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Blog Nihil Obstat

Martín Gelabert Ballester, OP

de Martín Gelabert Ballester, OP
Sobre el autor

19
Ene
2007

Reciprocidad entre las religiones

5 comentarios
En el encuentro entre las religiones es fundamental la reciprocidad. Cierto, la tolerancia no puede exigir la reciprocidad (con todo, también es cierto que no cualquier cosa se puede tolerar, como por ejemplo un discurso racista o que incita al odio). Quien sólo ama los que le aman, no conoce el verdadero amor. Quién sólo es honrado con los honrados, no es realmente honrado. La virtud vale por sí misma y no porque sea recíproca. La tolerancia tiene un valor propio, que no depende de la tolerancia o de la intolerancia del otro. La virtud de la tolerancia es muy difícil.

Ahora bien, esto no quita que la plenitud de las virtudes referentes al prójimo sea la reciprocidad. El verdadero amor ama siempre, también al enemigo. Pero la plenitud del amor no está en el amor al enemigo, sino en el amor recíproco, que se convierte en amistad. De ahí que en el encuentro entre las diversas religiones, la plenitud del encuentro esté en la reciprocidad. Sólo así pueden desterrarse para siempre los peligros de violencia entre las religiones.

Que la reciprocidad sea verdad significa que una religión no puede abrogarse privilegios frente a otras, que no puede pretender que sea siempre el otro el que ceda, que ella debe estar dispuesta a ceder en eso mismo que pide al otro que ceda. Me parece muy acertado al respecto lo que dice la monja española Pilar Vila Sanjuán, de la Congregación de Jesús y María, directora de uno de los más prestigiosos colegios de Pakistán: “No venimos a convertirles; sólo les pedimos que nos traten como nosotros tratamos a los musulmanes”.
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lola
19 de enero de 2007 a las 11:17

pienso que es mas sencillo que todo eso, simplemente se trata de seguir al Maestro, lo malo es que todos sabemos como acabo el, tal vez podemos exponernos a eso mismo, pero ¿vale la pena?, a mi me parece que si, pero no debemos hacerlo esperando que el otro nos corresponda, solo hemos de hacerlo, sin mas.

Oscar
19 de enero de 2007 a las 13:52

Eso de la reciprocidad me parece fundamental. Me cuentan de unos religiosos con convento en Argelia un dato reciente y significativo. Dos jóvenes argelinos musulmanes que frecuentan el convento piden ser bautizados. Los frailes se niegan para no poner en peligro las vidas de los jóvenes y las suyas.

JMValderas
19 de enero de 2007 a las 23:14

Querido Gelabert En su “Ensayo sobre la tolerancia” (1667) y sus “Cartas sobre la tolerancia" (1689, 1690, 1692), John Locke refleja un cuadro actualísimo sobre las dificultades de convivencia en unos decenios, siglos, de persecuciones religiosas que él sufre en su propia piel. Tomando casi siempre a Erasmo como guía, sin importar la adscripción de partida, abundan los escritores que le dedican a la cuestión páginas memorables. A menudo con una claridad meridiana y una hodiernidad llamativa. Del propio Locke: “Dirás: por la ley mosaica los idólatras tienen que ser exterminados. Respondo: es verdad, en efecto: por la ley mosaica, que de ninguna manera obliga a los cristianos.” La reciprocidad imposible hoy es con el Islam. Siempre fue durísimo, no obstante. David Romano solía poner sordina a quienes hablaban alegremente de las tres civilizaciones a propósito de la escuela de traductores de Toledo durante los siglos XII y XIII. Algunos (Hilal Lashuel, Nasser Zawia o Asleem Akhtar) confían en el desarrollo científico de los países árabes para lograr amortiguar su fundamentalismo, con todoslos beneficios que ello reportaría, añado yo, para la reciprocidad a la que aludes.

Antonio
23 de enero de 2007 a las 14:31

No estoy totalmente de acuerdo. Si alguien quiere abrazar una fe y es consciente de los peligros que implica.... está realizando el mayor acto de libertad de su vida. Así nació el cristianismo. El mártir muere perdonando y amando. Y amando la vida misma que pierde y la de los que se la quitan. Por más incompremsible que nos parezca. La teoría de los cristianos anónimos, que es muy valiosa y muy bella, se queda a un paso de la confesión de la propia fe, del dar razón del nombre que nos salva... si es preciso. Y eso no es intolerancia, todo lo contrario, es ocasión y revelación para la verdadera tolerancia y al amor más alla de lo políticamente rentable y correcto. Un abrazo, amigo y maestro Marín.

Lorena
18 de febrero de 2020 a las 23:25

Hermoso

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