Ene
Relaciones Iglesia-Estado en Cuba
3 comentariosEn el momento de colgar el post que dediqué a la libertad de culto, llegó a mis manos una información publicada por “El País” en la que se decía que la Iglesia y, en concreto, el Cardenal Ortega, se había distanciado de los disidentes políticos debido a que negoció con el Estado la no beligerancia de la Iglesia a cambio de garantizar la libertad de culto y conseguir la devolución de algunos edificios.
Me gustaría hacer tres observaciones a esta información: 1ª) Ha sido la Iglesia la que ha facilitado la liberación de los presos políticos y su posterior acogida por España. Eso del distanciamiento con los disidentes habría que matizarlo mucho. 2ª) La libertad de culto existe desde los años 70. Por tanto, en este terreno lo fundamental ya está logrado. 3ª) La devolución de algunas iglesias y capillas incautadas en su momento plantea más problemas de los que resuelve. Porque no hay suficientes sacerdotes para atenderlas (la media de edad es muy alta y las ordenaciones muy pocas), y porque no hay dinero para emprender las reparaciones y acomodaciones necesarias para que vuelvan a desempeñar su función de lugares de culto.
Por cierto, eso de las incautaciones no se debió tanto a una acción directa de fuerza cuanto al abandono, por miedo o por prudencia, de los responsables de esos lugares. Como me dijo un anciano religioso que en el año 1961 se quedó en Cuba, a algunos sacerdotes y religiosos los expulsaron, pero “la mayoría de ellos se fueron sin que los botaran”. Se perdió la propiedad de los conventos porque nadie los habitaba. Algunos lugares nunca fueron decomisados porque hubo quien se quedó en ellos.
La situación de la Iglesia en la isla es compleja. En espacios, en los que no es fácil moverse, hay más riesgo de equivocarse. Por lo que yo he visto, con un poco de prudencia y de sentido común, es posible desarrollar una labor evangelizadora sin hipotecas. Como hay muchas cosas por hacer, las posibilidades futuras de la Iglesia son inmensas. Pero no convendría perder, de cara a este futuro, la experiencia de una Iglesia pobre. Porque una Iglesia pobre, en la que no se cobra a la gente ni se reciben prebendas del Estado, es más libre, más creíble y más cercana al pueblo. La tentación de convertirse en una Iglesia “rica para los pobres” siempre está al acecho. Ese no es el futuro que yo deseo para la Iglesia de Cuba. Su presente y su futuro es: ser una Iglesia misionera.