero que ayude a alguien.

Ugart
1 de abril de 2013 a las 19:59

¡Qué grande y qué consolador!Sobrecoge tanto amor de Dios por su pequeña criatura, pequeña y tan grande. No, no hay palabras.Disfrutar, agradecer, acoger,contemplar maravillado...amar y dejar a dios ser Dios en nosotros.
Gracias, Martín.

Martín Gelabert
1 de abril de 2013 a las 21:18

Gracias, Marceliano, por su comentario que me permite precisar alguna cosa: evidentemente, el cuerpo de Cristo resucitado es un "soma pneumático", o sea, un cuerpo glorioso, que no está sometido a las condiciones de esta vida mortal. Lo que yo pretendía decir, y supongo que usted y los lectores lo han entendido así, es que Cristo resucitado asume todo lo vivido en su vida mortal, que nada se pierde, que todo queda recapitulado en Dios.

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