Ene
Quince días en La Habana
4 comentariosQuince días en La Habana podría ser el título de una película. Pero van a ser los días que, a partir del 22 de enero, voy a pasar allí. En un convento de dominicos. Y por motivos de trabajo: un cursillo de diez lecciones, que he titulado: “El ser humano, creado como varón y mujer, a imagen de un Dios que es comunión de personas”. Una conferencia pública el día de Santo Tomás de Aquino en el “Centro Bartolomé de las Casas”. Y dos “conferencias-coloquio” a la Conferencia de Religiosos de Cuba. Me han dicho que la gente asistirá al cursillo con mucho interés y que habrá bastantes jóvenes inscritos.
Voy a cargar con un ordenador. Eso significa que, si las conexiones no fallan, podré colgar algún que otro post. Me llevo dos o tres preparados. A mi regreso quizás sea el momento de contar mis impresiones sobre un mundo que desconozco, pero del que me han hablado muy bien. Conocer gente nueva siempre es una ocasión para abrir horizontes y enriquecerse, para darse cuenta de lo parecidos que somos todos y, al mismo tiempo, de lo mucho que nos necesitamos unos a otros. Uno, a veces, tiene la tentación de pensar que puede aportar algo y, en realidad, lo que ocurre es que recibe mucho de los demás. Recibe incluso sin pretenderlo. Se aprende mucho escuchando las preguntas que otros hacen, o viendo las reacciones que provoca lo que uno dice.
Me voy a trabajar con algo tan humilde como la palabra. En un mundo en el que abundan los ruidos, no es fácil escuchar palabras. No añado palabras con sentido, porque toda palabra auténtica tiene sentido. Por este motivo, los que hemos hecho de la palabra un oficio, tenemos una enorme responsabilidad. La palabra puede dar vida y muerte, de ella procede la bendición y la maldición. Puede ser seductora y aburrida. Una buena palabra no se improvisa. Si es auténtica, está rodeada por el silencio. Del silencio del que primero escucha. Y del silencio del que se calla para volver a escuchar. También la Palabra de Dios procede del silencio y vuelve al silencio. Procede del eterno silencio para hacer accesible en el tiempo el misterio de Dios y regresa al silencio para escuchar con mucha atención nuestra respuesta.